(Publicado en “Caras y Caretas”, Buenos Aires, septiembre 2011)
En el origen de “La hora de los hornos” estuvo la circunstancia histórica y política que nuestro país atravesaba –con las consabidas y repetidas dictaduras cívico-militares- que se sucedieron tras el derrocamiento del gobierno democrático de Perón. En lo específico cinematográfico local, un factor que incidió fue el encuentro que tuvimos un grupo de cineastas para intentar realizar en 1965 un largometraje de ficción (“Los que mandan”). Formábamos parte cineastas y críticos, como eran Alberto Fisherman, Agustín Mahieu, Horacio Verbitsky, Fernando Arce, el realizador italiano Valentino Orsini, Fernando Solanas y quien esto suscribe. El proyecto fue censurado y rechazado por el Instituto de Cine durante el gobierno de Illia por sus contenidos críticos sobre la situación política de aquella época. El grupo se desintegró y quedamos Solanas –realizador de algunos cortometrajes y por entonces dueño de una pequeña empresa de cine publicitario- y yo, que venía de una experiencia político-sindical en la Resistencia en los años 50, y que había realizado un cortometraje documental (“Trasmallos”). Contribuyó a ese encuentro el hecho de haber obtenido el año anterior un premio al mejor cuento en el concurso realizado por la revista “El escarabajo de oro” –compartido con Rozenmacher, Piglia y Briante- y haber logrado también en ese año el Premio Casa de las Américas en el género libro de cuentos (“Chulleca”).
Junto con Solanas acordamos realizar un film documental que describiese críticamente la situación que vivía la Argentina, intentando con ello aportar también –más allá de su carácter testimonial y denuncista- a un tratamiento innovador en materia de estructura y narrativa fílmica. Ya no se trataba sólo de recurrir a imágenes testimoniales para denunciar una situación social, sino de inscribir también en el film a los protagonistas del cambio (militantes sindicales, barriales, estudiantiles, intelectuales, políticos, etc.) con el fin de abrir un dialogo participativo con los actores-espectadores del mismo. Cine de militantes para militantes –en particular las nuevas generaciones- que luego pasó a ser bautizado en las sucesivas elaboraciones teóricas como “Tercer Cine”, “Cine Acción”, “Cine Liberación”, etc.
Recién cuando el proyecto entraba en su etapa final, poco antes del asesinato del Che en Bolivia, decidimos ponerle como título “La hora de los hornos”, en homenaje al acápite de su último mensaje, cuando él recurrió a los versos de José Martí para sostener: “Es la hora de los hornos y no se habrá de ver más que la luz”.
Pero lo que tal vez convenga destacar en aquella experiencia no fue tanto la relacionada con la producción y realización de la misma, sino la que tuvo lugar con el uso militante por parte de miles de compañeros en distintos lugares del país, que arriesgaron mucho de sus vidas en esa labor –existió una Coordinación de los Grupos de Cine Liberación-, sea en la organización de los actividades de exhibición o en la promoción política del film. Sin ellos “Cine Liberación” y “La hora de los hornos” hubieran pasado tal vez al olvido. Es más, no se estaría hablando hoy de ese tema, por más que el film hubiera tenido en su momento una importante repercusión en la crítica cinematográfica de otros países.
En ese sentido cabe destacar la cooperación recibida por parte de figuras intelectuales como, entre otros, Juan José H. Arregui, Rodolfo Walsh u Horacio Verbitzky (estos dos últimos promotores del proyecto de un “Cineinformes de la CGT de los Argentinos” que realizamos poco después con Gerardo Vallejo y Nemesio Juárez) o de cineastas como los que participamos en el grupo “Realizadores de Mayo” para homenajear el “Cordobazo”, y que integramos, entre otros, Gerardo Vallejo, Pablo Szir, Lita Stantic, Jorge Cedrón, Rodolfo Kuhn, Humberto Ríos, Nemesio Juárez, Rubén Salguero, Eliseo Subiela y Catú. Y por sobre todo, los otros innumerables y anónimos compañeros que arriesgaron lo que tenían en cada exhibición. Algunos de los cuales fueron asesinados o desaparecidos por la dictadura y otros aún, los sobrevivientes, prosiguen de una u otra manera en la tentativa de un cine y una cultura que nos exprese en nuestra identidad nacional y latinoamericanista.
Junto con Solanas acordamos realizar un film documental que describiese críticamente la situación que vivía la Argentina, intentando con ello aportar también –más allá de su carácter testimonial y denuncista- a un tratamiento innovador en materia de estructura y narrativa fílmica. Ya no se trataba sólo de recurrir a imágenes testimoniales para denunciar una situación social, sino de inscribir también en el film a los protagonistas del cambio (militantes sindicales, barriales, estudiantiles, intelectuales, políticos, etc.) con el fin de abrir un dialogo participativo con los actores-espectadores del mismo. Cine de militantes para militantes –en particular las nuevas generaciones- que luego pasó a ser bautizado en las sucesivas elaboraciones teóricas como “Tercer Cine”, “Cine Acción”, “Cine Liberación”, etc.
Recién cuando el proyecto entraba en su etapa final, poco antes del asesinato del Che en Bolivia, decidimos ponerle como título “La hora de los hornos”, en homenaje al acápite de su último mensaje, cuando él recurrió a los versos de José Martí para sostener: “Es la hora de los hornos y no se habrá de ver más que la luz”.
Pero lo que tal vez convenga destacar en aquella experiencia no fue tanto la relacionada con la producción y realización de la misma, sino la que tuvo lugar con el uso militante por parte de miles de compañeros en distintos lugares del país, que arriesgaron mucho de sus vidas en esa labor –existió una Coordinación de los Grupos de Cine Liberación-, sea en la organización de los actividades de exhibición o en la promoción política del film. Sin ellos “Cine Liberación” y “La hora de los hornos” hubieran pasado tal vez al olvido. Es más, no se estaría hablando hoy de ese tema, por más que el film hubiera tenido en su momento una importante repercusión en la crítica cinematográfica de otros países.
En ese sentido cabe destacar la cooperación recibida por parte de figuras intelectuales como, entre otros, Juan José H. Arregui, Rodolfo Walsh u Horacio Verbitzky (estos dos últimos promotores del proyecto de un “Cineinformes de la CGT de los Argentinos” que realizamos poco después con Gerardo Vallejo y Nemesio Juárez) o de cineastas como los que participamos en el grupo “Realizadores de Mayo” para homenajear el “Cordobazo”, y que integramos, entre otros, Gerardo Vallejo, Pablo Szir, Lita Stantic, Jorge Cedrón, Rodolfo Kuhn, Humberto Ríos, Nemesio Juárez, Rubén Salguero, Eliseo Subiela y Catú. Y por sobre todo, los otros innumerables y anónimos compañeros que arriesgaron lo que tenían en cada exhibición. Algunos de los cuales fueron asesinados o desaparecidos por la dictadura y otros aún, los sobrevivientes, prosiguen de una u otra manera en la tentativa de un cine y una cultura que nos exprese en nuestra identidad nacional y latinoamericanista.
En resumen, “La hora de los hornos” fue el inicio de un proyecto –continuado luego con los documentales históricos que realizamos en el 71 con el Gral. Perón- y que aún prosigue, en esta etapa del audiovisual nacional, con las múltiples y diversas miradas de muchos de quienes integran las nuevas generaciones de cineastas.
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