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martes, 9 de octubre de 2012

Despedida a Octavio

 
Octavio Getino, Marta Rodríguez y Susana Velleggia, Rennes 1979.

"Un hombre combativo y militante" por Norberto Galasso. Tiempo Argentino, 2 de octubre de 2012.

"Maestro,en el sentido cabal del término" por Rodolfo Hamawi. Tiempo Argentino, 2 de octubre de 2012.

"Un referente del cine" por Jorge Coscia. Tiempo Argentino, 2 de octubre de 2012.

"El hombre que hizo del cine un arma para cambiar la realidad", en Tiempo Argentino, 2 de octubre de 2012.

"De pronto y sin avisar te fuiste, gallego" por Mario Sábato. Tiempo Argentino, 2 de octubre de 2012.

"Octavio Getino. Director de La hora de los hornos junto con Pino Solanas, teórico y docente", por Adolfo C. Martínez. La Nación, 2 de octubre de 2012.

"Compromiso en pantalla grande" por Gaspar Zimerman. Clarín, 1 de octubre de 2012.

"Un hombre que hizo cine con la pluma y la palabra" por Luciano Monteagudo. Página 12, 2 de octubre de 2012.

Octavio Getino y Alfonso Gumucio. Cuernavaca, 1984.

"Octavio se nos fue" por Alfonso Gumucio-Dagron. 3 de octubre de 2012.

"Mensajes recibidos en la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano". En Portal del Cine y el Audiovisual Latinoamericano y Caribeño, 4 de octubre de 2012.

Otras notas:
"Se nos ha ido un grande: Octavio Getino" por Ignacio Aliaga Riquelme. Director Cineteca Nacional Centro Cultural Palacio La Moneda. www.cinetecanacional.cl

En el concierto del cine latinoamericano, hay un nombre que siempre estuvo inscrito, desde la mítica época de los años 60, la del Nuevo Cine Latinoamericano. Desde "La hora de los hornos" que realizó junto a Fernando Solanas en 1968, a sus investigaciones y estudios sobre el cine en Latinoamérica, así como al Observatorio del Cine de la región al que dio forma desde la Secretaría del Mercosur Audiovisual, de la que fue uno de sus más entusiastas impulsores, nos encontramos con su nombre. Ha sido uno de aquellos hombres imprescindibles para nuestros cines.
Si a lo anterior le sumamos que se trataba de un hombre afectuoso, generoso hasta más no poder, riguroso y siempre dispuesto a abrir espacios para gente más joven, podemos concluir que Octavio Getino fue un grande de verdad.
La cultura latinoamericana ha perdido a uno de sus personalidades más esenciales, que por su modestia, su muerte no ha estado en las agendas oficiales. Es la suerte de aquellos que construyen las obras de los pueblos, que aunque mueran en silencio como les gustaba vivir, y a pesar de que una calle no lleve su nombre, vivirá en las grandes avenidas de nuestro recuerdo y hará falta cuando pasen las nuevas generaciones.
Cumplo a nombre de los archivos asociados en CLAIM, de enviarte nuestro cariño y nuestros respetos.

sábado, 14 de julio de 2012

EL TIO AMABLE Y LA “MARCHA NEGRA”

Octavio Getino

Hay momentos en que basta una pequeña señal, sea del tipo que fuere, para que algo ilumine en nuestra memoria imágenes que estaban casi perdidas o con el riesgo de perderse. Esa señal, en lo que a mi hoy me toca, es la reciente “Marcha Negra” de los mineros de algunas provincias del norte de España. Y digo esto, porque a nací en un pueblo de León poco antes del inicio de la llamada Guerra Civil y una de las imágenes que aún me tocan de cerca es la de un minero leonés, el tío Amable –Amable Tascón-, hermano de mi madre, preso durante la guerra en la cárcel de San Marcos, convertida años después en uno de los paradores hostales más aristocráticos, sea por su valor histórico como por el turismo de alto nivel con que se sostiene, en la propia ciudad de León. Allí, el tío Amable, condenado inicialmente a muerte –por “rojo”-  y luego absuelto, supo trazar en pequeños listoncitos de metal plateado el nombre de mi madre, Isabel, armando así– supongo que con  la ayuda de algún artesano también condenado-  una pequeña pulsera plateada que aún conserva  una de mis hijas en Buenos Aires, tras haber pasado por diversas manos, entre ellas las de mi hermana. 

Eran los primeros años de mi infancia y de los cuales todavía conservo el ruido de las descargas de fusilería que venían desde el otro lado del río, en León, adjudicadas por mi padre a los fusilamientos que allí –en los bordes del Torío- tenían lugar por parte de los franquistas. Pero la imagen que aun persevera es la del tío Amable, ya concluida la guerra, cuando me acogía en su  casa rural de Robles del Torío, en la zona minera de Matallana, y me instaba a leer, en mis escasos días de vacaciones escolares junto a él, alguna de las obras de la literatura clásica europea.

Confieso que, en mi caso,  prefería leer las historietas que aparecían en “TBO” –o en las colecciones de “CIA”, “FBI” o “Rastros”- y que si me arriesgaba a leer aquellos textos, publicados en doble columna y con tipografía tan minúscula como cansadora, era porque el tío Amable seguía de cerca mis lecturas, sobre todo cuando en las tardes regresaba de la mina, con el rostro ennegrecido por el carbón y una pequeña lámpara colgada del hombro.

Son retazos de memoria que hoy afluyen, alimentados por la reciente “Marcha Negra”, en la que cientos de mineros, muchos de ellos procedentes de León, hicieron valer su dignidad a lo largo de kilómetros de una España sometida y humillada, convencido de que ninguno de ellos conoce ni de lejos lo que fue la historia del tío Amable en aquellos años de la Guerra Civil y de la II Guerra Mundial, pero claro anticipo de la autoestima que han demostrado los compañeros que lo siguieron en su labor –hoy  casi agonizante- para extraer el mineral con el que millones de españoles en aquellos años daban calor a sus hogares y movilizaba la energía de las industrias y del trabajo.

Vaya este inusual recuerdo como homenaje a quienes intentan en España desarrollar con sus marchas negras o multicolores sus elementales la dignidad humana y la justicia social, así como la democracia verdadera, aquella que excede la mera confrontación electoral o partidista y se legitima con el reconocimiento de los derechos equitativos para todos.

domingo, 19 de febrero de 2012

LA CONTAMINACIÓN AMBIENTAL EN EL MARCO DE LA EXCLUSIÓN SOCIAL Y EL DESEMPLEO

Por Octavio Getino

Uno de los temas que parece dominar los titulares de los medios y hacerse presente en alguno que otro debate social es el del impacto que podrían tener los proyectos de minería a cielo abierto en algunas localidades de la sierra andina. Titulares y debates que superan en estridencia los efectos que están ocasionando desde hace décadas los agroquímicos, probadas fuentes de envenenamiento de la salud humana, allí donde, en lugar de la minería –como sucede en la región central del país y en las provincias pampeanas- son las grandes empresas del agro (el “campo” que le dicen) las responsables de dichos impactos, así como de apropiarse de buena parte de la renta nacional. De cualquier modo, en uno o en otro caso, lo que está pendiente es un debate nacional, serio y fundamentado, que nos permita mejorar las alternativas existentes para un desarrollo nacional y social.

Durante tres o cuatro años de mi exilio en México, tras haber vivido de cerca algunas experiencias en el desarrollo rural de la región andina, me tocó estar al frente de la información ambiental en América Latina y el Caribe –se trataba de la Oficina Regional del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA-ORLAC)- y allí también experimenté de cerca los principales problemas que sacudían a la región en dicho campo. Recuerdo por ejemplo, que en uno de los debates realizados en una Bienal Europea del Film sobre Medio Ambiente (Dortmund, RFA, 1985), observé, tal vez con algo de ingenuidad, las violentas diatribas con que los jóvenes ambientalistas alemanes y europeos se lanzaban contra las chimeneas contaminantes, adjudicándoles la mayor parte de los daños que experimentaba la población de ese continente –y también del mundo- como producto del desarrollo industrial y de su manejo salvaje por parte de las grandes corporaciones locales e internacionales.

Me tocó intervenir en ese debate y para sorpresa de muchos, simplemente valoré el esfuerzo que ellos estaban realizando frente al uso desmesurado de las chimeneas, pero que, por favor, tuviesen en cuenta, al menos para nuestro caso –los países latinoamericanos- que la contaminación mayor en el medio ambiente no provenía de la abundancia de aquellas –signo de desarrollo económico e industrial- sino de su carencia. Y agregué, que en el caso argentino, por ejemplo, había sido en ese período de desindustrialización y caída de las chimeneas preexistentes, donde la exclusión social, la marginalidad y la negación violenta de los más elementales derechos, constituían el mayor y más negativo impacto ambiental, tanto o mayor al que podía proceder de los millares de chimeneas que se alzaban humeantes en buena parte del Viejo Continente. Y agregué: Por favor, déjennos levantar todas las chimeneas que necesitamos y podamos, y a partir de la experiencia europea y mundial, introducir en su manejo las reglas que sean necesarias para que sus efectos no sean del mismo calibre como los que ustedes están denunciando.

No hace falta mucho entendimiento para percibir que son los miles o millones de latinoamericanos a los que se les ha quitado el derecho al trabajo y a la autoestima, los que con su lamentable sobrevivencia en basurales, villas miserias, periferias urbanas, o empujados a la violencia, la delincuencia o la prostitución, expliciten un nivel superlativo de contaminación y deterioro social, y en consecuencia, ambiental, si entendemos al ser humano como sujeto y no como simple objeto para el desarrollo. ¿Hay algo que contamine más nuestras grandes ciudades que los miles de seres humanos –subhumanizados- que se amuchan en pestilentes y contaminantes reductos, cada vez más invasores –a manera de verdadero cianuro- sobre los espacios que algunas décadas atrás aparecían (casi) incontaminados?

También esa corta experiencia en la Oficina Regional del PNUMA, me permitió observar que algunas campañas ambientalistas, no todas, indudablemente, orientadas a la preservación de importantes recursos naturales –por ejemplo la Amazonía o el acuífero guaranítico- tenían su origen en proyectos estratégicos, en particular de las grandes corporaciones norteamericanas y sus instrumentos políticos y militares directos, destinados a preservar aquello que en algún momento podría ser de suma utilidad para su sobrevivencia como naciones imperiales. Preservar, insisto, para apropiarse de aquello que tarde o temprano seguramente puede ser considerado como propio (el Atlántico Sur y las Malvinas son un claro ejemplo).

A lo cual se sumaban los permanentes lobbies de fundaciones ambientalistas o conservacionistas, cuyo mayor interés era el de obtener de los organismos internacionales recursos económicos o financieros para sostener sus campañas, las que en muchos casos valoraban más la existencia de los chimpancés que la de los seres humanos.

Señalo estas observaciones sin que por ello niegue la enorme importancia que tiene la preservación del medio ambiente y las campañas que distintas organizaciones sociales llevan a cabo, de manera valiente y honesta, en una u otra localidad del país o del mundo. Pero parto de la base que todo lo que hace a la vida y a la existencia de seres humanos o recursos naturales es simplemente energía. Y que todo proyecto de desarrollo implica cambios y modificaciones a lo que son las características propias de esa energía. De lo que se trata es de aprovecharla en todo lo posible para el bienestar social y humano pienso, por ejemplo, en la gran minería –que ha servido para el desarrollo de las grandes naciones y también para la sobrevivencia, al menos de las algunas regiones periféricas- aprovecharla, decía, para reintegrar a la misma determinada energía con un valor equivalente –sea social o económico- que permita el mejoramiento de cada comunidad y de cada nación. Lo que no implica de ningún modo omitir los cambios que habrían de efectuarse en los recursos naturales y en la biodiversidad.

La minería es una actividad productiva necesaria, pues proporciona gran parte de las materias primas que todas las sociedades requieren. En su gran mayoría, los materiales que no son cultivados son producidos a partir de recursos extraídos de minas, por lo que son indispensables para el desarrollo de todas las actividades humanas. Pero al igual que todas las actividades humanas, la minería genera impactos sobre el ambiente y la sociedad. Por ello el aprovechamiento de los recursos naturales debe basarse en un tipo de racionalidad que va más allá de la racionalidad puramente económica de la empresa explotadora, y aún más allá de la racionalidad económica con perspectiva ambiental. Esa nueva racionalidad se basa en un modelo de economía ambientalmente sostenible y amigable y ese es el tema que debe ser debatido en favor del conjunto y no de un determinado grupo o sector.

Todo crecimiento implica tensiones y cambios -sin ellos no hay vida posible- y de lo que se trata es de exponer y debatir ideas y proyectos, con reglas claras, como ya se ha dicho, para que tales cambios redunden en beneficio –no sólo de las chimeneas o en el caso del agua en algunas explotaciones mineras- sino de la potenciación de la energía y los derechos sociales y humanos, parámetro de toda posibilidad de desarrollo integral.

Buenos Aires, febrero 2012.

lunes, 7 de junio de 2010

LA DELINCUENCIA COMO METAFORA

Por Octavio Getino

El mismo día que se anunció el recorte del presupuesto educativo en 280 millones de pesos y que se abonó a los acreedores multinacionales la suma de 560 millones en concepto de intereses de la deuda externa, el presidente Menem dispuso la entrega en Plaza de Mayo 250 flamantes automóviles a la Policía Federal, mientras que en el otro extremo de la Avenida de Mayo, los docentes cumplían más de dos años de huelga de hambre. Datos altamente interrelacionados y que tienen que ver directamente con el tema que domina hoy por hoy la agenda de los medios: delincuencia juvenil/inseguridad.