miércoles, 30 de junio de 2010

ALGUNAS EXPERIENCIAS DE INDICADORES Y MEDICIONES CULTURALES EN AMERICA LATINA. *

Por Octavio Getino

1. El desafío de las mediciones culturales.
Uno de los principales desafíos que existen en la actualidad para el diseño y gestión de políticas públicas culturales, y también para los agentes del campo cultural y comunicacional -empresarios, técnicos, autores, artistas o académicos- es la definición de indicadores culturales que sirven a las mediciones cuantitativas y cualitativas del sector. La construcción de indicadores culturales excede la simple recopilación de datos estadísticos y resulta indispensable para servir al dictado de las “indicaciones”, es decir, de las políticas y estrategias que el Estado, o los sectores privados y sociales formulan para su propio interés o para el interés del conjunto. En consecuencia, la construcción y elección de indicadores están condicionadas siempre por el sujeto o el objeto de estudio sobre el que se pretende trabajar para su mejoramiento y desarrollo. Un sujeto que es distinto en cada caso, según sea el contexto social, económico, cultural o político en el que manifiesta su existencia. También, la elección de estos indicadores depende necesariamente de lo que se pretenda realizar con dicho sujeto.
Abordar el tema de los indicadores culturales obliga a precisar inicialmente qué se entiende por Cultura (bellas artes, “alta cultura”, patrimonio artístico, modos de ser, formas de vida, etcétera) definiendo entonces los campos, sectores o áreas en los que ella se manifiesta. La complejidad del propio término ha hecho suponer más de una vez que no hay indicador ni estadística capaz de captarlo en su totalidad. Además, el término Cultura es relativamente nuevo en las constituciones y legislaciones de América Latina. No hace más de dos o tres décadas que las nuevas constituciones sancionadas en algunos países  de la región incorporaron dicho término, suplantando las referencias a Cultura como manifestación elitista de las “bellas artes” o reducto del patrimonio histórico tradicional. Una concepción de carácter amplio y antropológico comenzó a visualizarla como “forma de vida”, aunque ello no cuenta todavía con la unanimidad necesaria. Estamos, pues, hablando de un tema nuevo sujeto a precisiones y a debate como parte de un proceso que tiene aún poco tiempo de vida.
También es muy reciente el tema de las mediciones de la cultura y de su incidencia en el desarrollo  de nuestras sociedades. No fue hasta mediados de los años 80 que la UNESCO creó el proyecto de Estructuras Estadísticas de la Cultura -Framework for Cultural Statistics (FCS)-  y sólo en los 90 la Comunidad Europea estableció un Grupo de Orientación Específico (LEG) sobre estadísticas culturales para la UE. El debate en torno a los indicadores culturales volvió a tomar impulso con el Primer Informe Mundial de la Cultura de la UNESCO, publicado en 1998. Son antecedentes que explicitan la relativa novedad del tema y que hoy no deberían ser omitidos como experiencias necesarias de tener en cuenta si se aspira a nuevos avances en la materia.
Las primeras mediciones que se realizaron tanto en algunas ciudades de Estados Unidos, Canadá o Europa -la primera hecha en Europa recién tuvo lugar en 1984-  la rentabilidad económica o el costo sin retornos que representaban ciertas actividades culturales, por lo general dependientes de organismos de gobiernos municipales o de grandes ciudades, en los erarios públicos. Se trataba de verificar si la Cultura –circunscripta a las manifestaciones de la Alta Cultura, como Teatros y Operas, Orquestas Filarmónicas Municipales, Festivales Internacionales de Artes Escénicas o Musicales, etcétera- significaban una inversión o un gasto, lo cual llevó a que muchos de esos estudios coincidieran en que la Cultura, al menos esas manifestaciones particulares de la Cultura- eran rentables. El inicio de estos estudios y la construcción de indicadores para los mismos estuvo así guiada por criterios de evaluación sobre la rentabilidad económica y el gasto público en algunas de las actividades o los servicios gubernamentales.

2. Algunos antecedentes de mediciones en América Latina.
En los países latinoamericanos, las mediciones de este carácter eligieron desde su comienzo (Argentina, 1992) el sector de las Industrias Culturales, priorizando el abordamiento de su dimensión  económica y su incidencia en la economía en general, el empleo, la balanza comercial y las inversiones. Más tarde, fue en los países andinos y a través de la cooperación del Convenio Andrés Bello (CAB) que comenzó una serie de investigaciones ubicadas en el esquema de “Economía y Cultura” cuya finalidad fue la de medir el impacto de algunas manifestaciones de la cultura, preferentemente sus industrias, en el PIB y la PEA de las economías nacionales (Colombia, Chile, Perú, Venezuela). Los estudios fueron de carácter nacional, aunque en algunos casos se concentraron en la situación de algunas gran des ciudades y sus conurbanos (La Paz, Caracas, Ciudad de México, Buenos Aires, Montevideo, etcétera). A su vez la presencia de organismos internacionales, entre otros OMPI, OIT,  Consejo Británico, BID, OEI, AECI, UNESCO y OEA, en el financiamiento de algunos estudios, llevó a medir también esa dimensión en las áreas del empleo (Brasil), los derechos propiedad intelectual (México, Brasil, Argentina), la integración regional (Mercosur), o las exportaciones de bienes y servicios culturales (Argentina). En términos generales, estos trabajos priorizaron el tema de las mediciones cuantitativas, en base a indicadores estadísticos, para instalar niveles de información que hasta ese momento no existían en el marco de las relaciones de la economía con la cultura. Vale destacar que la casi totalidad de estos ejemplos, no devino de iniciativas del sector privado ni social, sino de los organismos gubernamentales de cada país o aquellos de carácter regional o internacional.
También se iniciaron en la última década estudios relacionados con temas vinculados a lo cualitativo de la incidencia de los medios de comunicación y de las actividades y servicios gubernamentales o sociales en la cultura. Aquí se sumaron también a ciertos programas de encuestas e investigaciones sobre Consumos Culturales que estuvieron a cargo de organismos gubernamentales (Colombia, Venezuela, Argentina) la iniciativa de algunos espacios investigativos académicos (Uruguay, Venezuela, México), iniciando una labor de complementación entre lo cualitativo de las demandas, los consumos y los imaginarios colectivos, y lo cuantitativo de la producción, los mercados y las exportaciones. En ese contexto se afirmó la conciencia en algunos gobiernos nacionales o de grandes ciudades, sobre la necesidad estratégica de implementar sistemas de información cultural, como los que han comenzado a ser diseñados por algunos ministerios u organismos responsables de Cultura en Iberoamérica y que hoy permiten contar con algunos centros o laboratorios culturales dedicados a reunir y procesar información que sirva al mejoramiento de las políticas públicas y al desarrollo del sector. El tema también fue asumido como propio por algunos gobiernos de grandes ciudades, como Buenos Aires (Observatorio de Industrias Culturales), e incluso por instituciones del sector privado, como el Banco Itaú de Brasil (Observatorio Itaú Cultural)
En menos de dos décadas, los países de América Latina, incluyendo algunas de sus grandes ciudades, han comenzado a desarrollar una labor inédita para medir las relaciones y las incidencias mutuas entre cultura, economía y sociedad, que se traduce en una amplia bibliografía así como en decisiones y acuerdos de distinto tipo para avanzar en la materia. Pero también es posible constatar que estos trabajos no quedaron limitados a elementos documentales o bibliográficos, sino que en algunos casos contribuyeron al cambio o al mejoramiento de políticas y legislaciones. La nueva Ley de Cine de Argentina no hubiera sido posible, tal vez, sin los estudios que se habían realizado con anterioridad para conocer las relaciones del cine con la televisión y el video en el llamado Espacio Audiovisual Nacional. Otro tanto sucedió posiblemente con la nueva ley de cine de Colombia, en cuya concreción coadyuvo el estudio sobre el impacto de dicha industria en la economía de dicho país. O finalmente, la nueva legislación cinematográfica de Venezuela, que se ocupó de incorporar buena parte de los aportes de los países vecinos. A su vez, nuevas políticas y legislaciones de carácter sectorial (libro, disco, teatro, etcétera) están siendo elaboradas en algunos países de la región y a ello ha contribuido el trabajo de las investigaciones, estudios y encuestas referidas, así como la preocupación por tener indicadores que lleven a la obtención de datos e información suficientemente confiable. Son experiencias que no deberían omitirse en cualquier análisis que se lleve a cabo para el mejor aprovechamiento de las mismas, según las posibilidades y necesidades de cada país o cada ciudad.

3. La dimensión económica como protagonista de las mediciones.
En este punto no debería omitirse el grado de dificultades existente en toda labor de recopilación y procesamiento de datos estadísticos relacionados con la economía. No es casual que la UNESCO renunciara años atrás a elaborar indicadores culturales de alcance mundial y se limitará a reunir datos de los países ateniéndose a indicadores generales, de escasa significación y fiabilidad de valor meramente cuantitativo. Tal como señala el investigador catalán, Lluís Bonet, la información estadística disponible sobre el sector cultural es escasa, con limitadas series temporales, poco homogénea país a país, provincia por provincia, y con una muy baja capacidad para ajustarse a las nuevas necesidades informativas del mundo contemporáneo. Generar estadísticas es caro, requiere rigor y continuidad temporal. Los gobiernos y sus instituciones con responsabilidad o fondos para llevarlas a cabo (institutos de estadística, bancos centrales, ministerios) tienden a concentrarse en las grandes magnitudes económicas y sociales, o bien en aquellos indicadores requeridos desde las instituciones intergubernamentales. La cultura, en general, no forma parte de ellos.
Por otra parte, los indicadores y clasificadores vigentes continúan respondiendo a los esquemas clásicos de las mediciones económicas, en las cuales lo cultural podía ser aleatorio o prescindible. Además, la realidad cultural que pretenden describir los distintos sistemas estadísticos no es algo estático, sino dinámico en función de la relación de fuerzas entre los distintos agentes que intervienen en un sector. Los datos que se recogen, vía encuesta o registro, dependen en buena manera del modelo o modelos interpretativos al uso. Es en función de cada uno de ellos, y de las variables consideradas como básicas, que habría que pensar en elaborar indicadores distintos. A esto cabe añadir la dificultad para definir los ámbitos que componen la cultura como sector, y su heterogeneidad productiva al reunir en su seno actividades industriales junto a actividades artesanales y a un largo número de servicios. La dimensión y trascendencia económica y social de cada uno de ellos es muy dispar. Así, pues, no es extraño que se disponga de más información sobre los subsectores industriales más tradicionales (libro, cine, disco), o con una mayor presencia de la administración pública (bibliotecas, archivos, museos), que sobre los más nuevos (video, multimedia) o artesanales (artes plásticas, artes escénicas). Los medios de comunicación, por ejemplo, detallan periódicamente el volumen de la piratería musical estimada pero es muy difícil saber la estructura de financiación del sector y la distribución de sus ventas. Esta es una realidad que se repite permanentemente y que llega a su mayor paradoja con la enorme publicidad que recibe el precio máximo pagado en subasta por una pintura conocida, y la enorme opacidad existente sobre la realidad económica y social del mercado del arte.
Recapitulando. Las experiencias más relevantes efectuadas en países y grandes ciudades de América Latina se tradujeron en investigaciones y estudios sobre:
. Dimensión económica de algunos sectores de la Cultura (industrias, actividades, servicios).
. Incidencia de algunos sectores de la Cultura en el PIB, la PEA y la Balanza Comercial nacional (industrias, servicios).
. Consumos culturales (encuestas) e imaginarios colectivos sobre Cultura.
. Construcción de indicadores para la medición estadística de determinados sectores de la Cultura (industrias, servicios).
. Mapeos y cartografía de los recursos culturales (patrimonio, servicios, industrias) existentes en algunas ciudades o países.
Pese a las dificultades existentes, estas experiencias representan un avance notable con relación a situaciones de años atrás, aunque todo indica que se está en el inicio de un proceso necesario de ser perfeccionado y corregido desde la propia práctica y que sólo podrá resolverse en el mediano y, más posiblemente, en el largo plazo.

4. La medición de la incidencia de las políticas culturales en la sociedad.
En ciertas circunstancias determinadas por la exigencia de políticas gubernamentales, nacionales o municipales de desarrollo, aparece en nuestros días una preocupación mayor que va más allá del interés por conocer la dimensión económica de la Cultura. Se trataría en este caso de avanzar hacia un nuevo estadio que sea capaz de articular los trabajos y proyectos sobre economía y cultura, con otros de tanto o mayor valor, como pueden ser los de analizar las relaciones entre Cultura y Sociedad. Cuando en el Gran Caracas se incorpora en una encuesta gubernamental la pregunta sobre qué actividad hacen sentir más venezolano a los propios venezolanos, ya no se trata de medir su disposición al consumo de bienes o servicios culturales. Está apelándose al imaginario de los ciudadanos sobre la valoración de su propia identidad. O, de igual modo, cuando el Ministerio de Cultura de Colombia, introduce en una encuesta parecida qué actividades o disciplinas son asociadas espontáneamente por los consultados a la palabra “cultura”, también se indica un avance en una preocupación parecida. Este es un campo que todavía presenta muchas más carencias y limitaciones que el que estaba siendo referido sobre las estadísticas de la economía de la cultura. Y que, por lo tanto, representa un formidable desafío para avanzar en un conocimiento más acabado de lo que está sucediendo en las culturas locales, particularmente en tiempos de globalización económica, y de marginalidad y exclusión social.
Aparecen también otros desafíos en materia de mediciones y construcción de indicadores culturales. Ellas se hacen presentes en determinados espacios públicos cuando, por circunstancias políticas, sociales o económicas, se hace necesario ir más allá de los datos duros de la economía e incluso de las estadísticas sobre consumos culturales e imaginarios colectivos. En este caso se trata de investigar, con los indicadores adecuados, la incidencia que tiene la labor cultural que desarrollan gobiernos nacionales o municipales –inclusive organizaciones sociales- en las “formas de vida” de la sociedad, sea a favor de la solidaridad y la equidad, o de la violencia y el autoritarismo. De la identidad o de la des-identidad. Del desarrollo o del desarrollo del sub-desarrollo.
También este tema ha comenzado a formar parte de la agenda en algunas reuniones recientes de funcionarios y expertos quienes procuran construir sistemas de información cultural que excedan lo meramente cuantitativo y economicista. Pero las dificultades para avanzar en este sentido son muchas y de muy diverso tipo. Si en la medición o evaluación de datos estadísticos, los interrogantes a menudo –por más precisión que ellos tengan- son mayores que las respuestas, en la que corresponde a este tipo de incidencias entre Cultura y Sociedad no existe sólo una falta de respuestas, sino, sobre todo carencias en cuanto a definir las preguntas que podrían ser más adecuadas.
En este punto también se hace necesario a veces conocer el impacto cultural directo y la eficiencia o la eficacia de las políticas y acciones emprendidas por organismos gubernamentales u organizaciones sociales, las que, además de poder encuadrarse en objetivos meramente culturales, también podrían extenderse a diversas políticas y programas en otros campos del desarrollo. Al respecto es conocida la decisión de instituciones de cooperación internacional (PNUD, CEPAL, BID, etcétera) de condicionar sus ayudas a la inclusión en determinados proyectos de ciertos indicadores que permitan conocer el impacto de los proyectos de cooperación en la cultura de los sectores involucrados, así como la de estos en el desarrollo de los propios proyectos. Sin embargo, la complejidad y el costo que representarían esos estudios indujo a menudo a los organismos gubernamentales o socioales de aplicación a privilegiar la elaboración de indicadores de carácter económico (cuantitativo), más fáciles y rápidos de procesar, y a relegar otros de tipo social o cultural que exigen de análisis cualitativos y exceden lo meramente económico.
Cualquier avance en este sentido debería partir del reconocimiento de que, en gran medida, las actitudes, conductas y  valores predominante en nuestras sociedades, o en alguno de sus sectores, están marcadas más por situaciones macro (políticas, económicas, sociales, ambientales, etc.) que por la presencia o ausencia de políticas específicas para el sector Cultura, sea a nivel nacional, provincial o municipal. Han sido precisamente esas políticas y las situaciones de las cuales ellas proceden, las que han impactado más que ningún programa o acción sectorial en la cultura de la ciudadanía. Los ministros de Economía y Hacienda al igual que los organismos e instituciones financieras locales o mundiales, han incidido más en la cultura de nuestras sociedades, que lo que pudieron hacer, incluso con las mejores intenciones, nuestros ministros o responsables gubernamentales de cultura. Ello obliga a construir variables e indicadores de análisis que exceden lo específico de la relación Cultura-Ciudadanía, y a incorporar en las encuestas y consultas preguntas orientadas a conocer los impactos y la incidencia de esas políticas macro en las actitudes, valores y comportamiento de la población o de alguno de sus sectores. Una información indispensable para su confrontación con la que pueda devenir de las consultas que se realicen en torno al impacto de las acciones específicas de los organismos o instituciones de la Cultura. Es aquí donde ya no son suficientes economistas o expertos en estadística, sino que se haría necesaria una labor interdisciplinaria de la que tampoco podrían estar ausentes politólogos, sociólogos, antropólogos, gestores culturales, además de los principales agentes del sector, incluyendo a representantes de la propia comunidad.
La construcción de indicadores que permitan una medición y evaluación crítica de los aspectos cualitativos –relaciones Cultura-Sociedad- depende seguramente de concebir este desafío como parte de un proceso a largo plazo, para el que no hay recetas probadas ni “indicaciones” de valor absoluto. Estos indicadores dependen a su vez, de definiciones previas, distintas en cada caso, según el espacio y el momento concreto que se elija como objeto de estudio (un país, una ciudad, una región, una determinada actividad, un servicio, una industria, etcétera). Las recetas “genéricas” podrían servir de aliciente a falta de otros recursos, pero deberían ser adaptadas a las circunstancias específicas -tiempo, espacio y sector- del sujeto sobre el cual queremos incidir para su efectivo desarrollo. Todo indica que lo más recomendable sería identificar o precisar la política que se propone en un determinado espacio sociocultural y como parte de la misma, elaborar las estrategias necesarias en la relación Cultura-Sociedad, dentro de las cuales deberían definirse los indicadores y sistemas de medición que sean acordes con dicho propósito.
A fin de cuentas, está probada la validez de ciertos instrumentos para la medición de elementos físicos y tangibles –el metro o el kilógramo, por ejemplo, resisten el paso del tiempo y sirven en todo el mundo- pero ello no puede ser trasplantado a una realidad como la cultural, dinámica, cambiante y con parámetros de medida sujetos habitualmente a cambios poco previsibles.

5. Las dificultades de las mediciones cualitativas.
El principal objetivo de la evaluación del impacto de programas y actividades gubernamentales –nacionales, provinciales o municipales- en el sector cultura suele ser el de conocer si los mismos están respondiendo a los objetivos y resultados previstos y, en caso contrario, precisar las razones del fracaso, indagando los niveles de efectividad y también los de eficacia, lo cual implica medir siempre la relación existente entre el costo y los beneficios de cada programa. Pero, el problema que a menudo se presenta en estas evaluaciones es la ausencia todavía de suficientes experiencias en la materia, lo cual dificulta la elaboración de una conceptualización crítica adecuada, a lo que se suma la falta de datos o la dificultad para acceder a los mismos. Además, en la medida que se requiere de consultas o encuestas de diverso tipo de carácter interdisciplinario –no son suficientes las estadísticas meramente cuantitativas- costos y presupuestos disponibles no siempre coinciden, agravado por el hecho los resultados de aquellas difícilmente puedan ser obtenidos en el corto plazo.
Evaluar la incidencia sociocultural directa o indirecta programas y actividades culturales en un espacio determinado –nación, ciudad, distrito, municipio- o en una comunidad o grupo social –adolescentes, marginales, tercera edad, etcétera- significa ante todo poder conocer (cualitativo), cuantificar (cuantitativo), analizar y comparar diferentes variables de tipo o de incidencia cultural durante el lapso de tiempo previsto en cada programa cultural. Para ello es siempre necesaria una evaluación o inventario previo, para realizar la comparación con la situación que se evidencia durante la ejecución del mismo o tras su finalización, siempre teniendo en cuenta que el ciclo de vida del proyecto alcanza a su evaluación.
La medición del impacto cultural de un programa o una actividad gubernamental o social obliga además a considerar junto con los elementos y acciones que participan del mismo, aquellos otros que aparecen relacionados de manera concomitante y paralela con el programa o la actividad –políticos, económicos, sociales, etcétera- y cuya incidencia puede afectar la marcha de los programas en cuestión. Además, el propio sujeto que pretende ser medido no puede acotarse a una definición cerrada: el propio concepto de cultura carece todavía de una definición universalmente aceptada. Se trata por ello de establecer mediciones e indicadores que sean útiles en una realidad dinámica -la cultura no es, está siendo- por lo que los efectos de cualquier actividad cultural que se realice pueden exceder los plazos considerados en el propio proyecto o programa de trabajo. Ello obliga a encarar cualquier estudio evaluatorio de impacto cultural con una visión abarcadora y a utilizar herramientas procedentes de distintas ciencias y disciplinas, como la sociología, la antropología, la política, la sicología social, la economía, entre otras.
Por otra parte, la evaluación de un impacto sociocultural sólo puede hacerse con relación a algo que pueda “medirse” –variable- entendida esta como aquella característica empíricamente observable de algún fenómeno que puede representar más de un valor- algo cuyo valor sea susceptible de evidenciar algún tipo de cambio para que pueda decirse que dicha alteración se asocia a una acción que hemos introducido. Sin embargo, para poder ver –“evaluar”- la magnitud o características de esa “variación”, necesitamos observar datos “concretos” (indicadores) que, solos o en conjunto, nos dan la pauta de la “perturbación” de esa variable. La conveniencia de contar con conceptos que puedan asumir distintos valores o en los cuales es posible discernir más de una categoría, clase o dimensión es de capital trascendencia dentro del ámbito cultural en el cual, si bien la realidad se resiste en muchas de sus dimensiones a ser cuantificada, no es impracticable intentar categorizar.
En la medida que para evaluar la incidencia o el impacto social de una actividad cultural determinada ha de requerirse de parámetros que permitan probar cambios en la realidad tratada, en algunos países se utilizan  diversos indicadores, los que en su conjunto, permiten aproximarse al conocimiento de los cambios ocurridos en las variables, es decir, en lo que se intenta operar. El Programa Argentino de Desarrollo Humano (PADH), por ejemplo, desarrolla su labor utilizando tres grandes grupos de indicadores con el fin de medir la capacidad y disponibilidad de los sujetos u objetos sobre los cuales se aspira a introducir cambios. Ellos son:
- “Indicadores de insumo”: intentan medir medios disponibles, representando las potencialidades de desarrollo existentes en el sector cultura (programas, recursos, presupuestos, etc.).
- “Indicadores de acceso”: buscan registrar la factibilidad de aprovechamiento efectivo y las oportunidades de la comunidad o de un sector de la misma para acceder a los medios disponibles.
- “Indicadores de resultado”: se centran en los datos obtenidos en con la articulación de los de insumo y de acceso, en el intento de optimizar sus resultados.
Finalmente, el trabajo de encuestas y consultas con indicadores elaborados para medir los efectos de determinada política o programa cultural, requiere de una articulación entre sus resultados estadísticos y la elaboración analítica y reflexiva de los mismos a la luz del contexto en que se obtuvieron aquellos. Contexto que remite a las circunstancias macro de carácter político, económico y sociocultural, y en cuyo marco podrán elaborarse recomendaciones de cartácter orientativo, siempre sujetas a su experimentación concreta para introducir los cambios que vaya recomendado su aplicación.
Existe en ese sentido una vasta serie de temas que requieren de estudios e investigación y que no exigen necesariamente de la definición previa de indicadores, dado que pueden basarse en datos estadísticos, pero también en reflexiones conceptuales, incluso percepciones, relacionadas con lo que diversos estudiosos y investigadores piensan sobre las experiencias que se llevan a cabo en el sector Cultura. Buena parte de los mejores aportes a un conocimiento también científico sobre estos temas han procedido de intelectuales y especialistas provenientes del campo académico o de la propia gestión cultural y ellos complementan, con una visión más abarcadora, los datos que proceden de las encuestas y las estadísticas. Ello permite recomendar la elaboración de proyectos de estudio e investigación de aquellos temas que se entiendan necesarios para mejorar la gestión de los organismos gubernamentales y sociales vinculados con esta problemática. Resulta obvio que la definición de dichos temas depende de las circunstancias de cada contexto histórico donde se elaboren políticas de desarrollo en Cultura.

6. Mediciones de consumos e imaginarios.
El trabajo interdisciplinario, las encuestas y consultas en la población, son recursos que ya han venido utilizándose en ciudades y países de la región con resultados dispares (Bogotá, Caracas, Buenos Aires, Ciudad de México, Montevideo, etcétera). En esa labor, la elaboración de indicadores debería responder a las “indicaciones” o políticas que sean beneficiarias de dicho trabajo. Ellas pueden ser congruentes con los intereses de la comunidad o de parte de ella –un claro desafío a las políticas públicas- o, como suele ocurrir a menudo, serlo solamente con los intereses de algún sector o fracción social. Definir estos propósitos parece ser indispensable para optar entre los múltiples indicadores posibles, que a su vez, podrían desprenderse de las experiencias también preexistentes en consultas y encuestas (hogar, consumos, imaginarios, etcétera) o de los diversos estudios de carácter más abarcador e integral que están siendo realizados en algunos países y ciudades de la región.
Son experiencias que están comenzando a desarrollarse en algunas ciudades y países, condicionadas por los grados de estabilidad o inestabilidad de las políticas macro existentes en cada lugar y que demandan de un trabajo de talleres y encuentros para facilitar los intercambios, la cooperación e incluso la coproducción de programas allí donde estos sean de interés mutuo. Habría que partir de la base de que más allá de los objetivos y el marco metodológico de cada programa o proyecto de acción cultural, no existen aún –ni probablemente existan alguna vez- modelos ni recetas globales para el análisis del sector cultural. Ningún análisis permite por si solo una evaluación exacta de la realidad y del impacto social o económico de determinadas políticas culturales. Parafraseando a Lluís Bonet, especialista en estas cuestiones, aceptar la fragilidad referida no debe impedir la tentativa de construir modelos de análisis y de indicadores adecuados lo más perfectos posibles. A esa finalidad está contribuyendo desde hace poco más de dos décadas el trabajo realizado en nuestros países por economistas, sociólogos, antropólogos, historiadores, politólogos y gestores públicos y sociales de la cultura. Un trabajo todavía incipiente, con más limitaciones tal vez que suficiencias, pero suficientemente serio y riguroso como para ayudar a construir los sistemas de información, medición y evaluación de aquello que realiza la administración pública y las organizaciones sociales en el campo de la cultura.

7. El OIC de Buenos Aires: un caso de estudios y mediciones culturales.
La experiencia realizada en la Ciudad de Buenos Aires, en lo que se refiere a tres años de actividad de un Observatorio de Industrias Culturales (OIC) dependiente del gobierno de la ciudad, y limitado a ese sector de la Cultura por circunstancias más casuales que premeditadas, permitiría rescatar dos principales líneas de trabajo tal vez de interés en situaciones análogas. Una de ellas, es la que un observatorio o laboratorio, afin de cuentas, sistema de información cultural, cubre un vacío enorme cuando trata de reunir, procesar y poner en servicio público información fiable sobre la situación de un campo de la cultura, sea éste cual fuere. Vacío que es mayor aún en el sector de las PyMEs, donde la disgregación  y la carencia de recursos suficientes para operar en este tipo de sistemas, les impide competir de manera realmente efectiva con las grandes empresas y conglomerados, dueños estos de poderosos sistemas de datos y de información que solo salen parcialmente a la luz cuando lo requieren sus intereses sectorizados.
Este tipo de observatorios o sistemas de información, al igual que ocurre con los de estadísticas nacionales, seleccionan los campos que estiman más pertinentes para su trabajo, pero dejan en manos de la sociedad, los agentes del sector y el propio Estado, los usos diversos que cada quien quiera hacer con dicha información. Esta es una primera función, la que no se limita a la obtención y procesamiento de datos, sino de elaborar  determinadas herramientas a partir de los mismos datos que faciliten la comprensión de la información  y le den sentido a la misma. Los datos pueden ser utilizados por economistas, sociólogos, comunicadores sociales, etcétera, pero los indicadores responden no tanto a fines descriptivos sino de evaluación para comprobar el progreso o el retroceso de las políticas y programas que se establecen en determinadas situaciones. El dato puede servir a la divulgación en los medios pero el indicador ayuda a los responsables de las políticas a la toma de decisiones.
En el caso del Observatorio de la Ciudad de Buenos Aires se evaluaron distintas alternativas para el ordenamiento de los datos u la información cultural. Existía un antecedente mundial como era el que la UNESCO había establecido en 1986 para clasificación por sectores y subsectores el campo de la Cultura y que se dispuso de este modo: Patrimonio cultural (monumentos históricos, arqueología, museos, archivos); Impresos y literatura (libros, diarios y revistas, bibliotecas); Música y artes del espectáculo (música, teatro musical, teatro, danza); Artes visuales (pintura, escultura, artes gráficas, fotografía); Audiovisual (cine, video, radio, TV). También se consideraron otras, como las de algunos organismos ministeriales de Cultura, como el de España, cuyo clasificación concentraba los estudios sobre datos y cifras de la Cultura en tres grandes áreas: Actividades culturales (las que provienen de la iniciativa de grupos e instituciones sociales con fines de autoexpresión y sin fines de rentabilidad económica, como festividades religiosas, juegos, usos del tiempo libre, etc.); Servicios (aquellos que brindan los organismos públicos o entidades privadas o sociales para el uso de bibliotecas, museos, archivos, monumentos históricos, artes escénicas, etc.), e Industrias culturales (las ocupadas de la producción y difusión de obras culturales y comunicacionales destinadas a satisfacer o promover demandas de contenidos simbólicos: libros, diarios y revistas, discos, radio y televisión, cine, video, etc.). En la Ciudad de Buenos se procedió a concentrar inicialmente el trabajo en el área de las Industrias Culturales, para lo cual se estableció una serie de indicadores de medición estadística y también propósitos de reunir información no meramente cuantitativa, por ejemplo, estudios y análisis que se llevan a cabo sobre este campo de la Cultura.
Los indicadores seleccionados en la Ciudad de Buenos Aires guardan también algún parentesco con los que fueron de aplicación común en otros países de la región y también con los que implementó luego la Secretaría de Cultura de la Nación argentina. Aunque su origen estuvo en las estadísticas, en el tratamiento de las mismas se definió el tipo de datos que era necesario para las políticas culturales del gobierno de la Ciudad, estableciendo metodologías adaptables a la realidad de dicho espacio y de dichas políticas. Se eligió por ello como características principales de los indicadores: que los mismos sean confiables, además de ser comparables en el tiempo y en el espacio. Además que sean simples, accesibles y relevantes para las políticas culturales y también para las  necesidades de los agentes del sector. Pero a un sistema de estas características le corresponde ir más allá de la recopilación de información preexistente según la buena o mala disposición de las fuentes consultadas (cámaras, asociaciones, sindicatos, organismos públicos, etc.), construyendo la información necesaria, particularmente la de carácter cualitativo, para su inserción en las políticas y estrategias públicas.
Cabría agregar que en la experiencia del OIC se entendió como necesario mantener relaciones fluidad con los principales referentes del sector, para lo cual se llevaron acabo con alguna periodicidad reuniones de reresentantes de cámaras empresariales, asociaciones y sindicatos, es decir, los agentes directamente vinculados a la producción y a los mercados;  creación de un consejo asesor de especialistas y académicos para la publicación de una revista (“Observatorio”) dedicada a trabar los problemas del sector con un mayor énfasis en la reflexión y el análisis crítico; organizar un sitio Web con información abundante sobre los temas que son de mayor importancia en las industrias culturales nacionales, y difundir, a través de un boletín electrónico, información mensual seleccionado para un mailing de más de cuatro mil destinatarios, entre los que figuran los representantes de los poderes legislativo y ejecutivo, los agentes de la producción y el trabajo, el espacio académico y los medios de comunicación, así como investigadores y personalidades de la cultura involucrados en estos temas.
De cualquier modo, tal vez una de las limitaciones de un proyecto como el del OIC sea la de no contar todavía con normativas político-institucionales que le permitan desenvolverse con autonomía técnico-operativa y que deban depender de los cambios periódicos de políticas y funcionarios en la Ciudad. Si bien hasta ahora, año 2007, en sus apenas tres años de vida, no ha experimentado ninguna intromisión que pudiera desvirtuar su cometido, el desafío que se presenta de aquí en más, es gestionar y obtener el reconocimiento de autonomía que también es propio, al menos operativamente, en organismos de medición como pueden ser los que se ocupan de las estadísticas nacionales en economía. Son limitaciones a tener en cuenta, porque también ellas están presenten en proyectos del mismo tipo cuando los mismos salen de las áreas de gobierno y se enmarcan en otras, aparentemente más independientes y estables, como pueden ser fundaciones privadas o espacios académicos. Aquí, las experiencias han demostrado tanto virtudes como falencias: en el caso universitario las limitaciones presupuestarias y en las fundaciones u organizaciones del sector privado, la tendencia a colocar estos proyectos en función de los intereses sectoriales patrocinantes, en lugar de hacerlos servir para el conjunto de la sociedad. Temas a reflexionar y cuya definición se corresponde en todo caso con las circunstancias particulares que tenga cada lugar donde se aspire a crear o recrear este tipo de iniciativas. La creatividad es también aquí un recurso tan indispensable como lo es para el artista plasmar sus sueños en alguna de sus obras.


* En este trabajo se han tomado como referencias bibliográficas principales aporte de  Lluís Bonet i Agustí, Reflexiones a propósito de indicadores y estadísticas culturales, Portal Iberoamericano de Gestión Cultural. (www.gestióncultural.org) y el trabajo final de asignatura de Silvia Inés Aria, Geraldo M. Bugarín y Ana Carolina Garriga, Análisis del impacto cultural de planes, programas y proyectos: una propuesta, para la Maestría de Gestión y Políticas Culturales del Mercosur, Cátedra UNESCO de Derechos Culturales de la Universidad de Palermo, Buenos Aires, 2000.

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