Las industrias audiovisuales han desempeñado a lo largo del siglo un papel fundamental en el acercamiento de las culturas latinoamericanas, y en particular, las correspondientes a los países de Sudamérica. Primero el cine, luego la televisión y por último las intercomunicaciones satelitales y las nuevas tecnologías audiovisuales han facilitado a nuestros pueblos niveles de intercambio y de autoreconocimiento que superan con creces los logrados por la actividad de otros sectores de la cultura y la comunicación social.
Pero la importancia de este sector no se limita a los campos de la cultura y la comunicación. Día a día se hace cada vez más visible su enorme incidencia en la economía y en la vida social de las naciones, particularmente en las de mayor desarrollo, donde están generando más empleo que cualquier otro sector industrial, representando sus ventas globales el 12% del valor de la producción industrial en todo el mundo.
La significación estratégica del sector ha comenzado a ser motivo de interés, tanto del sector público como de empresarios, productores y cineastas, como lo prueban los diversos encuentros y festivales convocados en los países mercosureños (ejemplos de ello son el Amerigramas, realizado en distintas oportunidades en Buenos Aires, o el Florianopolis Audiovisual Mercosul, de Brasil) así como algunos acuerdos entre productores cinematográficos, como es el de la reciente creación de la Asociación de Productores Audiovisuales del Mercosur, APAM. A ello se suman investigaciones y estudios que comienzan a analizar los procesos de convergencia existentes entre las nuevas tecnologías audiovisuales, las telecomunicaciones y la informática regional, como recursos que pueden servir para el desarrollo de nuestra producción audiovisual –de mediar políticas adecuadas- como para acentuar nuestra dependencia y sometimiento a los modelos dominantes, particularmente el norteamericano.
Actualmente, la mayor capacidad productiva del sector se concentra, como sucede con las industrias culturales en general, en Brasil y Argentina, los países de mayor desarrollo que representan, entre otras cosas por la mayor dimensión de su población, los índices más elevados de producción y de consumo de medios audiovisuales y bienes y servicios culturales.
La producción cinematográfica que desde los años 60 tenía a Brasil como el país más desarrollado de la región (más de 50 largometrajes en 1965, frente a un promedio de 30 por año en Argentina), se centraliza en la actualidad en la Argentina, aunque la industria brasileña, debido a los cambios recientes de su legislación, está retomando en parte la dimensión que tuvo años atrás. Ambos países, a los cuales se ha sumado Chile en los últimos años (2 largometrajes en 1997 y más de una docena previstos para el año 2000) cuentan con un fuerte prestigio internacional en lo referente a la calidad estética y técnica de sus producciones.
En el sector televisivo, Brasil aparece como uno de los exponentes más importantes del mundo –habiendo alcanzado con sus imágenes a más de cien países de todo el planeta- lo que le ha permitido difundir aspectos relevantes de su cultura. El desarrollo satelital y las nuevas tecnologías facilitan el rápido crecimiento de nuevos sistemas de TV como son los de la televisión codificada o por cable. Ello permite a las emisoras de algunos países, como Argentina, Brasil y Chile, proyectarse con sus imágenes sobre la región. Baste recordar que, Argentina, por ejemplo, cuenta con más de 5 millones de hogares asociados a la TV cable (54% de la población nacional) con acceso directo a canales de los países vecinos. En Brasil esa cifra se eleva a 3,6 millones (9,8% de penetración), mientras que el porcentaje de hogares asociados a la TV cable y a los sistemas codificados, es de 30% en Uruguay (con más de 400 mil hogares abonados), 19,9 en Chile y 15,9 en Paraguay.
Producción y consumo audiovisual se localizan además en una o dos grandes ciudades de cada país limitándose las provincias del interior a retransmitir o a consumir los productos elaborados en aquellas o en los espacios más desarrollados de la región. La disgregación es, en este caso, un elemento distintivo de todos los países del Mercosur. Así, por ejemplo, en la capital argentina y sus alrededores se concentra el 70% del consumo cinematográfico, tal como se repite en Asunción del Paraguay o en Montevideo. Un grupo multimedios, como Globo en Brasil, tiene tanto poder o más que todos los otros grupos reunidos. Tres grandes empresas de multimedios en la Argentina, controlan más del 60% de lo que se produce o retransmite en los medios nacionales.
En lo específico de la industria del cine, pese a los reiterados acuerdos y protocolos suscriptos entre Argentina y Brasil, el intercambio es aún altamente limitado. En este rubro, los costos de doblaje o de subtitulado atentan contra el intercambio, particularmente en los casos donde no se confía en lograr un volumen razonable de mercado. Algo parecido sucede con la producción televisiva. En este caso, ninguno de los países de la región ha logrado contar con una presencia significativa en el mercado brasileño. En cambio, la producción de ese país, particularmente el rubro "telenovela" ocupa parte de la programación de los canales en otros países del Mercosur.
Se destaca en el último período la realización de acuerdos entre ambos países para incentivar el intercambio cinematográfico. Uno de ellos está relacionado con la codistribución de paquetes anuales de películas en uno u otro territorio, con el apoyo de los organismos nacionales de cine.
Otro avance significativo de 2004, es el inicio del funcionamiento de la RECAM (Reunión Especializada de Autoridades Cinematográficas y del Audiovisual del MERCOSUR), una mesa de trabajo que acordó en su última reunión, de diciembre de 2003, la puesta en marcha de estudios y actividades conjuntas (observatorio audiovisual, cuotas de pantalla, distribución, red de salas, legislación compatible, etc.), entre las que figura el funcionamiento de una Secretaría Técnica que estaría ubicada en Montevideo, con el apoyo de los países de esta subregión (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y asociados: Chile y Bolivia)
En este rubro, Paraguay y Uruguay son prácticamente espacios periféricos de la Argentina y el Brasil. De acuerdo a un estudio efectuado en la ciudad de Montevideo, en septiembre de 1993, el 50% de los programas emitidos a partir de la hora 20,30 tenía como origen a los EE.UU., mientras que el 28,4% procedía de la Argentina, el 10,4% de Brasil y sólo el 7,6% estaba originado en Uruguay.
La creciente competencia interna e internacional en el marco de la globalización económica, ha empujado a las industrias audiovisuales a desarrollar fuertes procesos de integración inter-empresarial de los que participan diversos medios, e inclusive, actividades económicas ajenas al sector. El país con mayor experiencia en ese sentido es Brasil que, al igual que sucede con México, cuenta desde hace varias décadas con poderosos holdings de la cultura, los medios y los espectáculos. El ejemplo más destacado en este sentido, es el conglomerado empresarial de la Organización Globo, de Brasil, que maneja un conjunto de poderosas industrias de los sectores de la radiodifusión, la industria editorial, empresas electrónicas, editoras de video, compañías fonográficas, agencias de espectáculos, galerías de arte y otras actividades económicas con una facturación que supera los 1.300 millones de dólares por año.
En el último período, Globo ha estado presente como productora o coproductora en los filmes brasileños más exitosos, estimándose que participa activamente en las recaudaciones de las cuatro o cinco películas más taquilleras.
Otros emprendimientos de parecido carácter compiten en el interior del Brasil, como el del Grupo Abril, con base en la industria del libro y de las publicaciones periódicas y hace poco tiempo lanzado a disputar la significativa torta publicitaria del audiovisual con inversiones en canales de TV de UHF y señal codificada y en la edición de video pregrabado.
En la Argentina se ha producido el mismo fenómeno en los últimos años, con la incursión de empresas procedentes del campo editorial, en medios audiovisuales, espectáculos, deportes, telecomunicaciones e inversiones financieras. El más importante de estos conglomerados, es el Grupo Clarín, que comenzó a ocupar en 1990 espacios en la televisión de señal abierta y de cable de todo el país, en emisoras de AM y FM, empresas del espectáculo y los deportes y en compañías telefónicas. A estos grupos se han incorporado a fines de los ´90 importantes inversiones procedentes del capital financiero transnacional (CEI Citicorp Holding) y de grandes compañías de multimedios, y de telecomunicaciones, como TCI, de EE.UU. y Telefónica Internacional (TISA), de España, lo que elevó la facturación anual del grupo a más de 2.500 millones de dólares por año.
Actualmente el 80% de las recaudaciones de cine en la Argentina reconoce alguna presencia de los dos grandes conglomerados (Clarín, vía Patagonik, Disney/Buena Vista) y Canal Telefé/Sono Film/Telefónica.
Este fenómeno de creación de conglomerados de multimedios de comunicación y de cultura tiene sus ejemplos, en una escala más reducida, en Uruguay y Paraguay.
En materia de nuevos medios, los conglomerados argentinos se han lanzado a experimentar su comercialización, en otros países además del propio. El grupo Atlántida de la Argentina ha procedido a incorporar una red de TV cable que opera en Brasil y Chile, además de la Argentina. También el Grupo Clarín se habría asociado a capitales brasileños para crear emisoras de TV cable en ciudades de ese país. Esta empresa ha manifestado la voluntad de incursionar en otros medios, como la radio, en los restantes países del Mercosur. Las empresas argentinas aprovechan en este rubro su experiencia como pioneras del cable en la región.
Otro rubro en el que se están realizando emprendimientos conjuntos es el de las telecomunicaciones, asociadas en algunos casos al sector satelital y a la televisión. Varias grandes empresas brasileñas han constituido subsidiarias para actuar en el lucrativo negocio de las telecomunicaciones. La compañía estatal brasileña Telebras se asoció en noviembre de 1994 al consorcio privado Localsat, que, a su vez, participa del satélite argentino Nahuel, comercializando sus servicios en Brasil. También en este sector, las grandes empresas transnacionales intentan ocupar espacios de convergencia, para dominar el trípode de la telefónica, el televisor y el ordenador (TTO). Telefónica Española, por ejemplo, dueña en su país de origen de importantes compañías de radio, cine, televisión, informática y prensa escrita, tiende a dominar espacios semejantes en Argentina -controla el 50% de la telefonía compartidos con multimedios locales y grupos financieros internacionales, además de afirmarse cada vez más en la telefonía fija y móvil de Brasil y Chile y de intervenir en los negocios de la televisión y del cine argentino.
Paradójicamente, la integración regional se acentúa a través de esas asociaciones y fusiones empresariales, en las que los capitales extraregionales tienen un creciente protagonismo. Una situación relativamente nueva en este campo, que no es acompañada por políticas de regulación, nacionales y regionales, a fin de que la dinámica abierta represente beneficios sólidos y duraderos para los países del Mercosur, en vez de inversiones de corto plazo que pueden desaparecer con la misma rapidez con la que llegaron.
Trasnacionalización y concentración del poder sobre las industrias, son los dos rasgos más distintivos de la nueva situación planteada, con un fuerte impacto sobre las pequeñas y medianas empresas locales, lo que amenaza también con una menor diversidad en materia de producción de contenidos y el consiguiente peligro de censura que ello implica. A fin de cuentas, quién decide sobre lo que ha de producirse también puede hacerlo sobre lo que no debe producirse. El mayor poder de decisión en el control de la industria y del mercado, implica a la vez, un poder de igual magnitud sobre la “agenda” programación de los títulos a producirse, sean ellos películas, programas de TV, discos, libros o material discográfico.
Para lograr verdadera efectividad, la integración regional, y particularmente la referida al sector de las industrias de la cultura y la comunicación, se requiere de políticas públicas consensuadas de regulación estatal que atiendan los diferentes niveles de desarrollo y la diversidad cultural de quienes conforman el Mercosur. Necesita también de la existencia de procesos dialogales e interactivos, de "doble vía", antes que de "mano única", y que demandan de un desarrollo productivo en cada país para democratizar los intercambios culturales necesarios . A ese fin deberían contribuir las políticas -todavía no elaboradas y mucho menos implementadas- para este campo.
Todo hace prever que las reivindicaciones culturales locales y regionales, crecerán antes que reducirse. Como sostiene el chileno Diego Portales, "la regionalización es una respuesta a la globalización. Mientras el mundo nos invita a pasear a través de las pantallas de televisión, la televisión local nos invita a fortalecer nuestras raíces y a generar un proceso cultural de autovaloración y generación de capacidad para hacernos cargo de nuestro propio destino".
Falta, sin embargo en nuestro caso, una acción conjunta de los agentes principales de las industrias culturales y de los medios de comunicación del Mercosur (organismos públicos, organizaciones empresariales y sociales), para dinamizar el intercambio de información y de bienes y productos, junto con el establecimiento de políticas y legislación normativa para beneficio del conjunto, antes que de alguna de las partes.
De modo parecido a lo que sucede con los acuerdos de intercambio y de comercialización suscritos por los países del Mercosur en materia de productos materiales, las industrias culturales dedicadas a la producción de bienes materiales (películas, libros, discos, etc.) con contenidos intangibles (obras cinematográficas, obras literarias, obras musicales, etc.) y en particular las del audiovisual, necesitan elaborar también acuerdos de interés mutuo, con cronogramas de trabajo que permitan planificar e implementar la integración. Esto supone conocer previamente la realidad pormenorizada de cada país y de la región, vía estudios e investigaciones, y legislar en consecuencia, a partir de una visión integral de los temas analizados.
En este proceso, la implementación de programas educativos que afiancen los intercambios y la superación de las barreras idiomáticas, resultará también de valor decisivo para la integración cultural y el desarrollo de las industrias del sector. El reconocimiento del "otro" -para incluirlo como parte del “nos-otros”- así como de su derecho a coparticipar efectivamente de los intercambios, habrá de ser requisito indispensable para que, lo que comenzó como un proyecto de aranceles comunes, se convierta en una verdadera comunidad de intereses sirviendo al conjunto de la región.
Buenos Aires, 2001.
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