miércoles, 30 de junio de 2010

LA FORMACION DE PROFESIONALES DEL AUDIOVISUAL PARA EL SIGLO XXI

Por Octavio Getino

II Simposio Internacional “Reflexión sobre el futuro del audiovisual: Sueño y realidad”, Caracas, junio, 1994.

El audiovisual en los umbrales del siglo XXI
El panorama del audiovisual ha experimentado en las dos últimas décadas profundas transformaciones de las cuales no ha podido marginarse prácticamente ninguna nación. El desarrollo de nuevas industrias y tecnologías, particularmente las televisiones por cable y por satélite, el videotex y el teletexto, se sumaron a cambios políticos y económicos, como fueron los relacionados con la privatización de medios audiovisuales en naciones altamente industrializadas y en algunos países latinoamericanos, y, en diversos casos, al aumento de los ingresos por publicidad, como producto de las nuevas políticas económicas.

La última década del siglo XX muestra también la aparición de nuevas formas de articulación y concentración interempresarial en los medios privados de comunicación, con su consecuente impacto en el conjunto del campo audiovisual y particularmente en los medios de carácter estatal.
Nunca como en nuestros días existió un volumen semejante de producción y circulación de obras audiovisuales. Múltiples caminos se han abierto en los últimos años para que las imágenes se desplacen por el aire o por cable hacia los puntos más recónditos del planeta. Miles de millones de seres humanos, inclusive aquellos cuya existencia está marcada por la marginalidad más extrema, experimentan todos los días la percepción de imágenes en movimiento.
Antes de que termine esta década, millones de hogares dispondrán de terminales concebidas para integrar la televisión, la fotocopiadora, el teléfono, el fax, el ordenador, la radio y la cadena de alta fidelidad. Y del mismo modo que los "quioscos telemáticos" permiten ya conectar multitud de servicios a través de un punto único, los "quioscos audiovisuales" han comenzado a facilitar el acceso a decenas de fuentes de imágenes, prescindiendo no sólo de los soportes habituales, sino también de los programadores de los mismos.
Entramos también en una nueva era del audiovisual: aquella donde la energía reduce día a día el papel de los soportes tradicionales en los procesos de circulación. Al igual que el papel dinero fue reemplazado en buena medida por las transferencias vía cable o vía aire mediante los ordenadores, o de modo parecido a como el primitivo vinílico cedió lugar inicialmente al acetato y al microsurco, y muy poco después al casete y al disco compacto, la imagen audiovisual prescinde cada vez más de soportes de todo tipo y orienta su circulación a la velocidad de la luz, con los más sofisticados recursos electrónicos u ópticos.
Si en 1970 la televisión constituía el principal y casi excluyente medio electrónico audiovisual, otros medios irían apareciendo para compartir, o reducir cada vez más, la importancia de ese liderazgo.
Las telecomunicaciones, particularmente el sector satelital y el telefónico, pasan a vincularse cada vez más a lo específico de la comunicación de masas y la cultura. Un ejemplo de esta integración multimedios lo constituyó, a finales de 1993, la fusión de las empresas norteamericanas Tele Communications Inc. (TCI) y Bell Atlantic. La creación de la nueva empresa representó un valor de mercado de 44 mil millones de dólares -superior al de otras compañías líderes como General Motors e IBM- y un control del 42% del mercado estadounidense de multimedios. La fusión surgió después que la Bell obtuvo la aprobación judicial para convertirse en la primera compañía telefónica que puede ofrecer en EE.UU. servicios de video, permitiendo integrar a unos 500 canales de cable al sistema telefónico.
Controlar en nuestros días una gran empresa de teléfonos es hacerlo también con el medio que, además de servir en las comunicaciones interpersonales, facilitarán cada vez más el acceso a los "quioscos audiovisuales" y a los complejos multimedia que articulan los recursos de la información y la comunicación audiovisual.
Podrá argumentarse que las innovaciones referidas están reservadas a un escaso número de países y a sectores sociales privilegiados. Pero, al margen de que ello es por el momento realmente cierto, la propia lógica de la globalización del marketing y de la expansión planetaria de los mercados hará que todos los hogares del planeta -en plazos más o menos previsibles- experimenten de una u otra manera esos cambios.

El espacio audiovisual
La aparición de la televisión en los años 40 y 50 representó el primer gran impacto sobre las industrias y el comercio tradicional cinematográfico. Sin embargo, las naciones de mayor desarrollo económico, no sólo asimilaron dicha situación, sino que supieron revertirla, transformando a la televisión en el principal recurso para el mantenimiento y desarrollo de la producción y difusión de películas. Ello ocurrió en naciones, como los EE.UU., donde el sector privado manejaba la integralidad de los medios, y también en aquellas otras donde el Estado monopolizaba la radiodifusión, como en los países capitalistas europeos y en los del área llamada socialista. La asimilación y el rápido aprovechamiento de la nueva tecnología, fue, impulsado por la concentración empresarial e institucional, tanto vertical como horizontalmente, de ambos medios audiovisuales.
Por su parte, los países carentes de políticas de integración del conjunto de dichos medios, debieron recurrir a crecientes medidas proteccionas con el fin de mantener las cada vez más alicaídas industrias cinematográficas locales, tal como lo prueban los ejemplos de América Latina, en los que esas industrias existieron apenas como simple proyecto, la mayor parte de las veces.
Entre los años 70 y 80, las nuevas tecnologías del audiovisual y de las telecomunicaciones, representaron un nuevo impacto, mucho más fuerte y decisivo que el de la televisión medio siglo atrás, para la crisis de los medios preexistentes y obligaron a plantear políticas alternativas, sin las cuales, no sólo el cine dejaría de existir como proyecto industrial local, sino también muchos de los canales de televisión tradicionales.
En la actualidad, el cine, la televisión y el video -junto con otros medios en vías de desarrollo- conforman cada vez más un complejo industrial y cultural de bienes y servicios, donde los intereses comunes superan a los específicos de cada uno de dichos sectores. La experiencia mundial es bien ilustrativa al respecto, por lo menos en aquellos países donde existen fuertes sectores empresariales resueltos a construir verdaderas industrias competitivas.
La TV proporciona al cine un respaldo financiero apreciable e ingresos regulares que tranquilizan a los productores. Las contribuciones de los canales de TV, tanto en EE.UU. como en Europa representan el 30% del monto financiero de una película. Si a ello se suman ingresos procedentes del video y de otros nuevos medios, más de la mitad de los recursos de financiación del cine proceden de mercados distintos a lo que tradicionalmente, fueron las salas cinematográficas.
Un producto básico, como es la imagen en movimiento, sea cual fuere la tecnología con que se produzca y difunda, encuentra en la actualidad crecientes formas de diversificación comercial, acordes con la naturaleza de los nuevos mercados, producto de los avances del hardware audiovisual. Del mismo modo que la caña de azúcar, valga esto como simple ejemplo, sirve actualmente para obtener numerosos subproductos, la imagen en movimiento ha encontrado la forma de hacer otro tanto, de acuerdo a las nuevas posibilidades abiertas por la ciencia y la tecnología, y a las necesidades impuestas por la evolución de los mercados. Quienes supusieron que la caña de azúcar solo servía para producir y vender azúcar, han quedado fuera de la competencia y del mercado. Quienes suponen que la imagen en movimiento tiene sólo su razón de ser en el soporte fotoquímico y en las salas de cine, corren también el peligro de desaparecer en plazos más o menos previsibles, si no son capaces de advertir las enormes posibilidades que tiene el producto básico para el desarrollo creativo de la cultura, y también, de la economía de cada comunidad nacional.
En nuestros países, el término "espacio audiovisual" comenzó a ser aplicado en fecha reciente -en la Argentina dicho concepto se aplicó por primera vez en 1988- y el mismo estuvo orientado a definir la convergencia dada por las nuevas relaciones del cine, la televisión y el video. Las reuniones de representantes de organismos nacionales del cine, firmaron en Caracas, en 1989, acuerdos de integración regional, donde el término "audiovisual" comenzó a utilizarse por primera vez con valor jurídico. La ley de cine del Brasil, pasó a denominarse poco tiempo después "Ley del Audiovisual", pese a que, en la práctica concreta no aportara sustantivamente nada ni al cine ni al audiovisual.
Más recientemente aún, en la Argentina, un proyecto de ley que en mayo del 94 había logrado ya media sanción del Congreso, sustituía el tradicional Instituto de Cine, por el proyecto de un Instituto Nacional del Cine y las Artes Audiovisuales, a semejanza del organismo oficial español, y en la línea de preocupación de las naciones europeas por el desarrollo del llamado "espacio audiovisual" de dicho continente.
Estos cambios jurídicos, formales e institucionales, responden a su vez a una realidad nueva, sobre la cual se intenta incidir con visible retraso. Si hasta hace una o dos décadas, el cine y la televisión de señal abierta eran los medios audiovisuales que dominaban en América Latina la casi totalidad del sector, bastaron muy pocos años para que las nuevas tecnologías penetrasen aceleradamente en el conjunto de la región.
Un estimado sobre los siete países de mayor desarrollo poblacional y económico (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú y Venezuela), mostraba en 1993 que el número de viodeoclubes ascendía en ellos a más de 25 mil, prestando servicios a 20 millones de videocaseteras, repartidas entre unas 100 millones de personas, es decir, cerca de la cuarta parte de la población total regional. Asimismo, el crecimiento de la televisión de circuíto cerrado, sea por via cable o señal codificada -aire o tierra- superaba el 10% del total de hogares poseedores de receptores de televisión, con porcentajes de penetración que se aproximaban en México al 13% y en Argentina superaban el 32%.
Millones de pequeñas cámaras permiten, a su vez, que sectores crecientes de la población de cada país puedan registrar imágenes que hacen a la memoria personal y social, así como al desarrollo de nuevas formas de comunicación y la desmitificación del audiovisual como espacio reservado solamente a los profesionales de los medios.
Manejar una camcorder es hoy mucho más sencillo que hacerlo con una máquina de escribir y está ya probado que puede lograrse un efectivo nivel de comunicación a través de la imagen en movimiento sin necesidad de que los interlocutores deban necesariamente saber leer y escribir. Más aún, grandes masas de la población mundial "leen" cotidianamente textos audiovisuales de carácter informativo, educativo, cultural o incursionan en universos simbólicos propios o ajenos, sin siquiera haber aprendido todavía los signos del alfabeto.
Como producto de los cambios referidos, nuevas realidades comienzan a experimentarse en nuestras sociedades. Ellos afectan, por un lado, a la economía, la industria y la tecnología de cada país, y por otro lado, a la educación, la cultura, las comunicaciones sociales y las artes en general.

Algunas consecuencias de los cambios tecnológicos
Una de las resultantes de los avances de las tecnologías de la comunicación en todo el mundo, es la pérdida de soberanía de las naciones sobre sus espacios audiovisuales. Hasta hace muy pocos años, bastaba el control aduanero para que un país ejerciera por lo menos una relativa soberanía en relación al ingreso o a la salida de imágenes enlatadas. Sin embargo, la tecnología satelital permitió que las nuevas formas de emisión, retransmisión y consumo de señales, desconociera la existencia de fronteras políticas, en términos claramente consecuentes con los principios de planetarización de la economía. Desde entonces, la soberanía nacional sobre el espacio audiovisual puede ser técnicamente respetada, siempre que a cambio se suscriban políticamente convenios para determinar- según las relaciones de poder existentes- la cantidad, amplitud y calidad de los "canales" aéreos por donde habrán de desplazarse las frecuencias televisuales, tal como desde hace varias décadas viene sucediendo con las señales radiofónicas.
Otra consecuencia de los cambios experimentados es en el hecho de que los Estados, los gobiernos, e inclusive los grandes monopolios de la comunicación de cada país han visto reducida su capacidad de control sobre los espacios audiovisuales internos. Técnicamente resulta imposible en nuestros días prohibir el acceso a imágenes en movimiento que circulan por el aire y a las cuales se puede llegar con medios cada vez más accesibles a la población. Millares de antenas satelitales y decodificadores se suman así a la experiencia de un número creciente de emisoras de baja potencia, las que se agregan a la labor realizada por las emisoras radiofónicas de frecuencia modulada.
Al respecto, un reciente estudio realizado en Europa sobre la concentración de la comunicación en dicho continente, destaca la contribución de las nuevas tecnologías tanto a la integración en el campo audiovisual, como, simultáneamente, al desarrollo de la desconcentración, haciendo que las grandes empresas del sector televisual estén perdiendo hegemonía sobre el mismo, ante la aparición de numerosos canales competitivos de alcance social y territorial limitado, pero claramente rentables.
Los mercados se globalizan y se diversifican a un mismo tiempo y otro tanto sucede con la producción de bienes culturales y de medios comunicacionales. Mientras más se adentra el hombre en los territorios estelares, más necesidad tiene de fijar en el derrotero de su nave espacial el lugar exacto de su lugar de origen. De igual modo, la globalización de la información y las comunicaciones planetarias, antes que reducir la importancia de las de carácter nacional, la acentúan, de igual modo que sucede con las comunicaciones nacionales en su relación con las de carácter local, sean estas, provinciales, municipales o distritales.

Algunos factores causales de los cambios
Estas nuevas situaciones, experimentadas en la mayor parte del mundo, no surgen sin embargo de la simple evolución de la ciencia y la tecnología universales. Antes bien, están estrechamente relacionadas con otras realidades -particularmente de carácter económico y político- en las que encuentran su explicación y sentido.
En lo referente a la economía mundial, con sus secuelas directas en las economías nacionales, nunca como hoy, existió tampoco, semejante concentración de los recursos en regiones tan reducidas, en desmedro de la mayor parte del planeta y de la humanidad. Basta recordar los recientes datos de las Naciones Unidas, en los que se señala que mil millones de seres humanos correspondientes a las regiones más industrializadas, disponen de 60 veces más recursos, que los mil millones de las regiones más relegadas. Esa brecha, antes que reducirse con el tiempo, tiende a acrecentarse cada vez más, tornando prescindibles -según el actual modelo de globalización económica- a crecientes espacios territoriales y sociales de todos los continentes, e inclusive, a importantes espacios dentro de cada una de nuestras naciones.
Esta creciente concentración de recursos económicos, es simultánea de otra referida a las capacidades de producción-distribución comunicacional, cultural y de información y conocimiento.
Los flujos norte-sur no sólo mantienen su hegemonía mundial sobre los correspondientes al sur-norte o sur-sur, sino que, en términos relativos, se han incrementado sustancialmente, acentuando el subdesarrollo y la dependencia casi total de nuestros países en relación a los grandes centros de poder mundial, concretamente, EE.UU. y la Unión Europea. Hemos multiplicado en nuestros países la cantidad de perceptores y consumidores de medios audiovisuales, pero, hasta el momento, sólo para hacer circular y reproducir los bienes audiovisuales originadas en dichos centros. La capacidad productiva local es hoy mucho menor que dos décadas atrás, si se la compara con las mayores demandas de los mercados televisuales.
Esto incide directamente sobre la situación de las industrias y los servicios audiovisuales -y en consecuencia, sobre la cultura de nuestros países.
La incidencia de estos cambios es observable también, en el terreno de la política mundial y local. La Guerra del Golfo -formidable ejemplo de contienda política internacional, es decir, de "política con otros medios"- representó un trágico escamoteo de la información. El horror y la barbarie sufridos por cientos de miles de víctimas, se esfumaron detrás del trágico fuego de artificio con que las cámaras mostraban el poder terrorífico de quienes detentaban las armas. El horror se convertía así en deslumbrante impacto visual, y los ejecutores de las matanzas en seres de imagen respetable frente a las cámaras.
El imaginario televisual ha invadido la vida política de las naciones, convirtiendo aquella en un espectáculo donde sólo existen quienes aparecen en pantallas, condenando a una especie de inexistencia a los que son omitidos por éstas. Los asesores de imagen, ocupados del maquillaje, peinado, vestuario, luces y sonidos que tendrán sus asesorados, pasan a sustituir en términos cada vez mayores a quienes, como los asesores o secretarios políticos de antaño, brindaban a los dirigentes sus ideas, reflexiones y experiencias para incidir de mejor manera sobre la realidad.
Esto no surge necesariamente del desarrollo tecnológico de los medios, ni tampoco de la habilidad de los asesores de imagen televisual. Antes bien, aparece como resultado de la crisis de los paradigmas políticos con su impacto en los escenarios mundiales y en el de cada país. Como otras veces se ha dicho, el muro de Berlin ha caído para ambos lados y sus escombros invaden los gabinetes institucionales donde se gesta y se dicta la política.
Conscientes de esa crisis, los grandes conglomerados transnacionales ya no aceptan la intermediación de muchos políticos, salvo la de quienes asuman pragmáticamente el papel gerencial por ellos dispuesto. Las naciones se convierten en empresas y su desarrollo se mide solamente en términos de costos y beneficios económicos. Además la "nación" no es ya la entelequia que niños y adolescentes estudian en obsoletas escuelas, sino los intereses empresarios, expandidos cada vez más por encima de las fronteras políticas. En la medida que lo que cuenta no es ya el mero territorio nacional, el pasado histórico, la memoria y la nostalgia que estan siempre presentes en cualquier cultura, las fronteras nuevas no son otras que las establecidas por las relaciones de poder económico internacional. Este determina la fisonomía y el sentido de las nuevas "nacionalidades".
En consecuencia, cuando los políticos no entienden esta nueva realidad, en los términos que el capitalismo transnacional la concibe, son los empresarios quienes pasan a conducir directamente el destino de las flamantes "naciones-empresas", con el apoyo de los expertos en marketing y en imagen pública. Silvio Berlusconi es, en este sentido, uno de los ejemplos más elocuentes de esta nueva realidad.
Política, economía, medios e imagen interactuan así, como nunca lo hicieron hasta ahora, obligando a la revisión de muchos de los esquemas y paradigmas todavía presentes en diversos campos de la vida de nuestros países. Uno de ellos, con incidencia directa en el diseño, producción y circulación de medios audiovisuales, es el de la capacitación de profesionales para afrontar los nuevos y crecientes desafíos del sector.

Las alternativas de desarrollo locales
Esta somera descripción de los cambios operados en la realidad mundial y nacional en los últimos años, puede motivar, sin duda, reacciones de muy diversos tipos: desde unas meramente teóricas o críticas, propicias para el debate académico y el ideologismo, hasta otras, fracamente inhibidoras y paralizantes. Sin embargo, es preciso efectuar algunas reflexiones sobre las nuevas estrategias que podrían plantearse para intentar, por lo menos, una inserción activa en la realidad señalada y que, a la vez, sea congruente con nuestras necesidades básicas. Tarea de ningún modo fácil y que requiere sobre todo, de una clara comprensión de la realidad posible para afirmar desde ella y sus circunstancias cambiantes, los caminos de lo deseable.
Pero ¿cuál es la auténtica realidad posible de nuestros países en los campos de la comunicación y la cultura y, particularmente, del audiovisual?. La mayor parte de la región no sólo carece de inventarios de sus recursos culturales y comunicacionales, tanto en las áreas de producción, como de circulación y servicios, sino que ignora datos e informaciones básicas de dichos campos. La mayor parte de los, por otra parte escasos, estudios existentes, revisten un interés eminentemente academicista, con poca o ningún a incidencia sobre la dinámica de los agentes a cargo de aquellos. A su vez, los datos estadísticos del sector privado, tienen la opacidad propia de la fuerte competencia y el llamado secreto comercial que caracteriza al libre mercado. El Estado, por su parte, se reduce a medir la evolución de las comunicaciones audiovisuales, según su importancia económica y política y las organizaciones sociales, incluidas las políticas y sindicales, parecen ignorar todavía la necesidad de contar con información fidedigna sobre lo real y lo posible, únicas bases desde las cuales puede contribuirse a la construcción de lo deseable.
Esta primera necesidad, que es la de enfatizar más que nunca en las investigaciones, estudios y sistematización de datos e información sobre nuestras realidades y los cambios que se están produciendo en ellas y en todo el mundo, es simultánea de otra, sobre la cual habría que actuar con una conciencia no menos plena. Ella está referida a la competitividad.
En un mundo regido por la globalización del marketing y por la transnacionalización cultural, resulta natural que se extingan día a día las posibilidades de cualquier tipo de política que quede circunscripta a la mera defensa de los espacios audiovisuales nacionales. Tal como ocurre con la industria de equipos codificados, cada tentativa de mantener en el mayor secreto un sistema de códigos pronto encuentra una respuesta de quienes logran su decodificación, obligando a un nuevo código que luego tendrá a su vez una nueva respuesta, en una sucesión de ciclos repetitivos sin alternativa de solución alguna.
La capacidad local de nuestras industrias es, en términos relativos, mucho más insuficiente que años atrás para atender las crecientes demandas de los espacios usuarios internos. Lo cual indica que, de no lograrse la implementación de políticas y acciones destinadas a revertir esa situación, nuestras pantallas de cine y televisión, serán convertidas en espacios exclusivos y excluyentes de las industrias, culturas y políticas que posean mayor capacidad de producción en aquellos rubros que logren interesar en los mercados. Capacidad que, en el caso de las industrias culturales, como la audiovisual, se sostiene en recursos económicos, industriales y tecnológicos y también en el diseño de imágenes que interesen, e inclusive seduzcan, a los diversos mercados; es decir, que de una u otra manera se conecten con la cultura de nuestros pueblos.
Elevar las capacidades creativas locales en materia de diseño, técnica y producción, se hace entonces indispensable para la defensa -el defensismo no permite ya defensa real alguna-, además, de ser tal vez la única alternativa para la propia sobrevivencia de las culturas audiovisuales nacionales y de la cultura regional en su conjunto. Precisamente, la creatividad nos ha permitido construir los productos culturales de mayor repercusión mundial, tanto en el campo del cine y de algunos géneros televisivos, como en el de la música, las artes plásticas, la dramaturgia y la literatura.
La creatividad aplicada en los campos del diseño de tecnologías y en los de la producción de bienes y servicios, ha pasado a convertirse en las últimas décadas en el insumo de mayor demanda en cualquier proceso de desarrollo económico e industrial. Ello es así, desde que a partir de la década de los 30 el mercado se convirtió en el verdadero objeto y sujeto del crecimiento capitalista, sustituyendo a lo que anteriormente representaba la producción. Si ésta demandaba y sigue demandando de ingenieros y técnicos especializados en equipos y cadenas de fabricación, aquel requiere de sociólogos, sicólogos, diseñadores de imagen y artistas también especializados, pero en este caso, en asuntos del hombre, entendido él como potencial perceptor, receptor o consumidor. Ya no se opera sólo sobre las máquinas, sino principalmente sobre los consumidores, a los cuales deben ahora someterse los diseños tecnológicos y las propias estrategias industrialess. Ello implica la existencia de formas de comunicación cultural que deben atender a la dimensión sociocultural de cada espacio consumidor; es decir, a lo que algunos estudiosos han definido como "el tejido significativo que estructura la vida social de los actores sociales".
En este sentido, la creatividad en los campos de la técnica, la estética y el diseño de bienes y servicios audiovisuales tiene hoy más que nunca una importancia decisiva para el desarrollo de la imagen de nuestros países. Más aún, si se considera que una de las leyes básicas que regulan la vida de la sociedad consumística, es la de la obsolescencia, ley que convierte automáticamente en obsoleto a cualquier producto, por más innovador que éste sea, apenas él aparece en el mercado, ya que con esa aparición se instala la obligatoriedad de diseñar y producir en el plazo más breve posible -para acelerar también la circulación de capital- un nuevo producto con más poder de seducción que aquel.
Junto a la importancia que el recurso creativo posee en el terreno de una economía guiada sólo por el consumo, debe destacarse también su papel fundamental para el desarrollo de todas las áreas de la vida de un país. Es precisamente en este terreno donde se observan las mayores carencias. Ellas aparecen de manera destacada en los organismos públicos y en las organizaciones sociales cuya razón de ser es, precisamente, servir a la comunidad. Es decir, una razón de mucho más mayor valor y trascendencia, que la que ejerce el empresario privado, ya que si para éste el individuo es estudiado para servirse de él y obtener una rentabilidad económica en la que lo social sólo se daría por añadidura, al organismo público o comunitario le compete comunicarse con el individuo pero para servirle a él y promover una rentabilidad social, que además puede incluir, y no como mera añadidura, la rentabilidad económica.
La creatividad debería ser concebida entonces, desde el campo de lo público y de lo social, como un recurso inestimable, necesario de ser promovido en todas las instancias de la vida de una comunidad, a fin de jerarquizar la dimensión humana en su integralidad y de competir con mayores posibilidades de éxito con aquella creatividad cuya función se reduce a valerse de los individuos desde la restringida óptica del mercado. Una materia prima, en suma, a través de cuya permanente realimentación, podría aspirarse a competir, con mejores posibilidades de éxito la producción audiovisual de nuestros países, tanto en los espacios internos como en los internacionales.

La formación de recursos profesionales
El tema de la formación de recursos profesionales debe encararse, en consecuencia, a partir de la reflexión y el análisis más riguroso posible de los cambios surgidos en el mundo y en cada uno de nuestros países en los últimos años. Y también, de modo, preferencial, en los que pueden pronosticarse para las próximas décadas.
Cualquier diseño curricular que hoy hagamos en cualquiera de las facultades o instituciones educativas, estatales o privadas, para la formación de diseñadores, técnicos y artistas del cine, la televisión y el video, debe partir de un dato irrecusable: quienes hoy inician sus estudios en estos campos serán, indefectiblemente, los primeros profesionales del audiovisual del siglo XXI.
El simple enunciado de este dato, golpea fuertemente las imágenes que ahora tenemos de estos asuntos y nos aventura en un mundo apasionante que en lugfar de inhibirnos, incentiva nuestra creatividad -e incluso, las mejores ilusiones- para la construcción de las nuevas realidades imaginadas y deseables.
Ese hecho, impacta, sobre todo, en los viejos esquemas, supuestamente renovados, que imperan todavía en las políticas educativas y de capacitación profesional de nuestros países.
Las ciencias sociales han crecido en las últimas décadas con velocidad aritmética, mientras que las naturales, y en particular las relacionadas con diversas tecnologías, lo han hecho en términos geométricos. Diseñadores e ingenieros de hardware, han golpeado mucho más sobre la realidad económica de los países y sobre la cultura cotidiana, que lo que han logrado los pensadores y analistas de los procesos sociales. En última instancia, estos se ven obligados a responder a situaciones previamente instaladas y legitimadas por las prácticas sociales de cada comunidad.
Esta situación exige aún más de quienes estamos en el diseño de carreras de comunicación audiovisual, un evidente esfuerzo por revisar en profundidad las políticas y los programas de capacitación de dicho campo, atendiendo a los procesos cada vez más acentuados de articulación e integración de los diversos medios, sin perder de vista que todos ellos se basan en un insumo básico, como es la imagen en movimiento.
Pero el tema no se restringe a la acumulación de información y a la capacitación en el manejo de los nuevos recursos tecnológicos. Se extiende, además sobre necesidades cada vez más vitales como la gestión, la administración y el marketing que permita mejorar las interrelaciones en el campo del diseño, la producción y la circulación de bienes y servicios audiovisuales. También, para imprimirles un sentido que legitime su existencia. Un sentido social, comunitario, humanista y verdaderamente democrático, sin el cual, la formación de meros tecnócratas, en una sociedad golpeada por la competencia feroz, la marginalidad social y el ilusionismo consumístico y economicista, provocará más perjuicios que beneficios a nuestras comunidades.
Investigación, estudios y sistematización e implementación de datos; capacitación profesional interdisciplinaria, acorde con las más avanzadas posibilidades de las tecnologías en uso o en proceso de diseño; promoción de la creatividad y de una más eficiente y sana capacidad competitiva en todos los órdenes -estéticos, técnicos, productivos, comunicacionales-; y, finalmente, formación humanística destinada a concebir en términos integrales el desarrollo de nuestras comunidades, donde el hombre es, o debe ser, sujeto principal de cualquier política de crecimiento, son campos de acción indispensable para cualquier tentativa válida de formar a los profesionales del siglo XXI.
Y lo es también, con tanta o mayor necesidad, la de promover la educación audiovisual desde la primera infancia en nuestras poblaciones, para atender las exigencias de una civilización y una cultura que tiene cada vez más como epicentro a la imagen en movimiento. Una juventud previamente educada en la lectura y el análisis crítico del audiovisual, implicará sin duda cambios altamente beneficiosos para productores y perceptores de medios.
En el primero de esos casos, el aspirante a profesional del audiovisual, contaría con una formación previa, mucho más ventajosa que la que ahora tiene cuando accede a a los centros de capacitación de nivel terciario o universitario, lo cual obligaría a replantear la curricucula en los niveles previos.
En el segundo caso, una población educada en el estudio y análisis crítico de los discursos audiovisuales, representaría una demanda mucho más exigente en lo referido al diseño, realización, producción y circulación de la imagen, con el consiguiente impacto sobre la oferta de medios.
En suma, educación audiovisual sobre el conjunto de la población, por una parte, y, por la otra, capacitación profesional audiovisual acorde con los cambios experimentados en nuestro tiempo, son aspectos consustanciales de cualquier política que aspire a construir, difundir e intercomunicar nuestras imágenes y nuestras identidades.

La especificidad del audiovisual
A diferencia de otras industrias culturales, por ejemplo la editorial, que permite a un autor nacional difundir los rasgos propios de su cultura, sea cual fuere el país donde el libro se imprima y edite, el cine, la televisión y el video poseen un lenguaje específico y diferenciado que obliga a "ver" y "oir" la imagen en movimiento -y no sólo a "imaginársela"-, para lo cual las películas deben ser "fabricadas" -filmadas o realizadas- en el país de origen. Este es el único contexto geográfico, histórico y sociocultural en el que puede registrarse la fisonomía de sus habitantes, el paisaje, los escenarios, el tipo de luz, el vestuario, la manera de hablar y de ser de los personajes, el ritmo de la narración, y todo lo concerniente a la especificidad del lenguaje audiovisual.
Un país -al igual que un individuo- registra su propia imagen o nadie puede hacerlo fuera de él y por él.
La imagen de una comunidad nacional, como la de un individuo, forma parte indispensable de su identidad física y sociocultural. La identidad, a su vez, resulta un factor fundamental para el desarrollo de los individuos, de los pueblos y de las naciones.
Además, cuando un país logra producir un elevado número de imágenes propias, está en condiciones de penetrar en otros países con menor capacidad de producción, sirviendo tanto a la satisfacción de la demanda interna de imagen en movimiento, como a la promoción de sus intereses culturales, políticos y económicos.
Los EE.UU., principal potencia mundial del audiovisual, no hubiesen alcanzado la "imagen" que lograron en todos los países -a través de la cual supieron "vender" sus productos manufacturados y sus modelos de vida y desarrollo-, sin la existencia inicial de una poderosa industria cinematográfica, y con posterioridad, de las industrias del audiovisual.
En las naciones más desarrolladas del planeta existe una clara conciencia de esta situación. Es en ellas, entonces, donde aparece la más fuerte competencia por el dominio de los espacios audiovisuales nacionales y regionales. Un ejemplo de esto, lo constituyó la última reunión de la Ronda Uruguay del GATT, evento donde el único acuerdo logrado entre EE.UU. y la Unión Europea en materia de bienes culturales audiovisuales fue el de la existencia de un profundo desacuerdo, que impidió la firma de tratado alguno en el campo del audiovisual.
En 1992, tuvo lugar en México un encuentro de expertos sobre los problemas del audiovisual latinoamericano, y entre sus conclusiones figuraban algunas sumamente valiosas para encarar los problemas planteados. Allí se decía, por ejemplo, que los países latinoamericanos han logrado construir a lo largo de este siglo un capital considerable en recursos y bienes audiovisuales, como producto de los aportes y esfuerzos de los sectores estatal y privado y de técnicos, realizadores y estudiosos de los medios.
El interrogante mayor que planteó dicho encuentro, y que estuvo dirigido precisamente a los diversos sectores del campo audiovisual, fue el de definir cuanto antes la actitud que deberá asumirse frente a dicho capital, sea para promoverlo, es decir, para incrementar y mejorar la capacidad de producción y creación de imágenes propias, o bien para renunciar al mismo, prefiriendo el papel de simples reproductores de otras imágenes e identidades. De la actitud que se asuma frente a ese interrogante, dependerán sin duda las posibilidades de la industria y la cultura audiovisual de nuestros países. Las respuestas definirán, además, los campos de lo que nos es propio y legítimo y de lo que nos es ajeno.
Sobre la conciencia que exista en relación a estos problemas, dependerá buena parte de la imagen que en los umbrales del siglo XXI ofrecerán esos espejos socioculturales que son las pantallas de cine y de televisión de nuestros países. Imagen que hará o no a nuestra identidad cultural y, en consecuencia, a nuestra razón de ser para el futuro.
Caracas, junio 1994.

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