Por Octavio Getino
Para Seminario "La gestión cultural de la ciudad ante el próximo milenio", Buenos Aires, septiembre 1994
1.
Hace apenas unas semanas, me tocó exponer sobre la dimensión económica de las industrias culturales en un seminario parecido a éste y en este mismo lugar. Afirmé entonces que según una investigación realizada sobre dicho tema -a partir de la iniciativa de un organismo nacional que contó con la cooperación de la UNESCO- el monto global que representan estas industrias, supera los 10 mil millones de dólares anuales (1). O lo que es igual, aproximadamente el 4% del Producto Bruto Interno, y una cifra que duplica con creces todos los recursos derivados por el presupuesto nacional a las actividades de educación y cultura, salud, vivienda y urbanismo, ciencia y tecnología y promoción social.
Tuve la sensación entonces, como ahora la sigo teniendo, que podía haber elevado esa cifra a los 50 mil millones o reducirla a menos de 2 mil sin que nadie hubiera objetado algo. La falta de información sobre este tema era, y entiendo que lo sigue siendo, casi total.
Ello se origina, antes que nada en la ausencia de datos e información más o menos fidedigna -tanto en el sector privado como en el público, e inclusive en las organizaciones sociales- sobre la dimensión económica de las industrias culturales y de la comunicación, dentro de las cuales, el audiovisual ocupa un lugar preponderante. Menos aún existe conocimiento alguno sobre la evolución histórica de la balanza comercial de dichos sectores.
En segundo lugar, correspondería observar también que esta carencia se repite, con agravantes, en cada una de las provincias argentinas y en los principales centros urbanos donde la información sobre la dimensión económica de sus actividades culturales, así como la balanza comercial de sus intercambios con otras provincias, es prácticamente nula.
Esta situación debería ser preocupante si se parte de la base de que la importancia de estas industrias e intercambios no se circunscribe a valores meramente económicos o estadísticos, sino que se proyecta sobre los procesos de desarrollo global del país, debido a su fuerte incidencia en la educación, la cultura, los valores y las actitudes básicas de los argentinos. Sin hablar ya del papel reproductor de alguna de esas industrias, por ejemplo, la de la publicidad, en el desarrollo de otras industrias.
Se trata entonces, primeramente, de tomar conciencia de estas limitaciones, dado que sin un conocimiento adecuado de la situación del sector audiovisual -en el marco de las industrias de la cultura y la comunicación- resultará muy difícil elaborar alternativas en función de los intereses del país. Además, este sector no es uno más entre otros posibles. Es el único existente en la Argentina y en el mundo que está capacitado para producir y difundir nuestra propia imagen.
La imagen de lo que somos, es decir, aquello que hace sustancialmente a nuestra identidad no es una manufactura de importación. La producimos nosotros o nadie podrá hacerlo en nuestro lugar.
Tal como se señaló en el Encuentro Regional de Alto Nivel organizado por la UNESCO en México, a finales de 1991, "las industrias audiovisuales son indispensables para producir y reproducir las propias imágenes de pueblos y personas, por lo cual se constituyen en elementos claves de identidad y de desarrollo. Una política cultural que olvide o descuide el espacio audiovisual resultará, por definición, ajena a los propósitos de las identidades culturales y el desarrrollo autosostenido" (2).
Por otra parte, la importancia del audiovisual en el plano del intercambio y la comercialización internacional, ha sido nuevamente puesta de manifiesto durante la Ronda Uruguay del GATT, celebrada en Ginebra a fines de 1993. Sobre este sector, precisamente, se desencadenó, la mayor disputa entre los EE.UU. y la Comunidad Europea, a tal punto, que el único acuerdo resultante fue el del desacuerdo existente sobre intercambio comercial de bienes y servicios audiovisuales. El dato no sorprende, si se parte de que los mismos representan para los EE.UU. la segunda o la tercera fuente de ingresos por exportaciones internacionales, sólo antecedida por las industrias aeronáuticas y, a veces, por las de la alimentación.
2.
Poco tiempo atrás, más exactamente en 1990, la Unión Latinoamericana y del Caribe de Radiodifusión (ULCRA) -organismo que nucleaba formalmente a las emisoras de radio y televisión de servicio público de la región- confirmaba en uno de sus estudios lo referido anteriormente para el caso argentino.
La ULCRA sostenía textualmente que "la economía de la cultura y de la comunicación no es aún objeto de estudio sistemático en América Latina, ni siquiera en sus institutos de educación superior. No habrá pues de extrañar el que no existan indicadores fehacientes, de carácter nacional o regional, que permitan calibrar el peso económico de los medios de comunicación social en esta parte del mundo. Quienes han estudiado en el ámbito nacional la materia, han tropezado hasta el momento con serias dificultades para la obtención de datos que anunciantes, publicistas, editores, radiodifusores y ministerios de Hacienda y Comunicación protegen celosamente (cuando los hay) de la mirada del investigador" (3).
Sin embargo, en dicho estudio, y con los únicos datos congruentes disponibles -que según los autores del mismo "debieran ser objeto de severas revisiones"- se deducía que América Latina era la segunda zona más deficitaria del mundo en materia de intercambio de bienes culturales, sólo superada por Africa, que importaría 33 veces más bienes de los que exporta. Los latinoamericanos estaríamos importando cinco veces más recursos de este tipo que los que exportamos. Y si los valores de las importaciones representan el 5,1% del total mundial, las exportaciones apenas significan el 0,8% de dicho total.
Cabe subrayar que el 77,5% de las importaciones regionales de bienes culturales, correspondería a medios audiovisuales (cine, radio, televisión y música) y menos de un 22,5% a otro tipo de recursos, como son las artes visuales y los medios impresos.
3.
En el espacio audiovisual argentino se han producido en los últimos años algunos hechos de enorme importancia que merecen ser reseñados.
El primero estuvo dado por el rápido crecimiento de los circuítos cerrados de TV-Cable, cuyo número e importancia relativa ubicó al país en uno de los primeros lugares del mundo en este campo, solo antecedido en el continente americano por los EE.UU. y Canadá. Cientos de nuevas emisoras contribuyeron a hacer posible, en primer lugar, la recepción de imágenes de los principales canales del país, hasta ese momento altamente dificultadas para llegar a muchos hogares. Simultáneamente, la TV-Cable multiplicó también la oferta de productos extranjeros acompañando los originados en Buenos Aires, con lo cual la producción televisiva de otros países y regiones llegó a tener una incidencia mayor que nunca en las pantallas nacionales.
Si a esto se suman las inversiones en tecnología de recepción, retransmisión, cableado y demás, el dato emergente es que la balanza comercial de la industria televisiva se hizo más negativa que nunca para la economía del sector, considerando la derivación creciente de divisas para la compra de derechos y de tecnología. Esto no impediría que más de un millar de pequeñas y grandes empresas se afirmaran con los nuevos sistemas de televisión, pasando de ser simples retransmisores de programas extranjeros, como lo eran inicialmente, a productores, cada vez más fuertes, de imágenes argentinas. Un papel que sigue creciendo con relativa celeridad, para satisfacer las demandas de un mercado que requiere de productos audiovisuales locales junto con los de otras partes del mundo, y que ha pasado a representar en la actualidad más de 1.200 millones de dólares anuales de facturación, frente a los apenas 60 o 70 millones de dólares obtenidos por la actividad cinematográfica en todas las salas del país.
El segundo acontecimiento vivido en el espacio televisual fue el de la privatización de los canales, que modificó el panorama de las comunicaciones sociales argentinas en términos prácticamente irreversibles. Por un lado, algunos grupos empresariales de la comunicación compitieron fuertemente para incorporar la televisión de circuíto abierto y de cable a las industrias periodísticas o editoriales que manejaban, agregando además a esos nuevos complejos, la radiofonía, los espectáculos, el deporte e, inclusive, los propios canales de cable. En el país existían algunos antecedentes de "concentración diversificada" en las industrias de la comunicación, la cultura y el espectáculo, pero ellos nunca alcanzaron la dimensión que han logrado en estos tres últimos años. De ese modo se han instalado localmente diversas opciones que pugnan por adueñarse del mercado comunicacional y cultural, con su incidencia directa en materia de inversiones para la adquisición de nuevas tecnologías o para incrementar la productividad de las preexistentes.
Un tercer hecho relevante lo constituye la aparición en el país de crecientes relaciones entre empresas periodísticas, medios audiovisuales y telecomunicaciones -tal como sucede en las naciones más industrializadas- a partir de proyectos basados en la tecnología de la fibra óptica y en las posibilidades que ella brinda a los medios interactivos, al hypermedia o multimedia y al desarrollo de los servicios de información y de datos en general. Aunque no desaparezcan totalmente las divisiones tradicionales entre radio, televisión, videocable, diarios, revistas, teléfonos y bancos de datos, ellas tienden a diluirse con la implementación de relaciones interactivas entre todos esos medios, o parte de ellos, estimándose que podríamos estar en los umbrales de una nueva era de las comunicaciones, con un impacto igual o mayor al que representó en su momento la utilización industrial de la imprenta o la invención del ferrocarril.
En un mundo dominado por la globalización de la economía y de la tecnología, el país vive -y habrá de vivir cada vez más- los efectos de esa situación, a la que no escapará ninguna región del planeta en las primeras décadas del siglo próximo. Contribuirá poderosamente a esa nueva situación, el desarrollo de las llamadas "autopistas electrónicas" y la telemediática, instancia superior a la telemática, en tanto integra a los medios de comunicación, además de la informática y las telecomunicaciones.
Un cuarto punto es el de la tecnología. En este rubro, la balanza comercial argentina se ha hecho tanto o más deficitaria como en los años donde se equiparon los primeros canales de TV. Los más de 500 millones de dólares derivados en el último período por las empresas de TV abierta y de TV-Cable al equipamiento de sus instalaciones, son fondos que, por una parte acentuaron el déficit de la balanza comercial del sector audiovisual, así como el egreso nacional, pero por la otra, contribuyeron fuertemente al mejoramiento de la calidad técnica de la producción de programas. Ello podría facilitar una mayor capacidad competitiva en el mercado internacional, pese a estar restringido el mismo, como sucede en los otros países latinoamericanos, al rubro de la telenovela, que representa el 80% de las exportaciones de programas televisivos.
El mayor impulsor de esta alternativa empresarial lo constituye el modelo económico imperante -factor determinante de la política cultural que rije en el país- y que se traduce, entre otras cosas, en una mayor presencia de las empresas transnacionales en el país y un sustancial incremento de las inversiones en el campo publicitario. Estas superaron en 1993 los dos mil millones de dólares, de los cuales más del 55% (una cifra cercana a los 1.200 millones de pesos), fueron derivados a la televisión. Acotemos que el presupuesto de la Secretaria de Cultura de la Nación para ese año, fue de apenas 17 millones de pesos, monto siete veces menor al que se preveía como facturación de ingresos publicitarios para 1993 en solamente dos de los principales canales de televisión (el 11 y el 13) de la Capital Federal, estimados en aproximadamente 120 millones de pesos para cada uno de ellos (4).
El desarrollo relativo de este sector tiene así diversos costos internos, como son los de la inversión cotidiana que realizan todos los argentinos para que algunas empresas privadas adquieran o renueven su equipamiento tecnológico -como sucede en los canales y productoras de los circuítos abiertos- o para que a la vez, numerosas pequeñas empresas compren, también en el exterior, los derechos de emisión para sus circuítos de cable.
Un costo que no debiera omitirse en estas reflexiones, es el de la desaparición de la mayor parte de las industrias electrónicas del audiovisual en el país, reducidas, en los mejores casos, a un papel de simples intermediarias para la distribución y comercialización de productos fabricados en industrias europeas, norteamericanas o asiáticas. Tal situación forma parte de la que es común a la mayor parte de las industrias argentinas, lo cual se traduce claramente en las cifras de la balanza comercial del país. Si ésta había dado resultados positivos, superiores a los 5 mil millones de dólares en 1989 y a más de 8 mil millones en 1990, pasó a representar saldos cada vez más negativos, que llegaron a 2.800 millones de dólares en 1992 y que ascenderán seguramente a más de 5 mil millones de dólares en el año en curso.
Aproximadamente, el 80% de las importaciones que provocaron estos saldos negativos de la balanza comercial, estuvo orientado a los bienes de consumo o de utilización intermedia. Dentro de los mismos, ocuparon un lugar altamente destacado los equipos electrónicos y los bienes audiovisuales.
4.
En el marco de este panorama, dominado por la creciente competitividad mundial, e inclusive local, se afirma la necesidad de mejorar la calidad integral de los bienes culturales audiovisuales producidos en el país. Y ello no sólo para lograr una imagen más lúcida y crítica de lo que somos, sino, sencillamente, para posibilitar la sobrevivencia de nuestras industrias.
La experiencia histórica más reciente señala que quienes no fueron capaces de competir exitosamente en los mercados internacionales tropiezan con dificultades cada vez mayores, y que para enfrentarlas, no son suficientes las políticas limitadas a la protección o a la defensa de las industrias locales. Tal como pareciera surgir de las experiencias de las últimas décadas, el defensismo y el proteccionismo pueden ser útiles durante un determinado período, transcurrido el cual no sirven para garantizar defensa o protección real alguna.
En una alternativa de desarrollo aparecen, entonces, algunas necesidades que parecieran resultar básicas. De ningún modo las únicas, ni posiblemente las mejores, pero que pueden ser motivo también de reflexión y debate. Entre ellas cabría destacar las de:
a) incentivar las articulaciones empresariales entre los distintos medios de comunicación audiovisual -hasta ahora el cine, por ejemplo, está al margen de las empresas locales de multimedios- extendiéndolas además sobre los distintos rubros que las conforman (producción, comercialización, tecnología, diseño, investigación, capacitación). O lo que es igual, promover la integración horizontal -entre medios-, y vertical -entre las áreas que hacen a la vida de cada medio-, para lograr un nivel mayor de competitividad, industrial y cultural, con los poderosos conglomerados de la llamada política de "concentración diversificada" que manejan la mayor parte del hardware y el software mundiales.
b) proyectar las relaciones de las industrias del audiovisual sobre las de los otros campos de la informática, la comunicación y la cultura, tendiendo, además, a que las mismas logren un carácter multinacional, en el marco de las políticas de integración latinoamericana, para lo cual la experiencia europea, en materia de creación de un espacio audiovisual regional, puede resultar sumamente esclarecedora. Tal como se concluía en el referido encuentro sobre políticas audiovisuales realizado en México, "en una economía cada día más globalizada y transnacionalizada, las políticas de este sector no podrán limitarse al espacio nacional. Su ámbito de referencia económica y cultural apela al espacio latinoamericano y caribeño. La integración es indispensable para potenciar, mediante economías de escala y tamaños adecuados de mercado, los esfuerzos de concertación y cooperación que permitan superar barreras legales y tarifarias, complementar infraestructuras tecnológicas e intercambiar recursos profesionales".
c) reforzar la presencia del Estado en su carácter de máximo representante de los intereses de la comunidad, para que los procesos de articulación y concentración empresarial en este sector, sirvan a una mayor capacidad competitiva nacional en materia de intercambios internacionales, en vez de conducir a la creación de nuevos monopolios de la información y la comunicación. La producción de bienes culturales no es la simple fabricación de productos destinados al consumo -como puede ser común en las mercancías- sino que hace a los valores esenciales de una comunidad y requiere, por lo tanto, de regulaciones que resguarden los intereses de quienes la conforman.
d) ampliar la participación de las organizaciones sociales en el control del Estado y de la actividad privada, a fin de que la labor de los medios audiovisuales, antes que servirse de los intereses públicos para beneficio de algunos sectores, sirvan al conjunto de la sociedad, de manera que los consumidores de mensajes se conviertan también en productores y difusores de sus propias imágenes, haciendo del audiovisual espejo de sus culturas.
5.
Finalmente, cabe observar que, de manera casi paradójica, mientras más se introduce el hombre en los espacios siderales, mayor es también la necesidad de no perder de vista el espacio integral, o lo que es también la imagen, de donde proviene. De igual modo, cuando contamos con más información sobre otros lugares del planeta, mayor es la necesidad de saber mucho más sobre el propio contexto nacional. Esta relación se reproduce asimismo en el interior del país, entre las provincias y la nación, así como en cada espacio provincial o en cada gran centro urbano. Importa conocer -o imaginar- lo que ocurre más allá de las estrellas, o lo que tiene clara repercusión nacional; pero, simultáneamente, crece la necesidad de saber lo que sucede en el barrio que habitamos y en los lugares donde transcurre nuestra vida cotidiana.
Antes que aparecer como circunstancias antagónicas, lo particular y lo general, lo masivo y lo individual, lo planetario y lo local, se constituyen en hechos complementarios, mutuamente enriquecedores. Esta es una de las enormes posibilidades que las nuevas tecnologías audiovisuales ofrecen a los espacios locales, incluidos de manera destacada sus grandes centros urbanos. Sobre todo cuando estos son capaces de emplearlas inteligentemente para beneficio de cada comunidad, ayudando a comprender lo universal y lo nacional desde lo local, de igual modo que lo particular y lo individual desde lo global.
Como vemos, el futuro de las industrias del audiovisual -que, por otra parte ya comenzó- nos plantea, junto con la necesidad de conocer y procesar datos relativos a su dimensión económica y estructural, la de abordar también, en términos de reflexión y debate democrático, hechos mucho más trascendentes y decisivos, como son los relacionados con la identidad y el país que queremos para el próximo milenio. Un país que estará sin duda altamente condicionado por lo que seamos capaces de realizar para el mejoramiento y desarrollo integral de las industrias culturales y, en particular, las del sector audiovisual.
Notas:
(1) Investigación promovida por el INAP en el año 1992 y coordinada por el autor sobre "Incidencia de las políticas públicas en la balanza comercial de las industrias culturales y de la comunicación". Una versión de este trabajo fue publicada por la Editorial Colihue de Buenos Aires con el título "Las industrias culturales en la Argentina".
(2) Documento final del "Encuentro Regional de Alto Nivel sobre Políticas Audiovisuales en América Latina y el Caribe". UNESCO-IPAL-IMCINE. México, 11-13 marzo, 1991.
(3) ULCRA. "De la marginación al rescate: Los servicios públicos de radiodifusión en América Latina". San José de Costa Rica. 1990.
(4) "Resumen de Cultura". Publicación de la Secretaría de Cultura de la Nación. Buenos Aires, marzo 1993.
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