Observaciones previas:
En materia de Industrias Culturales (IC), el MERCOSUR cuenta con muy escasos proyectos de integración, alguno de los cuales recién comenzó a materializarse en el último período. Entre los más recientes se destaca el acuerdo celebrado en la X Reunión de Ministros de Cultura del MERCOSUR y Países Asociados (Buenos aires, junio 2000), con el que se puso en marcha, con financiamiento de la OEA, la Etapa Preparatoria de un Proyecto de Estudio sobre “Industrias Culturales: Incidencia Económica y Sociocultural, Intercambios y Políticas de Integración Regional”.
Dicha etapa de trabajo tuvo lugar entre septiembre y noviembre de 2001 y sus resultados fueron refrendados en la XIII de Ministros efectuada en Montevideo en noviembre de ese mismo año. El Proyecto fue a su vez reafirmado en el “Seminario de Industrias Culturales del MERCOSUR” que organizó el Ministerio de Cultura de Brasil en Río de Janeiro, en noviembre de 2002, y del que participaron especialistas de la región, además de representantes del Convenio Andrés Bello.
Desde el momento en que concluyó la labor de la etapa referida, no se produjo en la Argentina ningún estudio que pudiera enriquecer de manera significativa la información que se reunió y procesó entonces. Información que, vale destacarlo, ha quedado ahora bastante desactualizada como resultado de los conocidos cambios experimentados en la situación nacional –políticos, económicos y socioculturales- y lo que estos han significado también para la producción y consumo de bienes y servicios culturales.
Impacto de los cambios operados en el 2002 en la cultura y las IC
Al cabo de diez años de política económica de desgüazamiento del aparato del Estado y de “desregulación” de la economía, aparecen hoy diversas situaciones que contextualizan el panorama de las IC en el país. Entre las mismas se destacan los siguientes:
- desmantelamiento general de la capacidad industrial del país y transferencia de la mayor parte de los recursos y servicios básicos a capitales transnacionales (en el año 2002, el 70% de las ventas totales de la economía argentina estuvo a cargo de empresas extranjeras);
- incremento del déficit fiscal y de la deuda externa a niveles más elevados que nunca, con la consiguiente restricción del crédito internacional y local;
- caída dramática del PBI de la industria manufacturera, de 40,6 mil millones de dólares en 2001, a 30,8 mil millones en 2002;
- crecimiento de la desocupación y la subocupación a tasas inéditas en la historia del país (entre 1990 y 2002 se perdieron 460 mil empleos industriales, con lo que la desocupación actual, superior al 20%, es la más alta de la historia argentina);
- reducción de la capacidad adquisitiva de la población e incremento, a cifras inéditas, de los índices de exclusión social.
- concentración de la propiedad de las IC en compañías transnacionales, cuyas ventas crecieron entre 1992 y 1998, de 38 por ciento en el primero de esos años, a 59 por ciento en el segundo, representando en este año, el 80 por ciento de la recaudación de las salas de cine y de la venta de discos, el 74 por ciento de la facturación publicitaria, el 54 por ciento de la industria gráfica y editorial, y un porcentaje semejante en la facturación de multimedia y televisión.
Estas situaciones comenzaron a manifestarse a mediados de los 90, pero convergieron y se potenciaron entre 2000 y 2001, con consecuencias más visibles y dramáticas en 2002. En ese contexto, las IC experimentaron de manera casi generalizada, una fuerte contracción de su capacidad productiva y comercial, acentuándose aún más la crisis de muchas de ellas, que ya había sido preanunciada en el último tramo de los 90. Algunos capitales transnacionales dedicados a realizar inversiones significativas en compras o fusiones de conglomerados de multimedios –particularmente del sector audiovisual- comenzaron a retirarse del país apenas se resintieron sus expectativas de rentabilidad inmediata.
La crisis de algunas grandes empresas locales de bienes y servicios, redujo sus inversiones en el sector publicitario, para perjuicio inmediato de los medios dependientes del mismo, como la televisión, la prensa y la radio, con lo cual habría disminuido en un 30% el volumen de facturación en dichos medios. Asimismo, las ventas de publicaciones periódicas experimentaron una caída cercana al 20%, perjudicando principalmente al sector de las revistas.
La TV de pago experimentó asimismo un perjuicio estimado en alrededor del 30% de la facturación, habiéndose reducido entre el 15 y el 20% el número de hogares abonados al sistema –alrededor de un millón de hogares- sea por falta de pago o por anulación de suscripciones. Algunos proyectos de inversiones en TV satelital, que habían aparecido como competencia a la TV de cable, fueron suspendidos esperando una oportunidad mejor. Importantes medios sufrieron los efectos de la crisis, reduciendo sus presupuestos y sus programas de trabajo, para perjuicio de empresarios, artistas, técnicos y creadores.
Los ingresos de los servicios de exhibición cinematográfica o de alquiler de video se redujeron en valores constantes a más de la mitad, acompañando los índices de la devaluación monetaria, que establecieron una relación de 3,30 pesos por cada dólar, como promedio, con lo cual se resintió el financiamiento del cine nacional y también las ganancias de la producción extranjera en el país. Si un filme de presupuesto medio representaba en el 2000 un costo de 1,2 millones de dólares, el mismo se redujo a menos de la mitad en el 2002, aunque requiere de casi tres veces más espectadores para amortizar su presupuesto, dado que el valor de la entrada al cine cayó de un promedio de 5 dólares a entre 2 y 2,5 dólares como promedio.
El propio “Grupo Clarín”, el más poderoso conglomerado nacido al compás de las privatizaciones de los medios de radiodifusión, vio amenazada la sobrevivencia de algunas de sus empresas, lo que le llevó a invocar, por primera vez en su historia, la defensa de las IC ante la amenaza de que algunos capitales o fondos de inversión extranjera se hicieran dueños de parte de sus negocios. En apenas seis meses el término “industrias culturales” ocupó más espacio en sus medios que lo que había tenido a lo largo de la historia del Grupo.
El tema de las IC se afirmó también en el último período a través de la creación de áreas específicas en algunos gobiernos provinciales y grandes municipios, y en el creciente debate aparecido en numerosos seminarios nacionales e internacionales. En el marco de la crisis más reciente, que afectó fuertemente las inversiones, el consumo y el empleo, los sindicatos de actores, técnicos y profesionales de la comunicación y la cultura, junto con algunas cámaras o entidades empresariales del teatro y el cine, crearon un “Foro para la Defensa de las Industrias Culturales de la Ciudad de Buenos Aires”. Este nació como un organismo activo –apoyado por el gobierno de dicha ciudad- iniciando su primera convocatoria con un lúcido pronunciamiento en favor de los principios de “excepción cultural” y “diversidad cultural”, para concluir reclamando que los mismos sean asumidos por el gobierno nacional para frenar las renovadas exigencias de los Estados Unidos en la Organización Mundial de Comercio –y las que se prevén en el ALCA- de eliminar todo tipo proteccionismo estatal en materia de servicios culturales, con lo cual se afectaría gravemente a las industrias del cine y el audiovisual de nuestros países y de la mayor parte del mundo.
La Secretaría de Cultura de la Nación propició en este sentido una postura favorable a los principios de “excepción” y “diversidad”, la que fue elevada a los foros de Ministros de Cultura de la región, en los que se reafirmó “el compromiso del Bloque del MERCOSUR y Países Asociados, de propiciar normas que garanticen el derecho a la diversidad cultural y el desarrollo de las industrias locales en las actuales negociaciones internacionales”.
En los dos últimos años esta posición también fue asumida en diversos eventos regionales, como el Encuentro de Ministros de Cultura en Cartagena de Indias y en la Conferencia de Autoridades Iberoamericanas Cinematográficas (CACI) en Isla Margarita. Asimismo, en la VI Conferencia Iberoamericana de Cultura en República Dominicana, los ministros afirmaron la necesidad del respeto a los derechos humanos y la diversidad cultural como base del desarrollo de las sociedades. Otro tanto hicieron numerosas entidades y asociaciones de productores, directores y trabajadores del sector cultural y audiovisual de América Latina, Canadá, Francia y otros países.
La devaluación monetaria impuesta en el 2001, permitió, sin embargo, mejorar la capacidad competitiva internacional en algunas industrias y servicios, o en ciertos nichos de las mismas. Editoriales de pequeña o mediana dimensión lograron desprenderse de parte de sus viejos y no tan viejos stocks, ubicando los mismos en mercados hispanohablantes gracias a la ventaja relativa de los nuevos valores cambiarios. En este sector, como en otros de las IC, el fin de la paridad monetaria incidió negativamente en el costo de los insumos importados, particularmente papel y cartulina de impresión, pero hizo caer, en términos relativos, los costos de fabricación con la devaluación del peso. Esto no impidió que prosiguiera el proceso de concentración empresarial en la rama editorial, como lo prueba, el acuerdo de venta de Paidós, una de las empresas más tradicionales del país, a favor de la editorial española Espasa Calpe, que a su vez forma parte del poderoso “Grupo Planeta”.
Otros servicios locales, como los correspondientes al sector audiovisual, encontraron también en el último año mayores ventajas comparativas a escala internacional, lo cual incentivó la presencia de compañías extranjeras en la producción de spots publicitarios y otros productos cinematográficos, aprovechando los menores costos del país en materia de trabajo de técnicos, transportes, alimentación, etc. Aunque los precios del material virgen, y las tarifas de procesado de laboratorios y otros servicios se mantienen prácticamente dolarizados, los menores costos globales de los servicios locales, promovieron también algunas experiencias de coproducción o de producción extranjera, para la realización de películas de largometraje. Recordemos que si en la época de la Etapa Preparatoria del Proyecto al que nos referimos los sueldos de los técnicos y trabajadores del sector eran los más elevados de América Latina, hoy, transcurridos apenas dos años, se ha convertido en los más bajos de la región.
La nueva situación existente en el país, lleva de nuevo a reafirmar la idea de que toda información reunida en un momento dado sobre la incidencia económica y social –además de cultural- de las IC en el PIB, la PEA, la balanza comercial, etc., tiene apenas un valor provisorio. Recién adquiere un valor confiable cuando se confronta la información reunida con la de otros momentos y se le imprime un sentido de construcción hacia delante. Ello es así porque el tema de las IC experimenta las situaciones que son propias de cualquier proceso dinámico y cambiante y lo que importa es graficar la evolución y las orientaciones del mismo, a menudo poco previsibles.
En este punto cabe observar el valor aleatorio de cualquier informe de cifras o datos estadísticos, producidos por una u otra investigación aislada, cuando ellos no forman parte, o no logran inscribirse, en procesos de gestión política orientados precisamente a cambiar la situación investigada. Articular los estudios a las decisiones gubernamentales para permitir su implementación en los sectores directamente involucrados, resulta, por ello, una tarea de valor decisivo en el aprovechamiento efectivo de la información y en su conversión en política pública.
Toda investigación más o menos seria, enriquece sin duda el “saber” de quienes participan de la misma o de quienes acceden a ella. Pero su operatividad potencial queda restringida cuando la misma no es asumida efectivamente –más allá de cualquier aprobación burocrática o formal- por las instituciones o agentes que supuestamente la propiciaron y a los cuales estuvo dirigida como parte de sus requerimientos. Con esto no agregamos nada nuevo a lo que ya es sobradamente conocido. Suele ocurrir en nuestros países que los estudios transitan por una vía y las decisiones y las políticas de Estado por otra, a manera de paralelas que nunca se tocan. Sin embargo, no pareciera ser éste el criterio que debería guiar las acciones futuras, como continuidad de lo realizado hasta ahora.
La cultura y las IC en la integración regional
Cuando se inició el trabajo del Proyecto referido, partíamos del reconocimiento de dos hechos fundamentales: el “crecimiento de la importancia estratégica de las industrias culturales y de la comunicación social (IC)” en la cultura, la economía, el empleo y el desarrollo social y nacional de cada país, y la “ausencia de políticas nacionales y regionales destinadas a promover activamente estas industrias como parte de las políticas de integración regional”. Precisábamos además, que no era tan importante el objetivo de la integración de las mismas, como el papel que pueden cumplir ellas en favor de la integración de la región a partir de su deseada y necesaria contribución a los intercambios culturales y comunicacionales de nuestros pueblos.
Porque, cuando hablamos de “integración regional” ¿a qué nos estamos refiriendo?
Convengamos que la integración nunca es un fin en sí misma, sino que está asociada siempre a un determinado para qué, es decir, al logro de propósitos muy concretos, según las circunstancias que predominan en cada momento. En este sentido, los proyectos integradores de nuestros países se han movido con diferentes signos según la época en que fueron planteados.
“Unirse es renunciar a estar por encima de los demás”, señalaba Pablo VI en alguno de sus mensajes, aunque, no sea ésta la intención más profunda que anima en nuestros días a muchas tentativas supuestamente integracionistas. Antes bien, algunas de ellas tienen su origen en la cosmovisión etnocentrista de que lo bueno sólo existe de este lado de las fronteras y que nuestros problemas nunca son originados por nosotros, sino por esa especie de infierno, que como diría Sartre, siempre “son los otros”. De tal modo que la educación implementada en casi todos nuestros países –como parte esencial de la cultura- se correspondió con los proyectos de Estado-Nación de los siglos XIX y parte del XX, resultando cada vez más anacrónicos en tiempos como los actuales, donde aquellas están obligadas a concebirse en el marco de proyectos de “Estados-Región”, es decir, de bloques regionales o de continentalismos, para promover sus legítimos intereses.
Tal como observa Gregorio Recondo: “Las élites dirigentes no se atrevieron a plantar en el jardín iberoamericano las semillas que hicieran florecer una educación común para la integración, nuestro sueño presente. En la mayoría de nuestros países, la historia, la geografía y la formación ciudadana resulta un claro ejemplo de sectarismo y de discriminación. La educación levantó muros interfronterizos en lugar de construir puentes”.
Una cultura –de la cual forma parte la educación- concebida para la construcción de la nacionalidad, pudo ser entendible en los primeros momentos de construcción de la nacionalidad, pero todo indica que pareciera resultar obsoleta para las necesidades mercosureñas –y locales- en el nuevo siglo que estamos transitando, cuyas exigencias son las de construir bloques regionales donde la noción de los otros sea suplantada por la de un fraternal y dinamizador nos-otros.
Sobre este punto, el encuentro de Ministros y Responsables de Cultura de Iberoamérica, que tuvo lugar en Venezuela, en 1997, sostuvo que “la integración cultural debe basarse en un conjunto de valores y principios compartidos que, sustentados en una herencia histórica cultural común y en una visión ética, sirvan como puntos de referencia para todas las sociedades que forman parte del proceso. (...) El desarrollo humano sostenible, entre otros aspectos, debe contemplar la necesidad de identificar mecanismos que contribuyan a la valoración de lo multiétnico y pluricultural que se expresa concretamente en la diversidad y la igualdad de oportunidades, el estímulo a la creatividad en todas las instancias de la sociedad, el aliento a los medios de comunicación y demás instituciones difusoras de la cultura, para dar oportunidad de acceso a los diversos grupos étnicos y culturales, la ejecución de nuevas investigaciones sobre la vinculación entre cultura, desarrollo y democracia (...) Para el logro integral de esos enunciados, en la definición de políticas culturales y su ejecución, el Estado debe propiciar la participación amplia, efectiva y concertada de la sociedad civil”.
Precisamente en ese marco de ideas y principios, se puso en marcha el estudio de la incidencia de las IC en la economía, la cultura y la integración en los países del MERCOSUR. Tal como desde un primer momento se observó en el Proyecto acordado por los Ministros de Cultura:“La cultura, como otras veces se ha dicho, no sólo puede producir utilidades económicas y dar trabajo, sino que puede por sobre todo, alimentar las esperanzas, el autoreconocimiento y la autoestima de nuestras sociedades, y con ello, su posibilidad de aportar a lo universal, desde la diversidad de cada sitio nacional, en la medida que éste aparece como expresión de una identidad. Y que es el reconocimiento de esas muchas y diversas identidades, y el respeto por las mismas, lo que puede garantizar la democracia en nuestras naciones”.
Las IC y la medición de lo intangible
Evaluar la incidencia de las IC en la economía, el empleo, la cultura y los intercambios y la integración regional, representa sin duda un desafío teórico, metodológico y político sumamente complejo, dado que nos estamos refiriendo al inicio de un proceso de estudios, con pocos o casi ningún antecedente suficientemente legitimado. Forma parte, además, de una preocupación nacida hace apenas dos o tres décadas en algunas naciones altamente industrializadas y menos de una en los países de América latina. Porque se trata de estudiar ya no sólo la incidencia de una u otra rama de las IC –tema que cuenta con numerosos e ilustrativos antecedentes- sino de analizar la evolución del conjunto de las mismas. Un conjunto que caracterizamos como sistema de relaciones sinérgicas, cuya importancia estratégica está cada vez más fuera de duda, bastando conocer su incidencia, a veces determinante, en la conformación de la economía, la cultura, la democracia y el desarrollo de las naciones.
Es conocida la reciente preocupación de investigadores y estudiosos, procedentes en su mayor parte del campo académico, por definir las variables y los indicadores básicos que pueden servir en la medición del impacto referido, y que a su vez permitan mostrar su evolución en el tiempo, junto con sus interrelaciones con las distintas áreas del desarrollo. Nos encontramos hoy en día con parecido tipo de interrogantes y debates a los que, probablemente, se enfrentaron especialistas, empresarios y gobiernos hace más de medio siglo, cuando trataron de conceptuar y definir indicadores comunes para actuar en la flamante “industria sin chimeneas”, con la que se bautizó a la producción de bienes y servicios turísticos a partir de la Segunda Guerra.
Es sabido también que la construcción de dicho sector consistió simplemente en articular diversas actividades industriales y de servicios preexistentes, aunque poco conectadas entre sí hasta ese entonces, y menos aún integradas –transportes, hotelería, construcción, comunicaciones, recursos históricos y naturales, paisajes, artesanía popular, fiestas y espectáculos, entretenimiento, publicidad, etc.- para ir consolidando un proyecto de desarrollo simultáneo en los campos de la economía, de la cultura y de los intercambios, sobre los cuales, todavía y pese al medio siglo transcurrido, existen numerosos puntos que son objeto de polémica o debate. Sin embargo, los numerosos estudios, encuentros y acuerdos regionales e internacionales, han ido conformando a lo largo de las últimas décadas una concepción cada vez más integral de los diversos agentes y recursos participantes, estableciendo variables e indicadores para medir la evolución del sector y para estudiar su impacto en el desarrollo económico, social, cultural y ambiental de cada país y a escala mundial.
Cada rama o hilera que paso a formar parte de este “sistema de industrias y servicios” que es el turismo, había nacido y crecido sin necesidad de la “industria sin chimeneas”, pero la construcción y consolidación de la misma, reforzó sustancialmente las posibilidades individuales de cada industria o servicio que la conformaba, sin que las diferencias existentes entre los diversos sectores les impidieran actuar de manera articulada, con el consiguiente beneficio para cada parte y para el conjunto.
También hoy las industrias y servicios que conforman el sistema de las IC, pese a las diferencias y tensiones que existen entre los mismos –y a menudo en el interior de cada rama- parecen tender a encontrarse, tanto en las políticas públicas de cada país, como en los procesos de concentración nacional o transnacional del sector privado. El kiosco barrial, convertido en punto de venta de diarios, revistas, discos, libros, videos, disquetes, etc., es, como ya se ha dicho en otro momento, una ilustrativa metáfora de la convergencia de la economía, la tecnología y los contenidos culturales con los que trabajan las IC.
En este punto cabe destacar que, entre los dos componentes principales de estas industrias –económico/cultural, material/inmaterial,tangible/intangible- la importancia mayor de las mismas no puede medirse tanto por su dimensión económica o por la mayor o menor participación de capitales nacionales en la propiedad del sector –tema en el que algunos empresarios locales ponen el acento- sino por lo que los valores simbólicos producidos aportan, o pueden aportar, al mejoramiento del espacio público nacional y regional. Es decir, a la información, la educación, la cultura y el conocimiento, atendiendo a sus necesidades de su desarrollo equitativo y democrático.
Esta característica distintiva en el conjunto de las industrias y sectores económicos, es la que otorga a las IC un valor estratégico. Valor doblemente potenciado, si junto con su capacidad para incidir socio-culturalmente en los imaginarios colectivos, agregamos su creciente importancia en la economía, el empleo y los intercambios comerciales. Descuidar el factor específico que legitima la existencia de estas industrias –cultural y comunicacional- en favor de prioridades de rentabilidad lucrativa, no sólo deslegitima la razón de ser de aquellas, sino que atenta también contra sus verdaderas posibilidades económicas y estructurales.
Basta recordar en este sentido que el crecimiento de las IC en cualquier país no ha sido promovido por criterios eminentemente economicistas, como puede ocurrir con industrias de otros géneros, sino atendiendo o promoviendo, antes que nada, demandas simbólicas y expectativas culturales en sus respectivas sociedades y mercados o, también, promoviendo aquellas en función de los intereses de reproducción ideológica de algunas de dichas industrias.
Aclaramos esto frente a las conocidas políticas de algunos sectores, para los cuales los porcentajes de propiedad que algunos capitales locales tienen en el control de las IC podría garantizar su carácter “nacional”, mientras que el mismo, sólo puede estar definido por los contenidos y significados que ellas producen y difunden. Con lo cual, lo “nacional” o lo “extranjero” no radica tanto en la composición de sus capitales, sino en los contenidos con que ellos trabajan, para beneficio o perjuicio de la identidad y de la cultura de cada comunidad nacional o regional. Destacando, además, que tanto la identidad como la cultura, no son, sino que están siendo, recreadas permanentemente en su labor de coproducción cotidiana con otras identidades y culturas.
A partir de este enfoque se jerarquiza, en lugar de subestimarse, la importancia también estratégica de las estructuras económicas e industriales del sector, en el que también incluimos a las industrias de hardware, las que hemos definido como “Industrias Auxiliares de Soporte e Insumos”, ya que sin su existencia y desarrollo sería ilusorio aspirar a la producción y circulación del capital de lo intangible. Articular políticas entre las industrias de producción de contenidos y las de soporte aparece así como una necesidad insoslayable para beneficio del conjunto de las IC y también de nuestras comunidades. Esto obliga a construir puntos básicos de coincidencia entre los diversos agentes del sector, tanto en sus relaciones verticales como horizontales, superando la estrechez de los intereses individuales, cuya defensa irrestricta no sólo perjudica el desarrollo del conjunto de estas industrias, sino también el de cualquiera de sus partes.
Acotación del campo de estudio: una elección entre otras posibles
Acordar una definición sobre conceptos tan elementales el de “cultura” supone sin duda un desafío conceptual –además de político- de igual modo que ocurre con otros conceptos que se desprenden naturalmente del mismo, por cuanto dicho concepto no tiene una definición universalmente aceptada, sino que define desde lo diverso, que es común a las experiencias de cada comunidad.
Recordamos, en efecto, la anécdota experimentada en Buenos Aires, con motivo del de la Etapa Preliminar del Proyecto, cuando propusimos a la Dirección de Cuentas Nacional del Ministerio de Economía incluir datos básicos del sector de las industrias culturales en el sistema de estadística y censos de dicho organismo, así como incluir a las IC y a la cultura en el sistema nacional de Cuentas Satélite para su tratamiento sistemático y permanente. “No lo hemos hecho aún, no porque no lo entendamos importante y necesario, sino porque, hasta el momento, nadie ha venido a decirnos qué es ´cultura”. En consecuencia, no había posibilidad alguna de cuantificar o medir tampoco su dimensión económica y social.
La complejidad del tema y la vastedad de los elementos que lo conforman, unido a su carácter dinámico y cambiante, prefigura la necesidad de acotar los términos del mismo, estableciendo una sucesión de objetivos más o menos planificados, dentro de los cuales, la opción de encarar como tema de estudio y de propuestas de políticas el sector de las IC, es una más entre otras posibles. Implica, eso sí, omitir a diversos sectores de la cultura y proponer para otros proyectos el estudio de temas que revisten también enorme significación en nuestras economías y culturas, como son los relacionados con el sector de servicios culturales (patrimonio histórico, museos, archivos, bibliotecas, artes escénicas y musicales, animación cultural, formación artística, turismo cultural, etc.) y de actividades (fiestas y celebraciones populares, artesanías no industrializadas, etc.).
La elección de las IC como tema de investigación y estudios, tal como ella fue acordada entre los Ministros de Cultura del MERCOSUR, se basó en su papel catalizador y dinamizador que las mismas tienen sobre el conjunto de los servicios y actividades, así como de los otros campos de la vida de la región (economía, política, educación, ciencia y tecnología, integración nacional y regional, etc.). Además, se la ubicó en el marco de lo que entendemos debe ser un proceso sistematizado y permanente de estudios y de políticas, cuyas características y alcances irán definiéndose en el desarrollo del mismo, el cual dependerá, además, de la evolución de las circunstancias políticas y económicas de los países de la región y de las decisiones que adopten los responsables del sector Cultura.
Uno de los primeros temas a resolver con relación a este punto fue precisar los límites iniciales del objeto de estudio. Se trataba de definir aquello que debería ser destacado en un primer momento, como punto de partida, en el marco de un proceso que sin duda será de plazo prolongado, además de sumamente complejo. Y si el concepto “cultura” aparece todavía con muy diversas interpretaciones, el de “industrias culturales”, pese a su carácter más reciente, experimenta una situación parecida. Lo cual no debería llevarnos necesariamente a repetir los conocidos debates teóricos o académicos, sino a delimitar, aunque sólo sea de manera provisoria, nuestro campo de estudio, entendiendo que a través del proceso que implica su tratamiento irán introduciéndose los ajustes y los cambios que correspondan.
Al respecto, abundan en nuestros países los estudios que incluyen en el concepto de IC numerosas actividades y servicios que corresponden más al sector Cultura, en general, que al universo que estamos tratando. Un ejemplo es la caracterización que hicieron en su momento quienes integraban uno de los comités técnicos del MERCOSUR, al excluir del concepto algunas industrias del audiovisual y de las publicaciones periódicas, incorporando en cambio servicios y actividades diversos, como museos, turismo, artesanías, artes plásticas, etc.
Otras veces, se confunden los temas de las IC con el de la economía de la cultura, incluyendo en este campo todo lo que, con algún componente cultural, particularmente relacionado con lo que los norteamericanos denominan “industria del entretenimiento”, tiene un significativo peso económico y social, como sucede con los juegos, los deportes y otras actividades colindantes, además de las propias IC.
Por nuestra parte, sosteníamos años atrás que el término IC alude “al conjunto de actividades relacionadas, directamente con la creación, la fabricación, la comercialización y los servicios de productos o bienes culturales, en el ámbito de un país o a nivel internacional. Los rasgos distintivos de estas industrias son semejantes a las de cualquiera otra actividad industrial y se basan en la serialización, la estandarización, la división del trabajo y el consumo de masas. A diferencia de otras, no se trata de productos para el uso o el consumo físico, sino de bienes simbólicos (obras literarias, musicales, cinematográficas, plásticas, periodísticas, televisivas, etc.) que para acceder a la percepción (consumo) de los grandes públicos, deben procesarse o manufacturarse industrialmente para adoptar la forma de un libro, un disco, una película, una publicación periódica, una reproducción o un programa de televisión”.
La propia lógica de la circulación del capital tiende a incentivar cada vez más el consumo de todos los productos y servicios existentes, para lo cual tiene que introducir en estos renovadas cargas simbólicas con el fin de incidir en las formas de representación que son propias de los usuarios o de los mercados. Ello viene ocurriendo desde los años que siguieron a la gran crisis del capitalismo norteamericano de fines de los años 20, cuando la llamada “sociedad de bienestar” comenzó a relegar a un segundo plano a los tradicionales ingenieros de producción en las industrias tradicionales y a promover en su lugar el papel de los ingenieros de motivaciones. Simultáneamente, la imagen o la representación de los productos y servicios ofertados pasó a ocupar un lugar privilegiado en las decisiones de los consumidores, haciendo que las mismas estuvieran cada vez más condicionadas por el significado sociocultural de los productos que por la verdadera funcionalidad de los mismos.
El diseño industrial se incorporó a la rentabilidad productiva de las empresas con un valor agregado que devenía de la producción de significados, representaciones y valores simbólicos acordes con cada producto o servicio ofertado. Asistimos así a un fenómeno nada coyuntural “de simbolización creciente de la producción para el consumo. El diseño –sea funcional o no- llega a formar parte sustancial como valor simbólico, tanto de los productos como de la esfera de la circulación mercantil”.
De este modo, todas las industrias, aunque algunas en mayor medida que otras, construyeron, reforzaron o resemantizaron imaginarios sociales, para mejorar sus capacidades competitivas en los mercados promoviendo a su vez cambios en las demandas culturales y en el consumo. Las industrias de la belleza y la moda figuran entre las que más se apropiaron de la producción de imágenes y significados para construir la imagen deseada por parte de sus usuarios o consumidores. Pero ello también sirvió a la casi totalidad de las industrias. Basta, para confirmarlo, repasar los avisos publicitarios y la labor de marketing de cualquier empresa de nuestro tiempo.
Todo esto obliga a visualizar, con una mirada nueva, la incidencia de la cultura en el conjunto de la economía, la que se da en términos distintos a lo que era habitual en otras épocas. Sin embargo, la elección de ciertas industrias en lugar de otras, para referirnos al universo de las IC, surge de una primera caracterización que, entendemos, puede servir provisoriamente para delimitar el campo de nuestro trabajo. De este modo, y con el riesgo de introducir una definición más a la numerosa gama de definiciones, seleccionamos dentro del concepto de IC sólo a las que están dedicadas a producir y comercializar, con criterios industriales, bienes y servicios destinados, específicamente, a satisfacer y/o promover demandas culturales con fines de reproducción económica, ideológica y social.
Lo de “específicamente” fija una delimitación muy concreta. Distingue la demanda de un consumo que pone en primer plano el consumo o el uso de valores simbólicos, de aquel referido a productos donde dichos valores se agregan o complementan alguna demanda básica de otro género (fumar, vestirse, desplazarse, beber, alimentarse, etc.)
Sin pretender reducir la incidencia de los valores simbólicos presentes en cualquier producto manufacturado, servicio o actividad sociocultural, los límites establecidos para el concepto de IC permiten concentrar el estudio y el análisis en una determinada gama de industrias y servicios, correspondiendo a otros trabajos la realización de trabajos que enriquezcan el conocimiento más profundo de las relaciones entre la economía, la industria, la cultura y el desarrollo en general.
Tal como se resolvió para la etapa inicial del Proyecto referido, las industrias seleccionadas fueron las siguientes:
. Complejo Editorial: libros, diarios y revistas;
. Complejo Audiovisual: televisión, cine y video, incluyendo video-juegos;
. Complejo Sonoro: disco y radio;
. Publicidad, en tanto ella atraviesa a diversos medios y se ocupa especialmente de producir significados destinados a incentivar el consumo de bienes y servicios ajenos al sector, pero entre los cuales figuran también los de las propias IC.
A este campo se agregan también las “Industrias Auxiliares de Soporte e Insumos” cuya dimensión económica supera con creces a la que es propia de la venta de bienes y servicios y dentro de la cual figuran, por ejemplo, máquinas y papel para la fabricación de libros, diarios y revistas; instalaciones, equipos e instrumentos para la producción y emisión de contenidos radiofónicos y televisivos; equipos de producción, recepción y reproducción de imágenes y sonidos (aparatos de radio y TV, máquinas de impresión gráfica, papel prensa, equipos para estudios de sonido y laboratorios cinematográficos, película virgen, ordenadores aplicados al proceso productivo, máquinas de video juegos, etc.)
También incorporamos las que definimos como “Industrias Conexas”, donde se incluyen algunos rubros de las telecomunicaciones y de la informática, particularmente Internet, plataformas digitales y nuevas tecnologías cada vez más incorporadas a la producción, circulación o consumo de bienes y servicios culturales. Un campo éste cuya importancia crecerá fuertemente en los próximos años, obligando a repensar algunos de los actuales esquemas y definiciones. Acaso, Internet, ¿no forma ya parte sustancial de las industrias del libro, las publicaciones periódicas, el disco y el audiovisual?...
Sin embargo, la delimitación del campo de estudio a las industrias referidas, parece recomendable para evitar dispersión de esfuerzos y concentrar los recursos disponibles en la puesta en marcha de un proceso de políticas públicas, destinadas a dar respuesta constructiva a los crecientes desafíos del sistema de IC que hoy nos ocupa. Una base inicial que puede y debe ser punto de partida para otras etapas del proceso que se pretende impulsar.
Instrumentos de medición
El estudio de las IC en el MERCOSUR exige de un acuerdo regional sobre lo que nos proponemos conocer así como sobre su evolución a lo largo de un proceso determinado. En este sentido, se trata de conocer y analizar la incidencia de las referidas industrias en la economía, el empleo, la cultura y la integración regional durante un período determinado utilizando instrumentos comunes. “La evaluación de un impacto sólo puede hacerse con relación a algo que pueda “medirse” -variable-, es decir, algo cuyo valor sea susceptible de evidenciar algún tipo de cambio para que pueda decirse que dicha alteración se asocia a una acción que hemos introducido. Sin embargo, para poder ver –“evaluar”- la magnitud o características de esa “variación”, necesitamos observar datos “concretos” (indicadores) que, solos o en conjunto, nos dan la pauta de la “perturbación” de esa variable”.
Esto supone la adopción de determinadas variables -económicas, sociales y culturales- a partir de las cuales deberían realizarse las correspondientes mediciones con el fin de comparar los cambios que ellas experimentarán en términos históricos como producto de las políticas que se implementen en la materia. Tal medición corre a cargo de ciertos indicadores que, solos o en conjunto, permiten evaluar concretamente las variaciones experimentadas en cada variable.
Como se advierte, no es esta una labor destinada a enriquecer principalmente la información y el conocimiento sobre un determinado aspecto en un momento dado. Pretende, antes que nada, convertirse en instrumento operativo para una finalidad superior, como es la de contribuir al diseño de Políticas de Estado congruentes con las necesidades de desarrollo, tanto de los agentes involucrados como de la comunidad regional.
Se aspira a que los estudios que se realicen no sean, como ya se ha dicho, simples “fotos fijas” y que, por el contrario, se desarrollen como “imágenes en movimiento”, las que a través de su periodicidad y sistemática confrontación, permitan ilustrar los cambios que las IC experimentan a partir de las políticas y acciones implementadas. Esto obliga a combinar el empleo de indicadores cuantitativos basados en información estadística verificable, dado que permiten realizar comparaciones basadas en criterios uniformes, con otros de tipo más abierto y dinámico que pueden llegar a colisionar inclusive con los criterios de medición meramente estadística.
De modo parecido a los criterios metodológicos que se discuten en otros proyectos de investigación sobre el impacto cultural en diversos campos del desarrollo, como es el caso del que se propone actualmente en el Parlamento Latinoamericano (PARLATINO), el principal problema al que se enfrenta el estudio acordado resulta común a cualquier investigación en el campo de las ciencias sociales: la pérdida de significación, de matices, al operacionalizar.
“Repetidamente se señala que la falla más habitual en muchos índices cuantitativos es que, al tratarse de promedios, ocultan las diferencias en la distribución. Se les critica asimismo la cuestionable propensión a equiparar situaciones que de hecho son considerablemente heterogéneas, lo cual lleva a opacar diferencias significativas. Sin embargo, se llega a un punto en el que parece más difícil de resignar matices de significación al trabajar en el campo de la cultura. Aparece con mayor gravedad el riesgo de desnaturalizar los fenómenos sociales complejos al intentar traducir conceptos. Esto sin perjuicio de la crítica positivista que insiste en negar “entidad”, a aquello que se resista a ser cuantificado: nos inclinamos por evitar el enmascaramiento de la diversidad aún a riesgo de perder precisión en el momento de la acumulación o la comparación de datos”.
La experiencia hasta ahora recogida parecería recomendar en este punto, no tanto la realización de nuevos acopios de datos, de valor tan provisional y relativo como los que se han reunido hasta el momento, sino iniciar la incorporación de los mismos en los sistemas de información existentes o a crearse para posibilitar su tratamiento orgánico y sistematizado.
A esta situación debería agregarse que cualquier política en favor de un conocimiento más profundo de nuestras IC, está obligada a ir más allá de la elección de los indicadores que creamos más pertinentes para dicho conocimiento. La experiencia realizada muestra también profundos “agujeros negros” en el sector en cuanto a datos elementales sobre su propia situación. Aunque existen distintos niveles de desarrollo informativo entre las cámaras, entidades y sindicatos representativos de estas industrias, predomina, en términos generales, una fuerte dosis de opacidad que podría neutralizar cualquier listado de indicadores por más completo que el mismo sea, lo cual obliga a dar suma importancia a la elección de las fuentes de información y a consensuar con ellas una labor conjunta para beneficio del sector y de la comunidad.
Ello demanda de políticas que promuevan la participación protagónica de las fuentes directamente involucradas con cada industria de bienes y servicios, para acordar con ellas los indicadores básicos que deben ser considerados en los sistemas estadísticos nacionales, así como en los censos sobre consumos culturales y en los programas y actividades de desarrollo del sector. Indicadores que demandan también de un tratamiento metodológico destinado a desarrollar cruzamientos de información, para que ésta no sea meramente descriptiva, sino que ayude a la evaluación cualitativa, crítica y política de la situación del sector.
Entre las posibles y necesarias fuentes informativas han de destacarse las cámaras empresariales, las asociaciones y sindicatos de autores, técnicos y profesionales, las instituciones académicas que se comprometan a participar con estudios, investigaciones y acciones de capacitación necesarias, para que, junto con otros especialistas, contribuyan al cumplimiento de los objetivos acordados.
En suma, se trata de elaborar algunas propuestas para que los organismos gubernamentales del sector Cultura estudien seriamente la implementación regional y/o nacional de políticas destinadas a poner en marcha un proceso de mediano y largo plazo destinado a posicionar el sistema de las IC, y el de la cultura en general, como factor estratégico del desarrollo y de la integración mercosureña. Para ello deberán prever la participación de los principales agentes del sector acordando con los mismos las pautas que guiarán este proceso, lo que supone la planificación de programas y acciones, el financiamiento de las mismas y los cambios que deberían ser efectuados en las políticas públicas y privadas para beneficio de la economía, el empleo, la cultura y los intercambios de las industrias y las actividades culturales.
Algunas propuestas de desarrollo
Simplemente con el fin de avanzar en ciertas propuestas orientadas a dinamizar el papel del Estado y de los sectores privado y social en el campo de las IC y de la cultura, reseñamos algunas que ya fueron anticipadas entre los organismos de Cultura de la región, pero que no estaría de más recordar:
. Crear un Programa para la Defensa y Promoción de las Industrias Culturales del MERCOSUR, con finalidades equivalentes en cada país, para contribuir a la integración regional, del que participen los organismos públicos involucrados y los agentes principales del sector.
. Promover la creación de Consejos Nacionales Honorarios para la Defensa y Promoción de las Industrias Culturales, en los que participen, junto a los organismos públicos involucrados en el tema, los sectores empresariales, los autores y creadores, técnicos y profesionales, y especialistas del campo de la investigación y la cultura.
. Crear un Observatorio MERCOSUR Cultural que reúna y sistematice datos estadísticos, información, documentación, etc., sobre la situación de los distintos sectores culturales de la región y sobre sus proyectos y actividades.
. Realizar Acuerdos Nacionales entre Cultura, Economía y Trabajo, para incorporar la información existente en cada país, de carácter económico (producción, comercialización, balanza comercial, gasto público), social (empleo, derechos de autor) y cultural (consumos, gasto privado) en los Sistemas Nacionales de Estadística y Censos.
. Estudiar la implementación en cada país y a escala regional de Sistemas de Información Macroeconómica y Social de las IC y de la Cultura, y la incorporación del sector de las IC como Cuentas Satélite de Cultura a los Sistemas de Cuentas Nacionales.
. Realizar Convenios entre los países del MERCOSUR, que puedan convertirse en leyes nacionales, para la creación de Programas de Coproducción de Bienes y Servicios Culturales y de Mercado Común Cultural (MERCOSUR Cultural) para fomentar una circulación de “doble vía”, en lugar de la “vía única” hoy predominante, junto con el desarrollo de los países de la región menos favorecidos.
. Identificar y dictar medidas para la superación de los obstáculos que dificultan el libre intercambio de bienes y servicios culturales entre los países del MERCOSUR, así como de artistas, técnicos, empresarios, etc., vinculados a los mismos.
. Elaborar Programas de Defensa y Promoción de las PyMEs de la Cultura, como fuentes de diversidad cultural, economía y empleo a escala regional y en el interior de cada país.
. Promover la construcción de redes regionales sectoriales de las industrias en las que se realicen acciones conjuntas, con la colaboración de los organismos oficiales de cada país, en el contexto de la problemática integral de las IC.
. Elevar a las instancias del sector educativo de cada país la necesidad de diseñar programas que contribuyan al mutuo conocimiento y a la integración regional a través de la educación formal y no formal, y la cultura.
. Promover en las instituciones académicas y de investigación la realización de estudios sobre diversos campos de la cultura, algunos de ellos de crecientemente vinculación con las IC: turismo cultural, artes escénicas y musicales, artes visuales, juegos y deportes, diseño industrial, informática e Internet, artesanías, etc., y sobre la incidencia cualitativa de las IC en la cultura y en las prácticas sociales de cada pueblo (consumos culturales, formación de nuevos públicos, valores y actitudes, empleo del tiempo libre, etc.).
En suma, propuestas no demasiado novedosas ni originales, pero de cuya implementación puede depender en buena medida el desarrollo de las IC y de la cultura y la economía mercosureñas.
BIBLIOGRAFIA
Alvarez, Gabriel Omar, Integración regional e industrias culturales en el MERCOSUR: situación actual y perspectivas, en N. G. Canclini y C. Moneta (coord.) “Las industrias culturales en la integración latinoamericana”, EUDEBA-SELA, Buenos Aires, 1999.
Alvarez, Gabriel Omar, Indústrias culturais no Mercosul: Perfil do Brasil no 2000, en “Industrias Culturales-MERCOSUR Cultural”, Octavio Getino (coord.), Secretaría de Cultura y Medios de Comunicación, Buenos Aires, 2001.
Canclini, Néstor García y Moneta, Carlos, Políticas culturales: de las identidades nacionales al espacio latinoamericano, en “Las industrias culturales en la integración latinoamericana”, EUDEBA/SELA, Buenos Aires, 2000.
Getino, Octavio, Las industrias culturales: entre la cultura y la economía, en Gregorio Recondo (comp.) “Mercosur, la dimensión cultural de la integración”, CICCUS; Buenos Aires, 1997.
Getino, Octavio, Introducción a la dimensión económica y social de las industrias culturales en Argentina, en Getino, Octavio (coord.) “Industrias Culturales: Incidencia económica y sociocultural, intercambios y políticas de integración regional”, Secretaría de Cultura y Medios de Comunicación, Buenos Aires, 2001.
Getino, Octavio, Las industrias culturales en la Argentina, dimensión económica y políticas públicas, Colihue, Buenos Aires, 1995.
PARLATINO – UNESCO, Proyecto “La planificación cultural en la factibilidad del desarrollo”, Mayo 2002, Sao Paulo.
Recondo, Gregorio, El sueño de la Patria Grande, CICCUS, Buenos Aires, 2002.
Zallo, Ramón, El mercado de la cultura. Estructura económica y política de la comunicación, Gakoa Luburuak, País Vasco, 1992.
ANEXO
Seminário Indústrias Culturais no Mercosul,
XV Reunião de Ministros da Cultura dos países do Mercosul e Associados.
(Rio de Janeiro, 12 e 13 de novembro de 2002)
O Seminário sobre Indústrias Culturais no Mercosul convocou especialistas dos diferentes países do bloco e associados, com o propósito de discutir o informe realizado na Etapa Preparatória da pesquisa. *
A partir da análise dos dados reunidos nos informes nacionais, o debate contemplou a discussão de propostas a serem trazidas à XV Reunião de Ministros da Cultura do Mercosul e países Associados. Nesse sentido, o documento a seguir apresenta os principais temas sobre os quais os participantes do Seminário Indústrias Culturais no Mercosul alcançaram consenso.
Os participantes enfatizam a importância do informe da Etapa Preliminar e solicitam a continuidade do projeto, ampliando o diálogo para criar um foro de discussão que inclua outros atores. Também ressaltam a necessidade da criação de um sistema de informações culturais que viabilize estudos e pesquisas sobre a área nos países do Mercosul e associados. Propõe-se a constituição de um Observatório Cultural do Mercosul que promova o intercâmbio bem como a produção articulada de estudos de interesse mútuo dos países participantes. Os debates orientados pelo tema central das Indústrias Culturais, ampliaram o leque para temas conexos na área da economia da cultura, como artesanato, mercado das artes, turismo cultural e outras manifestações da cultura, como festas religiosas ou populares, que, apesar de não estarem inscritos no campo da indústria, têm peso na geração de renda e empreso na região.
Os dados reunidos nos informes mostram que o setor cultural tem pouca visibilidade no sistema de contas nacionais e de contornos difusos e, às vezes, oculto nos dados de outros setores. Apesar da dificuldade para obter cifras, os estudos revelam um setor que, em termos de geração de renda seria responsável por uma parcela entre 3 % do PIB e que emprega aproximadamente um milhão de trabalhadores nos diferentes países do Mercosul. Os dados dos informes mostram um grande déficit na balança comercial e na balança de serviços. Um aumento do intercâmbio entre os países do bloco poderia modificar este fluxo de recursos.
As iniciativas de integração para as Indústrias Culturais devem levar em conta a integração numa dupla perspectiva, que considere a integração regional e a integração ao interior dos países.
__________
* O Projeto “As Indústrias culturais no Mercosul: incidência econômica e sóciocultural, intercâmbios e políticas de Integração Regional” foi aprovado na X Reunião de Ministros de Cultura, (Buenos Aires 2000), e ratificado na XIII Reunião de Ministros de Cultura (Montevidéu 2001).
A oferta de bens e serviços das Indústrias Culturais está estreitamente relacionada ao tamanho dos mercados. Por um lado, países que não possuem um mercado interno considerável enfrentam maiores dificuldades para a produção de conteúdos. Por outra parte, países que possuem mercados nacionais de dimensões consideráveis, apresentam graves desigualdades internas. As ofertas de bens e serviços dos diferentes segmentos das
Indústrias Culturais concentram-se nas grandes cidades, cobrem a cidades médias e excluem do circuito de distribuição os pequenos municípios.
A distribuição (pública e privada) dos bens e serviços das Indústrias Culturais mostra que, no setor dos livros, as redes de bibliotecas asseguram o direito ao acesso à leitura a milhões de cidadãos em regiões onde não existem livrarias. No setor audiovisual, os cinemas concentram-se nas grandes cidades, as redes de TV a cabo estão presentes nas cidades de grande e médio porte, e as lojas de locação de vídeo tem uma difusão maior. Na maior parte das cidades se têm acesso a reprodutores de vídeo, incluso na rede escolar, o que possibilitaria a difusão de audiovisuais com uma capilaridades que leva as obras até os lugares mais remotos. O perfil das Indústrias Culturais mostra assimetrias entre as grandes metrópoles, como São Paulo, Buenos Aires e Rio de Janeiro, e o interior, composto por milhares de pequenos municípios excluídos do aceso a bens e serviços. Não falamos do grande circuito de entretenimentos, estamos falando do acesso aos livros, a um filme, a conteúdos produzidos na região.
As políticas de estímulo à produção de conteúdos, devem ser pensadas levando em conta a complexa estrutura de um mercado onde conglomerados multimídia que ocupam os principais nichos do mercado coexistem com uma quantidade infinitesimal de pequenas e médias empresas que ocupam outros nichos fragmentados. Devem ser discutidas políticas tanto para as grandes empresas, como para as pequenas e médias empresas dos diferentes setores da economia da cultura. Cabe destacar, por um lado, a importância das grandes empresas, ou “as empresas de bandeira azul”, com inserção no mercado global e que participam da pauta de exportações em um setor de crescente expansão. Por outro lado, as pequenas e médias empresas são responsáveis pelo maior número de postos de trabalho no setor e são mais suscetíveis às oscilações do mercado ocupando nichos que implicam uma alta taxa de risco. Estes empreendimentos, que muitas vezes servem como porta de acesso ao mercado das Indústrias Culturais, têm papel especial na preservação da diversidade do setor.
Os dados sobre distribuição mostram que o tamanho dos mercados está estreitamente relacionado à produção de conteúdos. Nesse sentido, devem ser estimulados mecanismos que promovam a criação de circuitos integrados de produção e distribuição entre os mercados mais importantes e os de menor peso.
Como processo de integração o Mercosul transformou-se em espaço público de discussão de agendas de integração. No seminário sinalizou-se a importância de interligar essas agendas por meio de um programa de ação que contemple o ano 2005 como data de referência, em ração dos compromissos assumidos no marco das negociações da ALCA. Estariam envolvidos nesse programa de ação o grupo que negocia o protocolo de Montevidéu, de liberalização de serviços, onde estão em andamento negociações sobre circulação de mão de obra dos diferentes segmentos das Indústrias Culturais. Se solicitaria a essa instancia a realização de esforços no sentido de aprofundar os entendimentos sobre o setor de serviços das Indústrias Culturais, para facilitar a livre circulação dos seu produtos e dos trabalhadores. Da mesma forma os parlamentares do PARCUM, teriam que participar deste empreendimento. Este grupo de parlamentares vem trabalhando o tema legislativo e poderia tomar a data como referência para resolver obstáculos legais que possam dificultar um processo de integração mais profunda.
Chama-se a tenção para necessidade de que os Ministros de Cultura liderem a criação de contas satélite da cultura nos diferentes países do bloco. Estas contas reuniriam sistematicamente diferentes indicadores que permitam visibilizar o peso das Indústrias Culturais na economia dos países do Mercosul e associados. A inclusão da conta satélite da cultura é uma meta que deve ser liderada pelos Ministros de Cultura, na representação do setor, para chegar a consenso com outras áreas dos governos como os Ministérios de Fazenda, Bancos Centrais, e órgãos de planejamento e promoção industrial.
No seminário ressaltou-se a importância de que os esforços que estão sendo realizados a nível nacional, como estudos para estimar o PIB cultural e sistemas de contas satélites, no caso do IPEA, sejam harmonizados para evitar a posterior incompatibilidade de indicadores. Nesse sentido, organizações multilaterais podem servir de fóruns para estender os esforços a outros países da região.
Cabe ressaltar que o aumento de comércio e as iniciativas de cooperação no setor das Indústrias Culturais permitirão a consolidação de um novo horizonte de comunicação, onde setores como cinema, as letras, a imprensa e até a música popular, apresentam-se como diferentes narrativas que, de forma às vezes indireta, apresentam e põem em discussão a nossa própria imagem e a de nossos vizinhos.
Os bens e serviços das indústrias culturais não operam apenas como entretenimento; oferecem também metáforas para discutir os nossos projetos coletivos, nossos sonhos e valores. Os mesmos não podem ser tratados na OMC como simples mercadorias a serem enquadradas na regra de “nação mais favorecida”. As políticas têm que ser orientadas pelo princípio da diversidade cultural de modo a assegurar aos cidadãos do bloco o acesso aos bens e serviços das Indústrias Culturais, não só como consumidores, como também na qualidade de produtores. Os acordos devem preservar o espaço para iniciativas de cooperação e políticas de apoio que viabilizem nossa capacidade de produção. Devem ser adotadas salvaguardas para que a globalização das comunicações não produza mercados oligopolizados que inviabilizem nossa inserção desde o Sul, de forma soberana.
Consultores: Octavio Getino (Argentina), Gabriel O. Alvarez (Brasil – coordenador acadêmico), Rubén Loza Aguerrebere (Uruguai)
Especialistas convidados: Carlos Moneta (UNTREF - Argentina), Mônica Lacarrieu (UBA - Argentina), Silvana Pessoa (FJP - Brasil), Enrique Saravia (FGV – Brasil), Rejane Xavier (SEBRAE – Brasil), Gustavo Maia (IPEA – Brasil), Flavio Sombra Saraiva (UnB – Brasil), Alcides Costa Vaz (UnB – Brasil), Carmen López Spinze (Paraguai), Luis Stolovich (Uruguay), Eduardo Lopez Zavala (CNC – Bolívia), Paulo Slachevsky (Editores independientes de Chile), Pedro Querejazu (Convenio Andrés Bello), Sylvia Amaya (Convenio Andrés Bello). Colaborou com o envio de comentários o Dr. Néstor García Canclini.
Organização: Ministério da Cultura do Brasil (MinC) e Instituto Brasileiro de Relações Internacionais (IBRI).
Financiamento: Organização de Estados Americanos (OEA).
9-4-2003
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