miércoles, 16 de junio de 2010

LA MEDICION DE LOS IMPACTOS CULTURALES EN LA ECONOMIA Y EN LA SOCIEDAD LATINOAMERICANA. *

Por Octavio Getino

Introducción
Aunque la cultura se ha caracterizado históricamente como proceso social de producción simbólica, la Revolución Industrial y el desarrollo de formas de producción y expansión capitalista comenzaron a transformar los bienes y los productos culturales en mercancías, de igual modo que incorporaron los campos de las actividades y los servicios culturales a la dimensión económica del desarrollo. El reconocimiento social de la producción simbólica pasó a operar así por medio del mercado, con lo cual dicha producción devino producción mercantil simbólica.

La importancia económica y social de la cultura ha sido crecientemente verificada hasta el punto de ser reconocida, tanto en su conjunto como en algunas de sus áreas, como un recurso de indudable valor estratégico para el desarrollo de las naciones. Las innovaciones y el progreso tecnológico ha dejado atrás el tiempo en que los territorios culturales coincidía en alguna medida con los territorios geográficos y ha instalado nuevas formas de territorialidad cultural que se proyectan por encima de los mapas geográficos y políticos de las naciones. De este modo, las interrelaciones crecientes entre las distintas áreas que conforman el campo de la cultura trascienden ya las fronteras de cada país y, en el caso particular de las industrias culturales alcanzan un elevado grado de internacionalización, convirtiéndose en avanzada de los proyectos de globalización y hegemonismo planetario
El estudio de las relaciones entre economía y cultura es un tema relativamente nuevo para quienes se abocan al análisis de uno y otro campo. Recién comenzó a ser tratado en los años ´60 y ´70 del siglo pasado, de manera particular en los Estados Unidos y en algunas naciones europeas, casi simultáneamente con la incorporación del término “cultura” en las constituciones políticas de los países latinoamericanos. Poco después, en los inicios de los ´90, tales relaciones merecieron el interés de algunos sectores académicos –tanto de la cultura como de la economía- y, también, de diversos organismos gubernamentales y sectores empresariales y sociales en distintos países de la región (MERCOSUR, Convenio Andrés Bello, etc.).
Este interés se expresa principalmente utilizando herramientas diversas, principalmente información y estadísticas sobre producción y consumos- para medir algunos fenómenos culturales y proporcionar un mayor conocimiento de la dimensión de la cultura en términos económicos. Junto con ello comienza a plantearse la necesidad de construir instrumentos teóricos y empíricos específicos propios que permitan definir un ámbito metodológico de análisis acorde con la especificidad del campo de estudio. Por ello parece ser cada vez más necesario, la elaboración de reglas de funcionamiento propias y diferenciadas en el análisis de la economía de la cultura, de igual modo que existen habitualmente en las áreas de la economía vinculadas, por ejemplo, a las finanzas, los recursos naturales o las industrias en general.
En ese sentido se destaca la preocupación creciente por elaborar y consensuar indicadores y sistemas de medición de la incidencia de la cultura en general y de alguno de sus campos en particular, en la economía, la identidad, la construcción de ciudadanía y el desarrollo nacional y regional.

1. El desafío de las mediciones culturales.
Uno de los principales desafíos que existen en la actualidad para el diseño y gestión de políticas públicas culturales, y también para los agentes del campo cultural y comunicacional -empresarios, técnicos, autores, artistas o académicos- es la definición de indicadores culturales que sirven a las mediciones cuantitativas y cualitativas del sector, es decir, las relacionadas con datos económicos y socioculturales.
La construcción de indicadores culturales excede la simple recopilación de estadísticas y resulta indispensable para servir al dictado de las “indicaciones”, es decir, de las políticas y estrategias que el Estado, o los sectores privados y sociales formulan para su propio interés o para el interés del conjunto. En consecuencia, la construcción y elección de indicadores están condicionadas siempre por el sujeto o el objeto de estudio sobre el que se pretende trabajar para su mejoramiento y desarrollo. Un sujeto que es distinto en cada caso, según sea el contexto social, económico, cultural o político en el que manifiesta su existencia. También, la elección de estos indicadores depende necesariamente de lo que se pretenda realizar con dicho sujeto.
Abordar el tema de los indicadores culturales obliga a precisar inicialmente qué se entiende por Cultura (bellas artes, “alta cultura”, patrimonio artístico, modos de ser, formas de vida, etcétera) definiendo entonces los campos, sectores o áreas en los que ella se manifiesta. La complejidad del propio término ha hecho suponer más de una vez que no hay indicador ni estadística capaz de captarlo en su totalidad. Además, el término Cultura es relativamente nuevo en las constituciones y legislaciones de América Latina. No hace más de dos o tres décadas que las nuevas constituciones sancionadas en algunos países  de la región incorporaron dicho término, suplantando las referencias a Cultura como manifestación elitista de las “bellas artes” o reducto del patrimonio histórico tradicional. Una concepción de carácter amplio y antropológico comenzó a visualizarla como “forma (modo) de vida”, aunque ello no cuenta todavía con la unanimidad necesaria. Estamos, pues, hablando de un tema nuevo sujeto a precisiones y a debate como parte de un proceso que tiene aún poco tiempo de vida.
No fue hasta mediados de los años 60 cuando apareció en los Estados Unidos el término de “indicador cultural” como instrumento de política social para dar respuestas a la necesidad de conocer los problemas generados por los cambios aparecidos en la estructura social de ese país. Pocos tiempo después la UNESCO creó en 1986 el proyecto de Estructuras Estadísticas de la Cultura -Framework for Cultural Statistics (FCS)-  un claro antecedente de la implementación en la Comunidad Europea, a mediados de los años 90,  del Grupo de Orientación Específico (LEG) sobre estadísticas culturales en esa región. El debate en torno a los indicadores culturales volvió a tomar impulso con el Primer Informe Mundial de la Cultura de la UNESCO, publicado en 1998. Son antecedentes que explicitan la relativa novedad del tema y que hoy no deberían ser omitidos como experiencias necesarias de tener en cuenta si se aspira a nuevos avances en la materia.
Las primeras mediciones que se realizaron tanto en algunas ciudades de Estados Unidos, Canadá o Europa -la primera que tuvo lugar en Europa se llevó a cabo en Munich en 1985, aunque el tema había sido tratado ya dos años antes en un simposium realizado en Viena sobre “Los indicadores culturales para el estudio comparativo de la cultura”-  la rentabilidad económica o el costo sin retornos que representaban ciertas actividades culturales, por lo general dependientes de organismos de gobiernos municipales o de grandes ciudades, en los erarios públicos. Se trataba de verificar si la Cultura –circunscripta a las manifestaciones de la Alta Cultura, como Teatros y Operas, Orquestas Filarmónicas Municipales, Festivales Internacionales de Artes Escénicas o Musicales, etcétera- significaban una inversión o un gasto, lo cual llevó a que muchos de esos estudios coincidieran en que la Cultura, al menos esas manifestaciones particulares de la Cultura- eran rentables. El inicio de estos estudios y la construcción de indicadores para los mismos estuvo así guiada por criterios de evaluación sobre la rentabilidad económica y el gasto público en algunas de las actividades o los servicios gubernamentales.

2. Algunos antecedentes de mediciones en América Latina.
En los países latinoamericanos, las mediciones de este carácter eligieron desde su comienzo (Argentina, 1992) el sector de las Industrias Culturales, priorizando el abordamiento de su dimensión  económica y su incidencia en la economía en general, el empleo, la balanza comercial y las inversiones. Más tarde, fue en los países andinos y a través de la cooperación del Convenio Andrés Bello (CAB) que comenzó una serie de investigaciones ubicadas en el esquema de “Economía y Cultura” cuya finalidad fue la de medir el impacto de algunas manifestaciones de la cultura, preferentemente sus industrias, en el PIB y la PEA de las economías nacionales (Colombia, Chile, Perú, Venezuela). Los estudios fueron de carácter nacional, aunque en algunos casos se concentraron en la situación de algunas grandes ciudades y sus conurbanos (Bogotá, La Paz, Caracas, Ciudad de México, Buenos Aires, Montevideo, etcétera). A su vez la presencia de organismos internacionales, entre otros OMPI, OIT, Consejo Británico, BID, OEI, AECI, UNESCO y OEA, en el financiamiento de algunos estudios, llevó a medir también esa dimensión en las áreas del empleo (Brasil), los derechos propiedad intelectual (México, Brasil, Argentina), la integración regional (Mercosur), o las exportaciones de bienes y servicios culturales (Argentina). En términos generales, estos trabajos priorizaron el tema de las mediciones cuantitativas, en base a indicadores estadísticos, para instalar niveles de información que hasta ese momento no existían en el marco de las relaciones de la economía con la cultura. Vale destacar que la casi totalidad de estos ejemplos, no devino de iniciativas del sector privado ni social, sino de los organismos gubernamentales de cada país o aquellos de carácter regional o internacional.
También se iniciaron en la última década estudios relacionados con temas vinculados a lo cualitativo de la incidencia de los medios de comunicación y de las actividades y servicios gubernamentales o sociales en la cultura. Aquí se sumaron también a ciertos programas de encuestas e investigaciones sobre Consumos Culturales que estuvieron a cargo de organismos gubernamentales (Colombia, Venezuela, Argentina) la iniciativa de algunos espacios investigativos académicos (Uruguay, Venezuela, México), iniciando una labor de complementación entre lo cualitativo de las demandas, los consumos y los imaginarios colectivos, y lo cuantitativo de la producción, los mercados y las exportaciones.
En ese contexto se afirmó la conciencia en algunos gobiernos nacionales o de grandes ciudades, sobre la necesidad estratégica de implementar sistemas de información cultural, como los que han comenzado a ser diseñados por algunos ministerios u organismos responsables de Cultura en Iberoamérica y que hoy permiten contar con algunos centros o laboratorios culturales dedicados a reunir y procesar información que sirva al mejoramiento de las políticas públicas y al desarrollo del sector. Un ejemplo de ello son los Sistemas de Información Cultural que han comenzado a implementarse en algunos países, por ejemplo, el SINCA y el Laboratorio de Industrias Culturales, de Argentina, dependientes de la Secretaría de Cultura de la Nación de este país. El tema también fue asumido como propio por algunos gobiernos de grandes ciudades, como Buenos Aires (Observatorio de Industrias Culturales-OIC) y Bogotá, dependiente de la Alcaldía Mayor de esa ciudad,  además de centros académicos, como la Facultad de Ciencias Económicas de Buenos Aires o la Universidad de San Pablo, en Brasil, e incluso por instituciones del sector privado, como el Banco Itaú de Brasil (Observatorio Itaú Cultural).
En menos de dos décadas, los países de América Latina, incluyendo algunas de sus grandes ciudades, han comenzado a desarrollar una labor inédita para medir las relaciones y las incidencias mutuas entre cultura, economía y sociedad, que se traduce en una amplia bibliografía así como en decisiones y acuerdos de distinto tipo para avanzar en la materia. Pero también es posible constatar que estos trabajos no quedaron limitados a elementos documentales o bibliográficos, sino que en algunos casos contribuyeron al cambio o al mejoramiento de políticas y legislaciones. La nueva Ley de Cine de Argentina no hubiera sido posible, tal vez, sin los estudios que se habían realizado con anterioridad para conocer las relaciones del cine con la televisión y el video en el llamado Espacio Audiovisual Nacional. Otro tanto sucedió posiblemente con la nueva ley de cine de Colombia, en cuya concreción coadyuvo el estudio sobre el impacto de dicha industria en la economía de dicho país. O finalmente, la nueva legislación cinematográfica de Venezuela, que se ocupó de incorporar buena parte de los aportes de los países vecinos. A su vez, nuevas políticas y legislaciones de carácter sectorial (libro, disco, teatro, etcétera) están siendo elaboradas en algunos países de la región y a ello ha contribuido el trabajo de las investigaciones, estudios y encuestas referidas, así como la preocupación por tener indicadores que lleven a la obtención de datos e información suficientemente confiable. Son experiencias que no deberían omitirse en cualquier análisis que se lleve a cabo para el mejor aprovechamiento de las mismas, según las posibilidades y necesidades de cada país o cada ciudad.

3. La dimensión económica como protagonista de las mediciones.
En este punto no debería omitirse el grado de dificultades existente en toda labor de recopilación y procesamiento de datos estadísticos relacionados con la economía. No es casual que la UNESCO renunciara años atrás a elaborar indicadores culturales de alcance mundial y se limitará a reunir datos de los países ateniéndose a indicadores generales, de escasa significación y fiabilidad de valor meramente cuantitativo. Tal como señala el investigador catalán, Lluís Bonet, la información estadística disponible sobre el sector cultural es escasa, con limitadas series temporales, poco homogénea país a país, provincia por provincia, y con una muy baja capacidad para ajustarse a las nuevas necesidades informativas del mundo contemporáneo. “Generar estadísticas es caro, requiere rigor y continuidad temporal. Los gobiernos y sus instituciones con responsabilidad o fondos para llevarlas a cabo (institutos de estadística, bancos centrales, ministerios) tienden a concentrarse en las grandes magnitudes económicas y sociales, o bien en aquellos indicadores requeridos desde las instituciones intergubernamentales. La cultura, en general, no forma parte de ellos”.
Por otra parte, los indicadores y clasificadores vigentes continúan respondiendo a los esquemas clásicos de las mediciones económicas, en las cuales lo cultural podía ser aleatorio o subsidiario. Para la mayor parte de los teóricos clásicos de la economía, las actividades culturales no fueron consideradas como verdaderamente productivas. Además, la realidad cultural que pretenden describir los distintos sistemas estadísticos no es algo estático, sino dinámico en función de la relación de fuerzas entre los distintos agentes que intervienen en un sector. Los datos que se recogen, vía encuesta o registro, dependen en buena manera del modelo o modelos interpretativos al uso. Es en función de cada uno de ellos, y de las variables consideradas como básicas, que habría que pensar en elaborar indicadores distintos.
Por otra parte, debe destacarse que no existen aún teorías generales culturales en las cuales pueda integrarse un sistema de estadísticas o de indicadores sociales de reconocida aceptación a escala mundial o regional. Tal como señala el economista Salvador Carrasco, la mayor parte de los estudios existentes hasta el momento intentan obviar las dificultades iniciales que pudieran derivarse de la búsqueda de precisión en materia de conceptos y definiciones, para centrarse en su objetivo más inmediato que es el de proporcionar una imagen lo más confiable posible de la dimensión económica de la cultura. “El dinero es un elemento unificador. No pasa lo mismo en las estadísticas socioculturales donde se entra más en la valoración subjetiva, donde hay una componente ideológica que hay que eliminar y dotar de alternativas más objetivas para poder catalogar o medir la cultura. Sin embargo, sigue siendo la valoración cuantitativa el puntal del análisis de la cultura”.
A esto cabe añadir la dificultad para definir los ámbitos que componen la cultura como sector, y su heterogeneidad productiva al reunir en su seno actividades industriales junto a actividades artesanales y a un largo número de servicios. La dimensión y trascendencia económica y social de cada uno de ellos es muy dispar. Así, pues, no es extraño que se disponga de más información sobre los subsectores industriales más tradicionales (libro, cine, disco), o con una mayor presencia de la administración pública (bibliotecas, archivos, museos), que sobre los más nuevos (video, multimedia) o artesanales (artes plásticas, artes escénicas). Los medios de comunicación, por ejemplo, detallan periódicamente el volumen de la piratería musical estimada pero es muy difícil saber la estructura de financiación del sector y la distribución de sus ventas. Esta es una realidad que se repite permanentemente y que llega a su mayor paradoja con la enorme publicidad que recibe el precio máximo pagado en subasta por una pintura conocida, y la enorme opacidad existente sobre la realidad económica y social del mercado del arte.
Si nos atenemos a las experiencias más cercanas y a las cuales ya hicimos referencia, cabría destacar la primera que se llevó a cabo a finales de 2001 para medir la dimensión económica y el empleo en el sector de las industrias culturales (IC) de los países del Mercosur, en la que se circunscribió el estudio a las industrias del libro, publicaciones periódicas, radio, disco, television, cine, video, publicidad, industrias auxiliares y conexas (máquinas, equipamientos e insumos que sirven total o parcialmente a las IC). Dicho estudio optó a su vez por seleccionar algunas principales variables relacionadas con Producción, Comercialización, Empleo, Balanza Comercial, Gasto Público, Gasto Privado y Derechos de Autor, para las cuales se definieron también indicadores de medición que permitieran reunir datos con el fin de establecer parámetros comparativos entre los países de la región analizada.
Con posteridad, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a través de la que era entonces Subsecretaría de Gestión y Políticas Culturales de la Secretaría de Cultura, procedió a implementar el primer Observatorio de Industrias Culturales (OIC) que existe en América Latina, el cual desarrolló, entre otras funciones, un sistema de mediciones del sector, tomando como base la experiencia de lo realizado para el Mercosur, y teniendo como referencia variables e indicadores bastante semejantes. Aunque se enfatizó en la obtención, procesamiento y puesta en servicio de datos cuantitativos –cuya confiabilidad sigue siendo relativa dada la opacidad y limitaciones de las fuentes existentes- se procedió también a iniciar análisis de carácter cualitativo, un tema mucho más complejo, pero tan necesario como las mediciones cuantitativas para contribuir a las políticas y estrategias del sector público y de las PyMEs, que son las que más requieren de este tipo de contribuciones.
Más recientemente, la Secretaría de Cultura de la Nación acordó con otros ministerios y responsables gubernamentales de la Cultura de Iberoamérica, la puesta en marcha de los primeros Sistemas Nacionales de Información Cultural, proceso iniciático aunque de indudable valor, y que en este caso apunta a instalar en el Sistema de Cuentas Nacionales, una Cuenta Satélite de Cultura. Objetivo éste, que sólo ha podido concretarse hasta el momento en Colombia, pero hacia el cual se dirigen los esfuerzos de las áreas de Economía y Cultura de diversos países latinoamericanos, como Brasil, Cuba, Venezuela y Chile, entre otros. Y aunque el objetivo general de una Cuenta Satélite de Cultura es conocer con mayor exactitud el aporte de las industrias y activ idades del sector cultural al PIB, los datos emergentes permitirían ver con mayor claridad las dinámicas económicas y sociales del sector, a la vez que proporcionarían una información valiosa –tal como señala la propia Secretaría de Cultura de la Nación- para “la formulación de políticas públicas culturales dirigidas al crecimiento de la actividad y al resguardo de la diversidad cultural del país” 
Todo ello demanda de la construcción de indicadores que, este caso deberían ser compatibles entre los países de la región, aunque nada impide que a escala provincial o de grandes ciudades –como lo prueba el OIC de Buenos Aires- no puedan emprenderse relevamientos y bases de datos, congruentes en cada caso con las características de cada territorio y con las políticas que pretendan instalarse en el mismo.
Recapitulando. Las experiencias más relevantes efectuadas en países y grandes ciudades de América Latina se tradujeron hasta ahora en investigaciones y estudios sobre:
. Dimensión económica de algunos sectores de la Cultura (estadísticas de industrias, actividades, servicios, gasto público, gasto privado).
. Impacto de algunos sectores de la Cultura en el PIB, la PEA y la Balanza Comercial nacional (estadísticas de industrias y servicios).
. Consumos culturales (encuestas) e imaginarios colectivos sobre Cultura.
. Incidencia de políticas y actividades del sector Cultura en la sociedad (encuestas y estudios sobre  incidencia en valores de solidaridad, diversidad, violencia, inclusión, participación, paz, etc.).
. Mapeos y cartografía de los recursos culturales (relevamientos de patrimonio, servicios, industrias) existentes en algunas ciudades o países.
Pese a las dificultades existentes, estas experiencias representan un avance notable con relación a situaciones de pocos años atrás, aunque todo indica que se está en el inicio de un proceso necesario de ser perfeccionado y corregido desde la propia práctica y que sólo podrá resolverse en el mediano y, más posiblemente, en el largo plazo.

4. La medición de la incidencia de las políticas culturales en la sociedad.
En ciertas circunstancias determinadas por la exigencia de políticas gubernamentales, nacionales o municipales de desarrollo, aparece en nuestros días una preocupación mayor que va más allá del interés por conocer la dimensión económica de la Cultura. Se trataría en este caso de avanzar hacia un nuevo estadio que sea capaz de articular los trabajos y proyectos sobre economía y cultura, con otros de tanto o mayor valor, como pueden ser los de analizar las relaciones entre Cultura y Sociedad. Cuando en el Gran Caracas se incorpora en una encuesta gubernamental la pregunta sobre qué actividad hace sentir más venezolano a los propios venezolanos, ya no se trata de medir su disposición al consumo de bienes o servicios culturales. Está apelándose al imaginario de los ciudadanos sobre la valoración de su propia identidad. O, de igual modo, cuando el Ministerio de Cultura de Colombia, introduce en una encuesta parecida qué actividades o disciplinas son asociadas espontáneamente por los consultados a la palabra “cultura”, también se indica un avance en una preocupación parecida. Este es un campo que todavía presenta muchas más carencias y limitaciones que el que estaba siendo referido sobre las estadísticas de la economía de la cultura. Y que, por lo tanto, representa un formidable desafío para avanzar en un conocimiento más acabado de lo que está sucediendo en las culturas locales, particularmente en tiempos de globalización económica, y de marginalidad y exclusión social.
Aparecen también otros desafíos en materia de mediciones y construcción de indicadores culturales. Ellas se hacen presentes en determinados espacios públicos cuando, por circunstancias políticas, sociales o económicas, se hace necesario ir más allá de los datos duros de la economía e incluso de las estadísticas sobre consumos culturales e imaginarios colectivos. En este caso se trata de investigar, con los indicadores adecuados, la incidencia que tiene la labor cultural que desarrollan gobiernos nacionales o municipales –inclusive organizaciones sociales- en las “formas de vida” de la sociedad, sea a favor de la solidaridad y la equidad, o de la violencia y el autoritarismo. De la identidad o de la des-identidad. Del desarrollo o del desarrollo del sub-desarrollo.
También este tema ha comenzado a formar parte de la agenda en algunas reuniones recientes de funcionarios y expertos quienes procuran construir sistemas de información cultural que excedan lo meramente cuantitativo y economicista. Pero las dificultades para avanzar en este sentido son muchas y de muy diverso tipo. Si en la medición o evaluación de datos estadísticos, los interrogantes a menudo –por más precisión que ellos tengan- son mayores que las respuestas, en la que corresponde a este tipo de incidencias entre Cultura y Sociedad no existe sólo una falta de respuestas, sino, sobre todo un exceso de carencias en cuanto a definir aquellas preguntas que podrían ser las más adecuadas.
Cualquier avance en este sentido debería partir del reconocimiento de que, en gran medida, las actitudes, conductas y  valores predominante en nuestras sociedades, o en alguno de sus sectores, están marcadas más por situaciones macro (políticas, económicas, sociales, ambientales, etc.) que por la presencia o ausencia de políticas específicas para el sector Cultura, sea a nivel nacional, provincial o municipal. Han sido precisamente esas políticas y las situaciones de las cuales ellas proceden, las que han impactado más que ningún programa o acción sectorial en la cultura de la ciudadanía. Los ministros de Economía y Hacienda al igual que los organismos e instituciones financieras locales o mundiales, han incidido más en la cultura de nuestras sociedades, que lo que pudieron hacer, incluso con las mejores intenciones, nuestros ministros o responsables gubernamentales de cultura. Ello obliga a construir variables e indicadores de análisis que exceden lo específico de la relación Cultura-Ciudadanía, y a incorporar en las encuestas y consultas preguntas orientadas a conocer los impactos y la incidencia de esas políticas macro en las actitudes, valores y comportamiento de la población o de alguno de sus sectores. Una información indispensable para su confrontación con la que pueda devenir de las consultas que se realicen en torno al impacto de las acciones específicas de los organismos o instituciones de la Cultura. Es aquí donde ya no son suficientes economistas o expertos en estadística, sino que se hace necesaria una labor interdisciplinaria en la que deben intervenir politólogos, sociólogos, antropólogos, gestores culturales, comunicólogos, economistas, además de los principales agentes del sector, incluyendo a representantes de la propia comunidad.
La construcción de indicadores que permitan una medición y evaluación crítica de los aspectos cualitativos –relaciones Cultura-Sociedad- depende seguramente de concebir este desafío como parte de un proceso a largo plazo, para el que no hay recetas probadas ni “indicaciones” de valor absoluto. Estos indicadores dependen a su vez, de definiciones previas, distintas en cada caso, según el espacio y el momento concreto que se elija como objeto de estudio (un país, una ciudad, una región, una determinada actividad, un servicio, una industria, etcétera). Las recetas “genéricas” podrían servir de aliciente a falta de otros recursos, pero deberían ser adaptadas a las circunstancias específicas -tiempo, espacio y sector- del sujeto sobre el cual se pretende incidir para su efectivo desarrollo. Todo indica que lo más recomendable sería identificar o precisar la política que se propone en un determinado espacio sociocultural y como parte de la misma, elaborar las estrategias necesarias en la relación Cultura-Sociedad, dentro de las cuales deberían definirse los indicadores y sistemas de medición que sean acordes con dicho propósito.
A fin de cuentas el valor más efectivo de cualquier tipo de indicador cultural –generalmente reducido a una manifestación cuantitastiva- es el puede tener para convertir la información en acción, es decir, en gestión política para el mejoramiento integral de una sociedad y para el propio desarrollo de la cultura. En este sentido el indicador tiene un valor que excede al del simple dato estadístico aunque exista una real dependencia entre uno y otro, ya que por encima de lo cuantitativo, o tomando como referencia los datos, avanza en la constación de comportamientos y formas de vida –es decir, de cultura- pasadas y presentes. Así la variable “número de edificios catalogados de interés cultural” se convierte en dato, “pero a la vez en indicador directo que evoca determinados comportamientos culturales y sociales en un ámbito espacial y temporal”.
Evaluar la incidencia sociocultural directa o indirecta programas y actividades culturales en un espacio determinado –nación, ciudad, distrito, municipio- o en una comunidad o grupo social –adolescentes, marginales, tercera edad, etcétera-, significa ante todo poder conocer (cualitativo), cuantificar (cuantitativo), analizar y comparar diferentes variables de tipo o de incidencia cultural durante el lapso de tiempo previsto en cada programa cultural. Para ello es siempre necesaria una evaluación o inventario previo, para realizar la comparación con la situación que se evidencia durante la ejecución del mismo o tras su finalización, siempre teniendo en cuenta que el ciclo de vida del proyecto se extiende también sobre la etapa de su evaluación.
La medición del impacto cultural de un programa o una actividad gubernamental o social obliga además a considerar junto con los elementos y acciones que participan del mismo, aquellos otros que aparecen relacionados de manera concomitante y paralela con el programa o la actividad –políticos, económicos, sociales, etcétera- y cuya incidencia puede afectar la marcha de los programas en cuestión. Además, el sujeto que pretende ser medido no puede acotarse a una definición cerrada: el propio concepto de cultura carece todavía de una definición universalmente aceptada. Se trata por ello de establecer mediciones e indicadores que sean útiles en una realidad dinámica -la cultura no es, está siendo- por lo que los efectos de cualquier actividad cultural que se realice pueden exceder los plazos considerados en el propio proyecto o programa de trabajo. Ello obliga a encarar cualquier estudio evaluatorio de impacto cultural con una visión abarcadora y a utilizar herramientas procedentes de distintas ciencias y disciplinas, como la sociología, la antropología, la política, la sicología social, la economía, entre otras. 
Existe en este sentido una vasta serie de temas que requieren de estudios e investigación y que no exigen necesariamente de la definición previa de indicadores, dado que pueden basarse en datos estadísticos, pero también en reflexiones conceptuales, incluso percepciones, relacionadas con lo que diversos estudiosos y investigadores piensan sobre las experiencias que se llevan a cabo en el sector Cultura. Buena parte de los mejores aportes a un conocimiento también científico sobre estos temas han procedido de intelectuales y especialistas provenientes del campo académico o de la propia gestión cultural y ellos complementan, con una visión más abarcadora, los datos que proceden de las encuestas y las estadísticas. Ello permite recomendar la elaboración de proyectos de estudio e investigación de aquellos temas que se entiendan necesarios para mejorar la gestión de los organismos gubernamentales y sociales vinculados con esta problemática. Resulta obvio que la definición de dichos temas depende de las circunstancias de cada contexto histórico donde se elaboren la políticas relacionadas con la cultura y el desarrollo.

6. Mediciones de consumos e imaginarios.
El trabajo interdisciplinario, las encuestas y consultas en la población, son recursos que ya han venido utilizándose en ciudades y países de la región con resultados dispares (Bogotá, Caracas, Buenos Aires, Ciudad de México, Montevideo, etcétera). En esa labor, la elaboración de indicadores debería inscribirse en el sentido de las “indicaciones” , es decir, de las políticas que sean beneficiarias de dicho trabajo. Ellas pueden ser congruentes con los intereses de la comunidad o de parte de ella –un claro desafío a las políticas públicas- o, como suele ocurrir a menudo, serlo solamente con los intereses de algún sector o fracción social. Definir estos propósitos parece ser indispensable para optar entre los múltiples indicadores posibles, que a su vez, podrían desprenderse de las experiencias también preexistentes en consultas y encuestas (hogar, consumos, imaginarios, etcétera) o de los diversos estudios de carácter más abarcador e integral que están siendo realizados en algunos países y ciudades de la región.
Son experiencias que están comenzando a desarrollarse en algunas ciudades y países, condicionadas por los grados de estabilidad o inestabilidad de las políticas macro existentes en cada lugar y que demandan de un trabajo de talleres y encuentros para facilitar los intercambios, la cooperación e incluso la coproducción de programas allí donde estos sean de interés mutuo. Habría que partir de la base de que más allá de los objetivos y el marco metodológico de cada programa o proyecto de acción cultural, no existen aún –ni probablemente existan alguna vez- modelos ni recetas globales para el análisis del sector cultural. Ningún análisis permite por si solo una evaluación exacta de la realidad y del impacto social o económico de determinadas políticas culturales. Parafraseando a Lluís Bonet, aceptar la fragilidad referida no debe impedir la tentativa de construir modelos de análisis y de indicadores adecuados lo más perfectos posibles. A esa finalidad está contribuyendo desde hace poco más de dos décadas el trabajo realizado en nuestros países por economistas, sociólogos, antropólogos, historiadores, politólogos y gestores públicos y sociales de la cultura. Un trabajo todavía incipiente, pero suficientemente serio y riguroso como para ayudar a construir los sistemas de información, medición y evaluación de aquello que realiza la administración pública y las organizaciones sociales en el campo de la cultura.
Trabajo que, además, retoma, algunos criterios básicos sustentados en los primeros estudios sobre la medición cuantitativa y cualitativa del impacto cultural en la vida de las naciones y también de aplicación en lo referente a los problemas del desarrollo de provincias, departamentos o grandes municipios. Es el caso, por ejemplo, de aquellas recomendaciones que estaban presentes en los documentos de trabajo propiciados por la UNESCO a fines de los años 70, en los que  se proponía que todo indicador debe ser capaz de
. ofrecer las características globales del desarrollo cultural de la sociedad en su conjunto e identificar sus disparidades;
. ayudar en la clasificación de los sectores culturales e indicar rasgos comparablews entre los mismos;
. identificar las causas del desarrollo cultural, para facilitar decisiones que contribuyan al logro de los objetivos propuestos en cada caso;
. preveer tensiones que puedan aparecer como resultado de las decisiones tomadas con el fin de mejorar los efectos que puede experimentar la cultura como resultado de cambios sociales, económicos y tecnológicos.
La elaboración técnica y metodológica de estos indicadores, debe corresponderse, como ya se ha dicho, con una definición previa  de aquello que se proponga en materia de políticas, estrategias y programas de trabajo, en un espacio territorial y social y en un tiempo determinados.

* Ponencia elaborada para su presentación en el X Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo (La Habana, marzo 2008). Contiene información y conceptos que sirvieron también de base a conferencias dictadas en Bogota (Seminario de Políticas Públicas, 2007) y Encuentro Internacional de Bogotá Capital Iberoamericana de la Cultura (2007).

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