No es para mí fácil resumir en dos o tres páginas mis experiencias, impresiones y sentimientos sobre el “Chango” Vallejo, así lo traté siempre, compañero y hermano de ideas y sueños, y de un andar juntos en los últimos 30 años.
Una primera tentativa, la más visceral e inmediata, sería la de evocar algunas imágenes que tienen que ver con el anecdotario personal. Nos conocimos, “sin vernos”, cuando una noche, allá por 1967, junto con Solanas asistí a la proyección de Las cosas ciertas, en una función organizada por Cine Club Núcleo, en Buenos Aires, y que antecedía a El romance del Aniceto y la Francisca, de Leonardo Favio.
Y que me perdone Leonardo, pero en ese momento, el corto de Gerardo me conmovió más que el Aniceto, tal vez, porque en ese tiempo estábamos filmado La hora de los hornos (aún no sabíamos el título que habría de tener nuestra película) y uno de los temas que queríamos incorporar era la situación de los ingenios tucumanos, desmantelados prácticamente por la acción de la dictadura. Pocas semanas después, nos conocimos, ahora “viéndonos” por primera vez, en Tucumán y con poco o ningún preámbulo, lo invitamos a participar de nuestro proyecto. Fue así que él supo y quiso abrirnos las puertas y los contactos con los compañeros de la FOTIA y de la CGT local, y, con ello, la generosa colaboración de sus dirigentes, con lo cual una mañana de verano filmamos imágenes de trabajadores desocupados de Los Ralos (esa escena de La Hora… en la que ellos aparecen mirando a cámara detrás del tejido alambrado del ingenio, mientras se escucha la canción de Angel Parra sobre “quién sabe donde está Dios…”). Fue ése el primer trabajo que hicimos juntos.
También fue aquella mañana la que aprovechó el Chango para registrar con su camarita Bolex a cuerda, en menos de una hora, lo que sería Ollas populares, un corto que formaría parte de las exhibiciones clandestinas que luego realizaríamos, además de recorrer otros países ganando un merecido reconocimiento en América Latina y Europa, junto con la obtención de premios en distintos festivales.
Luego vino el proyecto de El Camino…, como continuidad de Las cosas ciertas, y también como primera tentativa de Cine Liberación de realizar un filme para su exhibición pública en las salas de cine. A partir de ello, los cálidos encuentros con la familia Reales en la Colonia San Miguel del ingenio Santa Lucía, o los que tendríamos luego con figuras de la cultura tucumana, como Luis Gentilini, José Moreno, y “Pancho” Galíndez, que aportaron su formidable trabajo creativo y solidario al filme. Una confluencia entre trabajadores de la cultura, de la producción azucarera y de la militancia sindical, que nos serviría de mucho en aquellas tardes de verano cuando, ginebra “llave” de por medio y en un pequeño cuarto del centro de Tucumán, escribíamos con el Chango el primer guión de El camino…, que luego sería enriquecido con la participación de Pino Solanas.
Después trabajamos juntos en la empresa productora de cine publicitario que tenía Pino en Buenos Aires y allí obtuvimos un Martín Fierro por una serie documental (Sabor a Buenos Aires), en la que el Chango hizo un formidable trabajo de cámara. Un tiempo en el que combinábamos esa labor –de la que participaban también compañeros cineastas como Humberto Ríos, Rubén Salguero, Jorge Díaz, entre otros- con la difusión clandestina de La Hora…, el avance en el guión y en la filmación de El Camino… y la realización del Cineinformes de la CGT de los Argentinos, donde con él y Nemesio Juárez, intentamos poner en marcha –aunque por muy poco tiempo- el primer informativo de una central sindical de trabajadores.
Y tras cartón, como en el tango, el registro filmado de la larga entrevista a Juan Domingo Perón, en 1971, de donde salieron los dos largometrajes documentales que terminaríamos de editar y procesar en un pequeño laboratorio, la Ager Film, de Roma. Allí donde el Chango, con la ayuda solidaria de cineastas italianos (Giuliani, Muschetti, Orefici, Rosellini (h), etc.) se ocupó de terminar El Camino…, mientras Solanas, pasillo de por medio, editaba Actualización Política y Doctrinaria, y yo hacía otro tanto con La Revolución Justicialista, “pirateando” para dicho filme fragmentos musicales de Gentilini que el Chango estaba utilizando en su película.
Sería muy largo de contar las experiencias vividas con el Chango en aquellos años, sea en Tucumán, Madrid, Roma, Buenos Aires. Ellas se interrumpieron con su exilio en Panamá y luego en España, y el mío en Perú y más tarde en México. Aún así mantuvimos en ese tiempo, en lo que todavía era el núcleo principal de Cine Liberación –con Gerardo en Madrid, Solanas en París, yo en Lima y otros compañeros aquí en el país o en otras partes del mundo- un fraterno diálogo epistolar, en medio del cual me tocó conocer, guiado por el Chango, Cespedoza de Tormes, el pueblo salmantino donde había filmado Reflexiones de un salvaje, y a los “tíos” que le sirvieron de protagonistas, trabajadores y minifundistas rurales, explotados como los nuestros, pero tan erguidos en su dignidad y en sus sueños, que parecían una continuidad o un calco de aquellos cuyas imágenes resistenciales habían sido registradas por Gerardo, tanto para El Camino… como para Ollas…. Y también, semana tras semana, para sus Testimonios de Tucumán, producidos en la televisión de esa provincia.
A la distancia, pienso ahora, mantuvimos en esos años de exilio un diálogo mayor, que el que desarrollamos al regresar en los años 80. Aún así, supimos coincidir en nuestro reencuentro en nuevos proyectos, tanto o más ambiciosos que los anteriores, como fue el de la creación en Buenos Aires, en 1989, del Espacio Audiovisual Nacional, una labor que incidiría sin duda en la Ley de Cine que los cineastas argentinos conquistaron en 1994. Y también, por qué omitirlo, las filmaciones preelectorales que haríamos con Carlos Menem junto con cineastas como Nicolás Sarquis, Carlos Galettini y otros, cuando, al igual que la mayor parte de la sociedad argentina, creíamos, pese a todo, en la urgente necesidad de un “salariazo” y una “revolución productiva”, y no en todo lo que vendría a golpearnos después. Fue la última vez que trabajé con el Chango en la realización de un documento audiovisual.
Gerardo continuó en lo suyo y en lo de siempre, dirigiendo poco después para ATE-CTA, testimonios que tenían que ver con la ferocidad de la ola privatizadora desatada en los años ´90 precisamente por aquel a quien habíamos entrevistado en La Rioja no mucho tiempo atrás y que, paradójicamente seguía teniendo el respaldo electoral de la mayoría de los argentinos. Un país distinto sin duda al que habíamos tratado de expresar y testimoniar 30 años atrás y en el que el Chango, pese a los cambios aparecidos en la realidad nacional, mantenía pasionalmente los mismos proyectos y sueños. Uno de ellos fue el de acometer con más empeño y obsesión que nunca el de llevar a la pantalla el Martín Fierro -rebautizado por él y tal vez no por casualidad como “Ave Solitaria”-, en el que uno y otro, Gerardo y Fierro parecieran confundirse en una misma vocación y en parecido destino.
Otra tentativa de aproximación al Chango, sería la de referirme a su obra cinematográfica como ejemplo de la búsqueda y la construcción incansable de un lenguaje que le permitiera expresarse integralmente con sus ideas y también con sus intuiciones y sentimientos. A esa búsqueda y logros se han referido ya otros, sin duda más lúcidos que yo, y sólo me limito a retomar lo que destacaba Fernando Birri, nuestro común compañero y hermano en aquellos años, cuando en su carta a Gerardo de mayo del 82, se refería a El camino…, valorando que dicho filme -y yo me permitiría agregar, el conjunto de su obra- es uno de “los ejemplos más lúcidos de una posición ideológica, y al mismo tiempo, uno de los ejemplos más complejos, aparentemente más contradictorios, de uso de un lenguaje cinematográfico, o de uso de muchos lenguajes cinematográficos que terminan por ensamblar una visión totalizadora dando como resultado: un nuevo lenguaje”.
Lenguaje que, a la vez, deviene de una clara identificación, presente también en otros cineastas de América Latina y del mundo, “con los humillados y ofendidos de la tierra”, en su caso, de Argentina, Panamá y España, es decir, los lugares donde eligió o pudo trabajar, valido simplemente de una cámara en la mano, coherencia y lucidez en las ideas y probada sensibilidad en la producción de imágenes poético-testimoniales.
Finalmente, cabría otra alternativa y ella podría ser la de distinguir la obra de Gerardo de aquellas otras de carácter documental o testimonial, también comprometidas con los problemas de su tiempo, pero en las que prevalece la imagen del cineasta o del “autor”, como “bajador de línea”sobre la realidad que ha elegido tratar, con lo cual las obras resultantes se colocan al servicio de las intenciones o intereses “autorales”de cada realizador. En el caso del Chango la mayor parte de su obra fue registrada con un sentido inverso. Fue él quien se puso orgánicamente al servicio de las instituciones sociales o de los movimientos políticos que operaban en función del cambio, en vez de querer servirse de los mismos para su desarrollo personal como realizador cinematográfico. Todo ello, sin renunciar de ningún modo a su identidad conceptual y creativa que en su caso tenía rasgos muy fuertes, y que precisamente por ello enriquecía –y ennoblecía- la calidad de sus servicios como cineasta, haciendo honor a la convergencia entre militancia política y vanguardia artística.
Gerardo ha sido para mí un ejemplo de actitud de servicio comprometido con las causas y proyectos de los cuales formaba parte, a la manera de lo que ha sido común también en la labor de grandes cineastas de América Latina y el mundo (pienso, por ejemplo, en figuras como Joris Ivens y Santiago Alvarez, entre otros). De esto dieron prueba sus documentales y testimonios al servicio de los trabajadores azucareros en la FOTIA, desde finales de los 60 hasta casi la mitad de los 70, en un diálogo fluido y coparticipante con dirigentes de la talla de Raúl Zelarrayán, Benito Romano o Atilio Santillán. Una labor que tuvo su reconocimiento cuando la CGT de Tucumán, la FOTIA y las 62 Organizaciones se movilizaran en su momento –caso inédito en nuestro cine- exigiendo la libre exhibición de El camino… cuando ella estuvo amenazada por la censura. O la de participar en el Cineinformes sobre el cierre de ingenios en Tucumán y la huelga de portuarios en Buenos Aires que hicimos conjuntamente a finales de los 60 para la CGT de los Argentinos como un servicio de cineastas a dicha organización, liderada entonces por figuras como Raimundo Ongaro, Roberto De Luca y Benito Romano, el dirigente de FOTIA, entre otros, a quienes acompañaban intelectuales del nivel de Rodolfo Walsh, Rogelio García Lupo y Horacio Verbitsky. O de trabajar también a mediados de los 70 al servicio de Omar Torrijos, “lider máximo de la Revolución” en Panamá acompañando y sirviendo al ejemplar proyecto nacional e independentista de ese país, en un trabajo de coparticipación con los cineastas locales del GECU. O de intentar poner en marcha a principios de los 90, conjuntamente con su compañera Eva Piwowarski, un proyecto de Centro de Producción Audiovisual al servicio del sindicato ATE-CTA, en la central liderada por Víctor De Genaro y que había tenido como figura liminar a ese gran dirigente que fue Germán Abdala. O, finalmente, de participar como cineasta y militante de la cultura, cuando realizamos en 1971 las entrevistas históricas a Juan Domingo Perón, para ponerlas simplemente al servicio del Movimiento Peronista y, a través del mismo, al servicio de todo nuestro pueblo.
Esa fue la vocación del Chango a lo largo de su vida, de la que dio testimonio también “Un camino hacia el cine”, publicado en 1984, un libro aleccionador que reúne sus experiencias en la cultura, el cine y la militancia político-sindical y en cuyos párrafos finales, su autor propone a los nuevos cineastas argentinos –algo así como un “quien quiera oir que oiga”-: “El camino está nuevamente abierto y por recorrer, para ustedes y para mí, desde las cenizas de nuestra destrucción para reconstruir con el cine nuestra verdadera imagen…Lo nuestro es sólo un camino. Gracias por acompañarme”.
Gracias, Gerardo por esta invitación. Pareciera recién hecha, o “reciencito”, como vos decías. O bien, como diría Fierro, “vamos suerte, vamos juntos, desde que juntos nacimos…”. En eso están hoy muchos jóvenes realizadores claramente vinculados a organizaciones sociales de distinto signo, tratando de participar junto a ellas –a su servicio y con su creatividad autoral- para construir con los recursos tecnológicos que se tengan a mano (y también con nuevas miradas) el camino de un país y un cine mejores. En eso estamos, Chango…
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